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Domingo 15 de febrero de 2015

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Cultural El Duende

Juan Quirós de carne y hueso

15 feb 2015

Jaime Martínez-Salguero

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Todo hombre nace del misterio del amor para volver al misterio del amor, después de haber convivido con los otros seres humanos y con el tiempo. Llega a la vida con una vocación, con un llamado que lo infinito le hace para ocupar un puesto en la historia, señalándole una misión que le permita desarrollarse como persona, extendiendo su ser hacia los otros, en un permanente acto de servicio a los demás; ayudando a construir historia con su circunstancia y su obra personal. Juan Quirós nació con dos vocaciones fuertemente arraigadas en su ser: la de sacerdote y la de escritor. La primera es un llamado a unirse con Dios y servirle de instrumento consagrado en la ayuda espiritual a los seres humanos; la de escritor, es un llamado para hablar al prójimo y entregarle un mensaje meditado, lleno de emoción, elaborado dentro de su ser con los dones recibidos. Para Juan Quirós, estas dos vocaciones son un puente existencial por el cual transita su profunda vida enlazando al sacerdote con el escritor; y lo hace con el común denominador del servicio, del amor y la ayuda espiritual e intelectual al prójimo.

Salido muy niño de su Cochabamba natal, se radicó con sus tíos en Oruro, donde recibió el sello del altiplano en su carácter, a veces sobrio y recatado, como son los habitantes del Ande; al par que alegre y zumbón, como corresponde a un valluno. Al sentir el llamado del Señor fue al seminario para formarse como sacerdote. Esos estudios lo llevaron a varios países: Chile, España, Italia, en los cuales entró en contacto con otras mentalidades y culturas, que fueron moldeando su personalidad universal y multifacética: sacerdote, poeta, crítico literario, promotor de cultura y de vocaciones de escritor, maestro de lectores y amigos, creador de cenáculos literarios, en los cuales nada faltaba, ni la profunda meditación y discusión filosófica, la charla literaria de análisis de ideas y posturas, amenas conversaciones sobre el fútbol y las pasiones que él despierta, las bromas y salidas llenas de humor, propias de una persona mentalmente equilibrada, etc. En suma, un hombre de iglesia, un intelectual de gabinete, y un ser capaz de vivir de manera humana en el mundo, para la eternidad.

Al estudiar las materias humanísticas, básicas para el sacerdocio, el genio travieso y festivo de Juan Quirós le hacía cometer algunas travesuras, que años más tarde recordaba compartiéndolas con los amigos. He aquí un par de ellas. Cuando el profesor de literatura les pidió a sus alumnos escribir un pareado, Juanito escribió rápidamente: “Una lágrima vertió Ruperta/ una sola, una, porque era tuerta.” La carcajada de maestro y alumnos festejó la divertida composición; luego, el profesor se sirvió de ese pareado para repasar las reglas de ese tipo de composición poética. En otra oportunidad, un profesor amante del detalle preciso pidió a sus discípulos investigar las andanzas de Colón en España, antes del descubrimiento de la América. El día del debate les lanzó la pregunta: ¿En qué viajó Colón a Valladolid para ver a los reyes? Después de un silencio de tragedia griega, uno dijo que en caballo, otro, en cabriolé, sin satisfacer al catedrático; Juan Quirós, hojeando un libro que tenía entre manos respondió: viajó en balde, profesor. El docente, enfurecido: ¿Cómo se te ocurre semejante burrada, Juan? Pero fulano, y dio el nombre de un famoso historiador, dice aquí muy claramente. “(…) en balde viajó Colón a Valladolid, pues nada consiguió…” Meneando la cabeza, el maestro festejó la broma, mientras los alumnos estallaban en carcajadas.

Desde adolescente las vocaciones de sacerdote y escritor se entrecruzaban en la mente y el espíritu de Juan Quirós, complementándose la una con la otra; pues quien ama las letras es un buscador de la verdad, y quiere comprenderla en su mayor profundidad para expresarla con la claridad y galanura propias de esos trabajos; y, quien está enamorado de la verdad deja que el Verbo, la segunda persona de la Trinidad, le hable con la lógica racional de los estudios filosófico-teológicos, a medida que también le toca con el hálito irracional surgido de Dios para reforzarlo en la fe. El joven estudiante se dedicaba con ahínco a las materias del seminario, cuanto se daba tiempo para leer, para su solaz, obras literarias ajenas a esos estudios, pues toda su vida fue un impenitente lector. Un día leyó en un periódico de Santiago de Chile la convocatoria a un concurso literario y decidió participar en él. Envió tres trabajos diferentes, con tres seudónimos distintos. Según el testimonio de Víctor Ruiz, cuando los jurados, después de fallar, abrieron los sobres para conocer los nombres de los ganadores, quedaron asombrados porque los tres premios correspondían a la misma persona: Juan Quirós García.

