Si es verdad, como se dice, que el hombre es voluntad y que para él “querer es poder”, no hay nada más frustrante que la impotencia, el no poder realizar lo que uno quiere y cree que es justo hacer. La impotencia es una palabra de origen latín que se diferencia de la imposibilidad: esta última es más objetiva (como la imposibilidad de residir simultáneamente en dos ciudades), la primera es más subjetiva (como el tener que acatar resoluciones desatinadas del TSE) y suele conducir a la frustración.
Hay diferentes formas de impotencia en la vida del hombre y en la coyuntura que nos toca vivir. Algunas de ellas se pueden gambetear, más que vencer, como la popular impotencia sexual, gracias a la milagrosa tableta azul.
Considerando el momento actual, la primera impotencia que se me ocurre es ante el abuso de poder de parte de fiscales, más “quispes” que “santos”, quienes amparados en su efímero cargo, llegan a cometer abusos y delitos, enlodando así a toda una institución que apenas logra sacar unos pelos de su cabeza del lodo. En este caso el antídoto a la impotencia son los medios de comunicación independientes, un antídoto que vuelve “impotentes” hasta a los campeones del mal uso del poder.
Me invade la impotencia ante los hechos de corrupción, particularmente cuando vienen de personas o sectores en los cuales están puestas las esperanzas y expectativas del pueblo. Concretamente, la corrupción en Petrobras, otrora una de las empresas-símbolo de Latinoamérica, revela lo que era un secreto a voces: la podredumbre del Partido de los Trabajadores (PT), tolerada y encubierta por su sobredimensionado líder Lula Da Silva. Es la triste herencia que Dilma Rousseff está asumiendo y combatiendo con un costo político elevadísimo.
Hay una impotencia generalizada ante el actuar irresponsable y derrochador de alcaldes transitorios, una figura que, replicada para el cargo presidencial, podría llevar al despeñadero a un Estado. De modo que si la transitoriedad no es buena para el gobierno nacional ¿por qué habría que mantenerla en el caso de los gobiernos sub-nacionales? Definitivamente nuestra CPE muestra profundas arrugas llegando apenas a la edad escolar.
Ni qué decir de la impotencia ante las ridículas resoluciones de los inefables tribunos electorales, quienes aplican a su antojo (o, mejor dicho, al antojo de sus mandantes) las confusas, imprecisas y contradictorias disposiciones legales electorales, las cuales revelan, a su vez, la calidad de los “destacados” juristas del Gobierno. En este caso el antídoto es votar en conciencia, denunciar la incompetencia y sumisión del árbitro electoral y precipitar su cambio por el bien de la democracia.
En el ámbito internacional, ¿a quién no le produce impotencia el salvajismo de los combatientes del Estado Islámico? Son situaciones que nada tienen que ver con la guerra y las convenciones que intentan volverla menos inhumana, sino que producen la tentación de “resolver” esos asuntos con las mismas armas de los asesinos, cuando esta actitud sólo logra incrementar la espiral del mal. Es el caso de la reacción de Jordania después de que un piloto suyo fuera quemado vivo por ISIS. ¿Qué hacer, entonces? No hay otro camino que la vía diplomática que aísle a esos manipuladores del Islam, corte sus fuentes de financiación y los reduzca militarmente gracias a la amenaza de una contundente fuerza internacional, liderada por las NN.UU., hasta su rendición.
Para terminar, con el ánimo de evitar cualquier equívoco, garantizo a mis amigos que el título de esta columna no fue inspirado en absoluto por mi reciente cambio de estado civil. ¡Qué tengan todos un sano Carnaval!
(*) Es físico
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