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Domingo 15 de febrero de 2015

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Cultural El Duende

El corazón pensante

15 feb 2015

H. C. F. Mansilla

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Primera de tres partes

Tomo prestado este título de George Steiner, quien en 1999 escribió un hermoso texto sobre la correspondencia entre Martin Heidegger (1889-1976) y Hannah Arendt (1906-1975), publicada poco antes. Dice Steiner como conclusión de su ensayo El mago enamorado: “Pedro Abelardo [1079-1142] también escribió poesía. El paralelismo es obligado. Bien pudiera ocurrir que en los próximos siglos las epístolas entre Abelardo y Eloísa y las cartas entre Heidegger y Arendt se comunicaran unas con otras, iluminándose recíprocamente y levantando, en sus órbitas cruzadas, una cosmografía del corazón pensante”.

La importancia de Martin Heidegger y Hannah Arendt es muy conocida como para volver a evocarla en pocas palabras. Una vinculación amorosa y apasionada entre dos portentos de la filosofía es, por supuesto, un tema de enorme interés. La relevancia de Heidegger ha crecido en las últimas décadas con el despliegue espectacular del postmodernismo y de teorías afines. Por ejemplo: una curiosa combinación de la doctrina heideggeriana con el marxismo ha generado en América Latina la llamada Filosofía de la Liberación, cuyo exponente más conocido es Enrique Dussel. Ya en 1959, mucho antes del florecimiento de las tendencias relativistas, Jürgen Habermas dedicó uno de sus primeros textos a la influencia de la filosofía heideggeriana, y haciendo un juego de palabras aseguró proféticamente que el renacimiento de este pensamiento vendría de la resistencia francesa contra el nazismo.

La oscuridad de los textos de Heidegger ha sido un poderoso ingrediente para fundamentar el dogma acerca de la profunda originalidad y la eximia calidad de la filosofía de este maestro, precisamente en nuestro tiempo, signado por la ciencia y la tecnología. Hoy mucha gente inteligente, que está a la intemperie en lo referente a los valores últimos de orientación, busca como compensación un saber esotérico, arcaizante y misterioso. Y como dice Steiner en su ensayo, “Heidegger parece dominar, si bien de un modo polémico e incluso enigmático […], gran parte del espectro de la filosofía en el siglo que ahora termina y en los siglos venideros”. La influencia intelectual de Heidegger es simplemente mundial y traspasa, como afirma Steiner, los límites de sus propios escritos para arrojar su luz y su sombra sobre casi todos los terrenos del saber, desde la arquitectura y las artes hasta los estudios sobre las nefastas consecuencias de la tecnología desbocada. Y añade Steiner que el existencialismo, la deconstrucción y la postmodernidad son, en el fondo, comentarios y notas a pie de página de su obra cumbre Ser y tiempo (1927).

Pudiendo equivocarme fácilmente, desde mis tiempos estudiantiles en Alemania (1962-1974) me ha parecido que la fascinación que ejerce Heidegger es algo así como una brillante tomadura de pelo, con rasgos de un fraude erudito y de un culto religioso, que, en el fondo, se asienta sobre un horizonte de prejuicios antiguos y bien enraizados. Precisamente por ello esta seducción de las consciencias representa un asunto fundamental en las ciencias sociales: ¿Cómo es posible que textos esotéricos y abstrusos logren interesar y obnubilar a tanta gente en tan diferentes latitudes? En la universidad estudié las obras centrales de la Escuela de Frankfurt y especialmente las de Erich Fromm, y por ello me han interesado vivamente los regímenes políticos que se basan en el deslumbramiento de las masas y en la utilización de los prejuicios de vieja data, pero también en la manipulación del espíritu de gente culta. Algo así, pero de dimensiones más reducidas, generan los sistemas populistas de la actualidad latinoamericana con la ayuda entusiasta de intelectuales que se han formado leyendo a Dussel y a autores postmodernistas. En su libro ¿Qué es la política?, Hannah Arendt ha expuesto un interesante teorema en torno a esta problemática: la efectividad, pero también la peligrosidad de los prejuicios colectivos se basa en que estos contienen siempre un trozo del pasado y, por lo tanto, una porción de verdad en sentido enfático para la comunidad respectiva. El analizarlos, y aún más el cuestionarlos, significa poner en duda esa verdad. Los ideólogos del fascismo y los defensores del populismo han construido sus ideologías sobre un astuto remozamiento de esos prejuicios.