Concluidos los estudios menores, Juan Quirós fue enviado a estudiar filosofía y teología en la universidad de Cervera, España, donde tuvo como docentes a respetados intelectuales, como el célebre teólogo neotomista Garrigou Lagrange. Allí se formó en las disciplinas de filosofía y teología, que le ayudaron a comprender mejor lo que ya desde su niñez el corazón le decía: la fe se sostiene sobre dos pilares, tu conciencia, que te habla desde tu intimidad con la luz necesaria para orientar tu vida; y la razón que analiza, hasta donde puede, a la palabra revelada por Dios desde el fondo del misterio, para traducirla en luz que ilumine al mundo y a la vida. Durante un examen le tocó exponer la tesis de: “El tiempo y la eternidad en el pensamiento de Boecio” Concluida la disertación comenzaron las preguntas. Uno de los examinadores le dijo: ¿puede darnos un ejemplo de eternidad? Menuda pregunta. Ciertamente, la teología recurre al símbolo para explicar de esa manera los profundos problemas que toca; por lo tanto, es probable que el examinador en cuestión hubiera propuesto esa interrogación al examinando, para ver si poseía la capacidad de explicar el tema con símbolos apropiados. Juan Quirós, con la agilidad mental que poseía, repuso: dos viejas beatas, desocupadas, despidiéndose en la puerta de la iglesia. La risa de los miembros del jurado aprobó la ingeniosa respuesta, pues, la eternidad, ese misterio que nos muestra a Dios en su permanente actividad, que no comienza ni termina precisamente porque es el acto infinito de lo infinito, puede ser expresado con el ejemplo propuesto por Quirós, ya que dos viejas beatas, amigas de la conversación y del chisme, nunca terminan de despedirse, al intercambiar a cada instante una nueva murmuración que corre de boca en boca por el pueblo.

En esos estudios estaba cuando estalló la guerra civil española, y Quirós quedó atrapado en territorio controlado por los anarquistas, enemigos de la autoridad y la religión. Como el otro bando estaba integrado mayoritariamente por creyentes, los anarquistas, que antes de la contienda veían a los curas como a sus naturales enemigos, ahora los miraban como a doble enemigo, pues predicaban la autoridad de Dios; y, además, era gente que de una u otra manera podría participar en el otro frente. Por tanto había que terminar con curas y monjas. Fanatizados, enfurecidos, los milicianos anarquistas atacaron el seminario. Como la consigna era acabar con los religiosos, mientras ocupaban el local mataron a varios seminaristas y sacerdotes; a los sobrevivientes, entre los que se encontraba Quirós, los introdujeron en un bus y los llevaban a las afueras de la ciudad para fusilarlos, pero un obstáculo en el camino obligó al conductor a hacer una maniobra, que volcó el vehículo y lo hizo caer dando tumbos por la ladera de un cerro. Cuando el carro estuvo quieto, con el saldo de muertos y heridos tanto de curas como de anarquistas, según contaba, todavía con estupor Juan Quirós años más tarde, un miliciano en medio de aquel caos, maltrecho y sangrante, al borde de la muerte, enceguecido por el fanatismo, aún se daba modos para matar a los curas que estaban cerca de él. Nuestro amigo se salvó una vez más en esas circunstancias. Contuso, junto a algunos religiosos, pudo huir. Preguntando aquí, escondiéndose allá, pues los caminos estaban severamente controlados por las milicias republicanas, llegó al consulado boliviano en Barcelona, donde obtuvo el salvoconducto que le permitió salir de España y llegar a Roma, ciudad en la que, 1938, se ordenó como presbítero.

El sacerdocio y sus correrías en la España sangrante de la guerra civil, introdujeron mayor caudal de espiritualidad en el alma de Quirós, y lo hicieron muy solidario con el perseguido, sea de la línea que fuere, pues ese acosado por el odio político, es, ante todo, un ser humano, cuya vida debe ser preservada a toda costa. De esa manera, cuando en uno de los gobiernos militares del país, se enteró que una ex alumna suya del colegio Sagrados Corazones, Mirna Murillo, militante del ELN, estaba prisionera, y había la orden de hacerla desaparecer, Juan Quirós valientemente escribió un artículo en Presencia ¿Dónde está Mirna? En el que preguntaba por su paradero, dando indicios claros de que se encontraba con vida.

