El Carnaval de Oruro hunde las raíces de su expresión devocional en torno a María Santísima. Hay que recordar una vez más que “sin duda, Nuestra Señora del Socavón es la más bella” de las pinturas de la Virgen de la Candelaria que se hicieron en su tiempo en el Altiplano boliviano, imagen “con la que los primeros evangelizadores anunciaron a Cristo en estas tierras… con el fin de reemplazar los numerosos cultos andinos arraigados en la zona”, a partir del cual se fue desarrollando esta manifestación folklórica-devocional, en una expresión singular, ostentando hoy el muy merecido título otorgado por la Unesco al Carnaval orureño: “Obra Maestra del Patrimonio Oral e Intangible de la Humanidad”.
“La decisión de partir hacia el santuario ya es una confesión de fe, el caminar es un verdadero canto de esperanza, y la llegada es un encuentro de amor. La mirada del peregrino se deposita sobre una imagen que simboliza la ternura y la cercanía de Dios. El amor se detiene, contempla el misterio, lo disfruta en silencio. También se conmueve, derramando toda la carga de su dolor y de sus sueños. La súplica sincera, que fluye confiadamente, es la mejor expresión de un corazón que ha renunciado a la autosuficiencia, reconociendo que solo nada puede. Un breve instante condensa una viva experiencia espiritual. Allí, el peregrino vive la experiencia de un misterio que lo supera, no sólo de la trascendencia de Dios, sino también de la Iglesia, que trasciende su familia y su barrio. En los santuarios muchos peregrinos toman decisiones que marcan sus vidas. Esas paredes contienen muchas historias de conversión, de perdón y de dones recibidos que millones podrían contar” (Documento de Aparecida, ns. 259-260).
En ese orden, encomiable el gran esfuerzo de la Diócesis local -al mando del Obispo de estos últimos años junto a sus sacerdotes- a fin de fortalecer el aspecto devocional de los bailes folklóricos, acompañando a cada uno de los grupos durante el tiempo precedente a la Peregrinación de Sábado de Carnaval, para dignificar devocionalmente el baile devocional.
Elogiable desde todo punto de vista, también, el gran esfuerzo de los organizadores folklóricos en todos sus estamentos, el sacrificio material y físico de los miles de danzarines.
Así, ¿no está usted entusiasmado con este espectáculo?, ¿no le emociona la fe de nuestro pueblo? Dos preguntas decisivas de parte de los actores, ya religiosos, ya folklóricos.
Cierto, “la religiosidad popular es una expresión privilegiada de la inculturación de la fe. No se trata sólo de expresiones religiosas sino también de valores, criterios, conductas y actitudes que nacen del dogma católico y constituyen la sabiduría de nuestro pueblo, formando su matriz cultural” (Documento de Santo Domingo, Nº. 36).
Por lo mismo, no todo son luces, hay también sombras; y no se trata de juzgar, ya que esa función le corresponde solo a Dios, a mí sí me compete poner sobre el tapete esas sombras que opacan la pureza de intención de la Peregrinación al Santuario de la Virgen María, para meditarlas y sacar para mí algunas valiosas conclusiones, y no diré que todo es hipocresía o figuración, pero sí que es difícil conciliar unas manifestaciones semejantes de piedad popular con evidentes excesos que se dan, sobre todo entre los espectadores.
Distingamos: hay una parte excelente, plausible, divertida y hasta artística: los ritmos, las danzas seculares, la música, las coreografías, la alegría propia de quien goza de los beneficios de Dios en la línea de la rectitud y de la decencia.
¿Quién puede estar en contra de los magníficos grupos folklóricos, sus ritmos, sus vestimentas, sus interpretaciones, sus recuerdos de páginas importantes de nuestra historia?
Pero lamentablemente ésa es sólo una parte. Cuando el último ensayo general de los grupos folklóricos pasaba por el centro de la ciudad en el “Último Convite”, faltando 15 minutos para las 2 de la madrugada del lunes, la estampida del público que había permanecido hasta esa hora a lo largo del recorrido fue escalofriante. Gritos de miles de hombres y mujeres, peleas, abusos de todo orden, hombres y mujeres, adultos y jóvenes.
Era el abuso del alcohol que había producido dicho efecto, porque el alcohol reduce a autómatas a personas de valer que se inutilizan en sus garras. La vida nocturna está encadenada sin lugar a dudas al consumo de alcohol, sustancias y erotismo. Borracheras que se multiplican en este tiempo, con las orgías callejeras, las desnudeces, los abusos y las violaciones, las ruinas de la salud de los individuos, de las economías de muchas familias, las agresiones a los familiares por parte de los ebrios, los accidentes de circulación a causa de los conductores embriagados, la impudicia generalizada. Es decir el caos, ¿un caos sin responsabilidad social?.
Por eso si alguien me preguntara: “¿No le emociona la fe de nuestro pueblo?, preferiría contestar con una sonrisa de conmiseración: es que la realidad me dice lo contrario.
(*) Director Nacional Pioneros de Abstinencia Total
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