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Domingo 15 de febrero de 2015

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Cultural El Duende

Humano, demasiado humano

15 feb 2015

Friedrich Nietzsche

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La fábula de la libertad inteligible

La historia de los sentimientos por los que responsabilizamos a alguien, y, en consecuencia, de los llamados sentimientos morales, atraviesa estas fases principales: Primero se da a actos aislados el calificativo de buenos o malos, sin atender a sus motivos, sino exclusivamente a las consecuencias útiles o perjudiciales que reporten a la comunidad. Sin embargo, pronto se olvida el origen de esos calificativos, e imaginamos que los actos en sí, independientemente de sus consecuencias, implican la cualidad de “buenos” o “malos” cometiendo el mismo error que cuando llamamos dura a la piedra y verde al árbol; es decir, tomando la consecuencia por causa. Después referimos a los motivos el hecho de ser buenos o malos, y consideramos que los actos son en sí mismo indiferentes. Dando un paso más, calificamos de bueno o de malo no ya a un motivo aislado, sino a todo el ser de un hombre, que genera el motivo como el terreno que producen una planta. De este modo, responsabilizamos sucesivamente al hombre primero de las consecuencias de sus actos, luego de sus actos, después de sus motivos y, por último, de su propio ser. Finalmente descubrimos que dicho ser no puede ser responsable, dado que es una consecuencia absolutamente necesaria y configurada por elementos e influencias de cosas presentes y pasadas, y que, por consiguiente, el hombre no es responsable de nada: ni de su ser, ni de sus motivos, ni de sus actos, ni de las consecuencias de estos. Así llegamos a admitir que la historia de las valoraciones morales es también la historia de un error: el error de la responsabilidad, y ello porque se basa en el error de la voluntad libre. Schopenhauer oponía a esto el siguiente razonamiento: como ciertos actos producen pesar (“conciencia de culpa”) ha de haber responsabilidad, pues dicho pesar no tendría ningún motivo, a no ser que todos los actos del hombre se produjesen necesariamente –como efectivamente sucede, según opina este filósofo–, aunque Schopenhauer niega que el hombre sea también por necesidad el hombre que precisamente es.

Basándose en ese pesar, Schopenhauer cree poder probar la existencia de una libertad que el hombre debe haber tenido de algún modo, no con respecto a los actos, sino con respecto al ser: libertad, pues, de ser de esta o de aquella manera, no de obrar de este o de aquel modo. Según él, del esse, el campo de la libertad y de la responsabilidad, se sigue el operari, el campo de la causalidad, de la necesidad y de la irresponsabilidad. Este pesar se podría referir, en apariencia al operari –y en este sentido sería erróneo–, pero, en realidad, al esse, que sería el acto de una voluntad libre, la causa fundamental de la existencia de un individuo. El hombre sería lo que quisiera ser, su voluntad sería anterior a su existencia. Al margen del absurdo de esta última afirmación, hay aquí un error lógico consistente en deducir de la experiencia del pesar la justificación y la aceptabilidad racionales del mismo; solo en virtud de este error lógico, llega Schopenhauer a la fantástica conclusión de que existe la llamada voluntad inteligible. (Platón y Kant son igualmente cómplices de que haya aparecido esta fábula). Pero el pesar que sigue al acto no necesita basarse en razones, y hasta cabe decir que no puede hacerlo, dado que se funda en el supuesto erróneo de que el acto no habría podido producirse de un modo necesario. Por consiguiente, el hombre experimenta arrepentimiento y remordimiento, no porque sea libre, sino porque se considera tal. Por otra parte, podemos perder el hábito de experimentar ese pesar; muchos hombres no lo experimentan en modo alguno tras la realización de actos que a otros sí les apenan. Se trata, pues, de algo muy variable, vinculado a la evolución de la moral y de la civilización, y que posiblemente no se dé más que en un periodo relativamente corto de la historia universal. Nadie es responsable de sus actos, como tampoco lo es de su ser; juzgar equivale a ser injusto, y esto vale también para el individuo que se juzga a sí mismo. Aunque esta proposición es tan clara como la luz del sol, todo hombre prefiere regresar a las tinieblas y al error, por miedo a las consecuencias.

La doble prehistoria del bien y del mal

El concepto de bien y de mal tiene la doble prehistoria siguiente: primera, en el alma de las tribus y de las castas señoriales, se llama bueno a quien puede pagar en la misma moneda, bien por bien, mal por mal, y así lo hace en efecto, a quien muestra, pues, gratitud y venganza; se considera malo al impotente que no puede pagar con la misma moneda. En calidad de bueno, se pertenece a la categoría de los “buenos”, a una comunidad de espíritu de cuerpo, en la que todos los individuos se sienten vinculados entre sí por un espíritu de represalia. En calidad de malo, se pertenece a la categoría de los “malos”, a un gentío de hombres esclavizados e impotentes, que no tiene espíritu de cuerpo. Los buenos son una casta; los malos una masa semejante al polvo. Durante cierto tiempo, bueno y malo equivalen a noble y villano, a amo y esclavo. Al enemigo, por el contrario, no se le considera malo, porque puede pagar con la misma moneda. En las obras de Homero, buenos son tanto los troyanos como los griegos. Se considera malo, no a quien nos causan un daño, sino al que es despreciable. En la comunidad de los buenos, el bien es hereditario; es imposible que un terreno tan bueno produzca un individuo malo. Si, pese a todo, uno de los buenos hace algo indigno de estos, se recurre a una excusa: por ejemplo, se culpa a un dios de cegar o de inducir a error al bueno. Segunda, en el alma de los oprimidos e impotentes. En ella se considera que todo hombre es hostil, falto de escrúpulo, explotador, cruel, pérfido, ya sea noble o villano; malo es el calificativo característico del hombre, y hasta de todo ser vivo cuya existencia se presupone, incluyendo a un dios. Humano y divino equivalen a diabólico y malo. Se reciben con angustia las manifestaciones de bondad, la caridad y la compasión, por ser consideradas maldades, preludios de un terrible desenlace, formas de confundir y de engañar, en pocas palabras, maldades refinadas.

De individuos con esta disposición de ánimo apenas si puede surgir una comunidad, y en todo caso lo hará en su forma más rudimentaria. De esta forma, donde impera esta concepción del bien y del mal los individuos, sus tribus y sus razas caminan hacia su perdición. Nuestra moral actual se ha desarrollado en el terreno de las tribus y de las castas señoriales.

* Friedrich Nietzsche.

Alemania, 1844-1900.

Filósofo, poeta y músico.

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