Detonación de bombas de la Guerra de Vietnam fascina a los turistas
22 feb 2015
Eric San Juan
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Dong Ha (Vietnam), 21 (EFE).- Las miles de bombas que no estallaron durante la Guerra de Vietnam y que aún se cobran víctimas son en la actualidad un reclamo para turistas, que fascinados observan cómo los artificieros las detonan para prevenir accidentes.
“Empezamos con estos tours en abril de 2012 en colaboración con algunas agencias de viajes y ya hemos tenido más de mil visitantes. Queremos que los turistas sean conscientes del problema de las miles de bombas que siguen sin estallar y causando víctimas”, explica Nguyen Thanh Phu, portavoz de la ONG Project Renew, dedicada a prevenir accidentes y a asistir a las víctimas de los artefactos.
Una decena de mochileros veinteañeros escuchan algo distraídos las instrucciones de Phu y de los especialistas antes de presenciar la detonación de un puñado de artefactos hallados durante el día en los alrededores de Dong Ha, en la provincia central de Quang Tri, la más castigada por el conflicto.
“En esta provincia estaba la zona desmilitarizada, la frontera entre Vietnam del Norte y Vietnam del Sur, y por eso se vivieron los combates más duros”, apunta Phu.
Los jóvenes son conducidos junto al pequeño hoyo en el que han sido depositadas las bombas, en medio de un paraje desolado a unos 200 metros de la carretera principal.
“Los especialistas van a colocar explosivos en el agujero junto a las bombas, los conectaremos a un cable y lo detonaremos todo desde lejos para evitar que nos llegue la metralla”, explica Phu, mientras los jóvenes aprietan con frenesí el botón de sus aparatos
fotográficos.
El hueco, protegido de sacos de arena y señalizado con un cartel de “peligro”, contiene ocho artefactos roñosos y llenos de tierra del tamaño de una berenjena.
Los turistas y el guía se apartan mientras los artificieros terminan los preparativos y tienden por la maleza un cable desde el orificio hasta el detonador, que será activado por uno de los turistas; le tocó a Michael James, un canadiense de 20 años.
El joven atiende una vez más a las explicaciones, deja escapar una risa nerviosa, titubea, mira a sus compañeros de viaje y por fin se anima a apretar el botón.
El estruendo es menor del que esperaban los espectadores, que observan a través de las pantallas de sus cámaras cómo los viejos artefactos se desintegran en una nube de humo.
“Me ha hecho mucha ilusión hacerlo estallar. Es asombroso contemplar algo así y saber que he contribuido a destruir algo peligroso para la gente de aquí. Además, me lo he pasado bien, así que es bueno para todos”, comenta James unos minutos después de la explosión.
Su compañero Luis Valles, un ingeniero de 23 años originario de Atlanta (Estados Unidos), subraya que esta experiencia le permite entender mejor las consecuencias de la guerra.
“Había leído sobre estos problemas, pero es muy diferente cuando ves la explosión y te das cuenta de lo que sucedería si alguien pisa eso”, apunta el joven, que se lleva de recuerdo un roñoso trozo de metralla de una bomba.
Phu está convencido de los beneficios de esta combinación de turismo y ayuda humanitaria y destaca que ha servido para que algunos visitantes extranjeros lancen iniciativas propias para ayudar a las víctimas.
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