Sábado 21 de febrero de 2015
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En el siglo III d.c. Orígenes instruía sobre la enseñanza optimista y esperanzadora de la reencarnación, una enseñanza llena de consuelo. Pero en el Concilio eclesiástico de Constantinopla del siglo VI fue condenada y maldecida. No sólo se condenó la enseñanza de Orígenes, que decía que el alma ya existe antes de su nacimiento, si no que se condenó también su optimismo sobre que al final todo terminará bien.
Reconozcamos en la reencarnación una gran misericordia, ya que a través de la energía de cada día recibimos impulsos para arrepentirnos y purificar las cargas negativas que cada uno ha creado, y esto antes de que se conviertan en efectos y surja una desgracia, quizás una enfermedad. Afrontar y poner en orden lo que nos muestran los días hace que las cargas en el alma se disuelvan a tiempo y no caigamos en un golpe del destino, si no que lo solucionemos antes de que se muestre exteriormente. ¿No es entonces cada día una gran misericordia?
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