La utilización interesada y a menudo politizada de textos heideggerianos no ha hecho mella en la autoridad del gran maestro. Por el contrario, ahora tenemos la impresión, afirma Steiner, de que los fragmentos presocráticos representan una especie de oscuro comentario posterior a la obra heideggeriana. Platón, Aristóteles, Santo Tomás de Aquino y, obviamente, Schelling, Nietzsche y Husserl emergen hoy avant la lettre como glosadores y epígonos del maestro. Hasta ensayistas muy críticos con su persona y obra, como el propio Steiner y Rüdiger Safranski, han dedicado a Heidegger voluminosos retratos intelectuales lindantes con la gran literatura. Todos los postmodernistas son impensables sin Heidegger. Y entonces se pregunta un Steiner azorado: “¿Algún otro pensador occidental posterior a Hegel ha ejercido, para bien o para mal, un dominio tan absoluto?”.

Al mismo tiempo es casi imposible separar totalmente la persona y obra de Heidegger de su implicación con el nacionalsocialismo alemán. Su involucramiento fue probablemente inferior al de miles de intelectuales de Europa Occidental con el stalinismo y posteriormente con el maoísmo y con otras modas de la izquierda-caviar hasta nuestros días. El caso emblemático ha sido Jean-Paul Sartre, de alguna manera el discípulo más ilustre de Heidegger. La actuación de este último durante los primeros tiempos del nacionalsocialismo alemán a partir de enero de 1933, así como su silencio después de 1945, le provocaron a Steiner “una náusea muy especial”, porque hay que preguntarse, nos dice, si las dimensiones de la obra, el aura de su personalidad y el núcleo del pensamiento heideggeriano estarían o no contaminados hasta la raíz. En su notable obra titulada escuetamente Martin Heidegger. Una introducción, el gran ensayista que es George Steiner dedica largas páginas de una crítica severísima al gran filósofo por su “estridente apoyo” al régimen de Hitler en 1933-34 y no le perdona que poseyera un carnet de miembro del partido nazi hasta mayo de 1945 y que se esforzara por pagar las cuotas mensuales del mismo cuando las tropas francesas ya habían ocupado y liberado Friburgo. Asimismo le duele profundamente “la infinitamente extraña utilización del silencio” que el maestro practicó tras la caída del Tercer Reich, también en todo lo referente al Holocausto. Seguidamente asevera Steiner que Heidegger, “este titán del pensamiento y la poesía”, cometió el desliz (o el imperdonable pecado) de comparar la agricultura intensiva y la producción industrial masiva de la Alemania hitleriana con el funcionamiento cotidiano de Auschwitz. Uno de los discípulos más fieles, Walter Biemel, halló la fórmula mágica para explicar este “asunto”, afirmando que el “error” de Heidegger era similar a la equivocación de Platón al apoyar al tirano de Siracusa y, por consiguiente, algo disculpable.

Creo que Steiner estuvo y se halla todavía muy apesadumbrado por la ambigüedad de su admirado filósofo. En el ensayo arriba mencionado, nuestro autor asegura que Ser y tiempo es una genuina recreación de la lengua alemana, la más importante después de Martín Lutero. Dice Steiner a la letra: “De acceso extremadamente difícil incluso para quienes tienen el alemán como lengua materna, aunque directamente relacionado con Meister Eckhardt y el último Hölderlin, el lenguaje de Ser y tiempo ha producido una serie interminable de malentendidos e imitaciones vulgares, sobre todo entre los acólitos franceses, desde El ser y la nada de Sartre hasta los carnavales de la deconstrucción. Pero hasta una lectura inadecuada comunica una sensación de urgencia, de presión exultante de la que en la filosofía moderna existen pocos antecedentes fuera de Friedrich Nietzsche y, extrañamente, del primer Wittgenstein”.

Continuará.....

* Hugo Celso Felipe Mansilla

Doctor en Filosofía.

Académico de la lengua

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