De esa manera la guerrillera se salvó de la muerte. ¿Esa fue la única persona a la cual Juan Quirós ayudó jugándose su seguridad y tranquilidad? No. Hubo otras más, pero para muestra basta un botón.

Una vez ordenado sacerdote fue a trabajar a Chile, donde fue pastor de almas y profesor de literatura. Allí fue bien recibido, conoció a escritores, cuya amistad cultivó, así como tuvo amigos fuera del ambiente intelectual; tenía una buena posición, pero la nostalgia de la patria, tan cercana y tan lejana al mismo tiempo, le hizo volver al terruño. Según ha publicado Carlos Coello, quien pudo rescatar varios escritos íntimos después de la muerte del crítico, en una página muy personal había escrito: (Un día) “impelido por un grito silencioso de son profundo. Era el grito de un poema de Kipling que me hizo perder el sosiego. Un grito que me hizo vacilar, porque, al cabo de un cuarto de siglo de ausencia del país, y aunque se me dio a elegir un puesto importante para mí en Estados Unidos o Europa, ese grito taladraba cada día los oídos de mi alma:

“Sube a la montaña.

Ve detrás de la montaña.

Te esperan detrás de la montaña.

Detrás de la montaña está tu lugar.”

(Coello, Carlos, Semblanza de Juan Quirós, lector impenitente. Signo 51-52, p 225)

Y decididamente retomó su lugar detrás de la montaña que separa a Chile de Bolivia, su patria. Volvió para trabajar en su doble vocación: como sacerdote y como escritor. Observó el ambiente literario, y escribió crítica literaria en diferentes periódicos, como “El Diario”, “La Nación”. Se dio a conocer como crítico serio y severo, que el ambiente acogió con respeto; pero, fundamentalmente fue el creador de “Presencia literaria,” desde donde difundió el arte y el pensamiento bolivianos, y auspició el nacimiento literario de muchos autores, hoy notables, como Pedro Shimose, Jesús Urzagasti, Oscar Rivera Rodas, Norah Zapata Prill, Raúl Rivadeneira y otros más. “Presencia Literaria” es hoy un sitio de consulta obligatoria para los investigadores que buscan la producción literaria de Bolivia de los años cincuenta a los dos mil. En las columnas de Presencia Literaria y de SIGNO, la revista fundada, dirigida y financiada por Juan Quirós, se daba cabida a todo joven escritor, sin censuras ni retaceos, tanto, que en cierta oportunidad, el director de la publicación tuvo problemas con el gobierno militar de entonces y con el Comité Cívico de Santa Cruz, porque un joven escritor publicó un cuento, que no fue del agrado de algunos políticos, quienes esperaban la ocasión para tomar represalia por las actitudes del sacerdote escritor. No obstante eso, la posición generosa del director de la publicación no varió hasta el día de su muerte.

Si bien escribió poesía, género en el que publicó un libro: “En la ruta del alba”, sobre todo fue crítico literario. No creía en la crítica que algunos han llamado “científica,” sino en la apreciación humana que hace quien está dotado de suficientes herramientas literarias y de buen gusto, porque simplemente el ser humano, es, siempre, personal, único, irrepetible, dotado de inteligencia y libertad capaz de construir una obra de manera diferente a la de los otros; lo que significa que cada novela, poema, obra de teatro, etc. tiene un toque especial, respira la atmósfera en la que vive el autor, de ahí que la mentalidad y el estilo son de esa persona; y, el autor, que la ha ido madurando poco a poco, quiere entregar su mensaje a los demás porque su contenido le quema las entrañas, ya que lo ha cocinado en el fuego de su vida. Al dar a luz un libro, en realidad le entrega al lector un pedazo de su vida. La labor del crítico consiste en mostrar tanto al autor como al público las virtudes y defectos que esa obra tiene; ponderar la valía o la intrascendencia del mensaje. En suma, servir de guía y consejero en la bolsa de los valores literarios. Juan Quirós hace una crítica personal, aquella que le ha ido surgiendo a medida que se adentraba en la obra; la arma con su bagaje intelectual, encerrándola en su riqueza espiritual, de ahí que en su comentario hay enseñanza al par que hay humor; hay llamadas de atención, para que el autor enmiende los yerros que disminuyen la calidad de su obra, antes que para avergonzarlo. Quizá por eso hubo gente que no la ha comprendido. Juan Quirós era humano, encerrado en los límites de la finitud y la imperfección, como todos los hombres. Todos tenemos límites en nuestra capacidad y podemos equivocarnos; si no fuera así, no seríamos humanos. Desgraciadamente hubo quienes, hinchados de soberbia, pagados del inmenso valor que creen llevar dentro de sí mismos, se sintieron ofendidos, y airadamente le salieron al paso, insultándolo y pidiéndole cuentas por sus juicios literarios. Hubo polémicas, en las que esos tales no salieron bien parados; pero el rencor, y aún, el odio al crítico les envenenó el alma, y lo denostaron a todo trance, en todas partes. ¿Qué grande hombre no tiene enconados enemigos gratuitos? Parece que ese es el precio de la grandeza. Sin embargo, en otras oportunidades, hubo quienes, una vez serenados los ánimos de la polémica, se hicieron amigos de Juan Quirós, y la conservaron durante toda su vida.

