En el calendario que rige toda nuestra actividad, febrero, el segundo mes del año, es el de menos días, además en el caso nuestro con más feriados incluyendo nuestra celebración cívica y los días de Carnaval que por razones obvias incluyen unos “medios” feriados antes y después del gigante evento que altera el desarrollo de las actividades regulares.
Para los costos de operaciones especiales es sin embargo un mes prodigioso pues permite algunas actividades extras que reditúan algunas ganancias sino extraordinarias, por lo menos paliativas a los gastos de fin de año, a las obligaciones del inicio de clases y el gasto extraordinario en las listas de útiles escolares, uniformes nuevos y material bibliográfico especial, a lo que se debe sumar el presupuesto especial del Carnaval, con particular atención si se trata de uno o más miembros de la familia que son parte de grupos folklóricos y quien sabe si también son anfitriones de distinguidos visitantes.
Pero el hecho más notorio en la alteración de las cotidianas labores se da en todo el ajetreo que significa la preparación del escenario de Carnaval, la compra de metros lineales, el armado de graderías y por ese efecto el corte de la circulación de varias líneas de transporte público, creando caos y molestias a los vecinos, trabajadores, amas de casa y estudiantes.
El mes más corto es también el que más basura acumula, ensucia las calles, deja en pésimas condiciones varios lugares de la ciudad, donde no siempre hay instalados sanitarios químicos y menos basureros, por lo mismo la basura que no alcanza a ser retirada en cuestión de horas, se expande por las calles especialmente del centro causando una imagen caótica y hasta peligrosa.
En el mes más corto, los problemas se hacen grandes, pues si desde días antes del Carnaval se altera el tráfico vehicular y peatonal esa situación persiste hasta muchos días después del jolgorio, cuando se produce el desarmado de las graderías, el retiro de esas estructuras y naturalmente el barrido y en su caso hasta el lavado de las calles de la ciudad.
Hay que tomar en cuenta que la celebración se extiende otra semana, por lo menos en parte de la ciudad, donde se vive otro carnaval el de “tentación”, que igualmente complica avenidas, plazuelas y calles que se hacen intransitables y son parte del antruejo que mantiene tradiciones y ciertas costumbres arraigadas en nuestra población, una que además gasta sus ahorros en estruendosos espectáculos artísticos, como faceta de cierre del carnaval.
Hay problemas materiales de magnitud cuyo efecto se siente en los siguientes meses, pero que como son parte de un admitido y permisible proceso con mezcla de devoción, tradición y resignación, se compensa con la fe y esperanza de recibir más de lo gastado y así, cada año, si el Carnaval cae en febrero, los días hábiles son menos y la productividad también.
Vale la pena que ante este tipo de contingencias, las autoridades locales, los dirigentes de instituciones propias de la festividad dispongan condiciones más ágiles y prácticas para devolverle a la ciudad su regular cotidianidad, es decir retirando graderías, limpiando las calles y regulando de mejor manera el uso de nuestras arterias con resabios de algunas demostraciones añadidas fuera de lugar a la ya prolongada festividad del Carnaval de Oruro.
Fuente: LA PATRIA
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