Es de sentido común que ninguna persona ha podido rezar un responso ante su propia tumba; pero la vida tiene caminos impredecibles, y a veces nos coloca en situaciones inverosímiles, detrás de las cuales suele esconderse una lección espiritual; o bien late un profundo llamado que nos conecta con lo infinito misterioso envolviéndonos con sus insondables brumas, y quedamos perplejos. Juan Quirós era un viajero curioso, ávido por visitar los sitios más recónditos que le llamaran la atención en una ciudad. En un viaje a San José de Costa Rica, caminaba por las calles admirando aquella ciudad, cuando se encontró en las cercanías de un cementerio. Visitar camposantos no es precisamente una común actividad turística, pero algo lo llamaba desde ese lugar, y entró a la necrópolis; anduvo por ahí mirando con ojos de paseante los jardines y frondosos árboles del lugar, cuando, de pronto, sus ojos se posaron en una lápida: “Aquí reposa Juan de Dios Quirós García” ¿Cómo? ¿He leído bien? Y volvió al texto de la tumba. Sí, ahí, no cabía duda, en grandes letras de bronce estaba escrita su identificación ante Dios y ante los hombres, con todas las señales del linaje recibido de sus progenitores, y que le marcaban el alma con el sello del bautismo, para que no le cupiera duda alguna. Ahí, ante sus atónitos ojos estaba enterrado él: Juan de Dios Quirós García. ¿Qué sintió nuestro amigo en ese especial momento que la vida le entregaba? Nadie lo sabe. Lo que monseñor narraba entre conmocionado y divertido, dado su carácter, fue, que, con todo respeto rezó las oraciones que se dicen en el responso, pidiéndole al Señor tuviera piedad por el alma del hombre que reposaba en la sepultura, y a quien lo unía la ligadura de tener los mismos nombres y apellidos que él llevaba. Luego, todavía conmovido, rezó para sí mismo, y meditabundo, salió del lugar.

Los años fueron socavando la salud de Juan Quirós. En apariencia todo estaba bien, pero bajo su piel se deslizaba el río de la muerte, cada vez con mayor caudal, comiéndose los cimientos materiales de su vida; y un día, estando solo en su departamento del edificio Alameda, se sintió desfallecer; supo que estaba frente al abismo que separa al tiempo de la eternidad. Vio que a ese oscuro precipicio lo cruza un puente, al principio oscuro, pero que luego se hace claro, tan claro y resplandeciente que el alma se encuentra ante una vivísima luz que lo deslumbra, ante un resplandor que ilumina todo su ser, que le habla con amor, con fidelidad, con firmeza, pidiéndole, en ese duro trance: amor, fidelidad, firmeza, para luego caer en los brazos abiertos de Dios, que esperan a quienes caminan por la ruta de la muerte que se hace vida, vida plena. ¿Qué pasaba en el espíritu de Juan Quirós? Solo Dios lo sabe, pero posiblemente fue El quien impulsó a Raúl Rivadeneira, uno de los amigos del maestro, para que a esa aciaga hora llegara a la casa de Quirós, lo socorriera, llamara a un médico amigo de ambos, y, juntos lo llevaran a una clínica, donde al amanecer del otro día, con paso seguro, ingresó definitivamente en el puente que separa al tiempo de la eternidad, lo cruzó atendiendo el llamado del Padre que lo quería tener por siempre en su amorosa presencia.

Como nos dice Nietszche, hay hombres que han nacido póstumos. El hoy no les pertenece; el mañana, tampoco; pero el pasado mañana será suyo; y, a Juan Quirós le ha de llegar ese “pasado mañana” del reconocimiento a su obra intelectual, convertido, eso sí, en el presente continuo donde viven los grandes.

* Jaime Martínez-Salguero

Sucre, 1936.

Académico de la Lengua.

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