A raíz de la caída del precio del petróleo, muchos analistas, políticos, organismos internacionales y la sociedad manifestaron su preocupación por este acontecimiento económico. Llama la atención el enfoque altamente negativo con el que se maneja esta temática, por el cual se afirma que el Estado podría verse totalmente afectado por una disminución de los recursos provenientes de los hidrocarburos.
Este hecho genera incertidumbre, puesto que en estas circunstancias pronosticar el comportamiento del precio del petróleo no responde a cálculos de una ciencia exacta, sino (me atrevo a decir) a los designios del oráculo, que además de la oferta y demanda considera el juego de otro tipo de intereses.
A pesar de los pronósticos del Banco Mundial, que señala que el precio del petróleo podría mantenerse bajo durante este año y apenas en el 2016 se produciría una recuperación marginal; así como del Fondo Monetario Internacional, que considera que existen fuertes factores para que el precio del petróleo tienda a la baja, no sería posible atravesar un holocausto económico en nuestro país. Para ello, veamos el comportamiento de las recaudaciones tributarias en términos reales.
En base a publicaciones del Ministerio de Economía y Finanzas Públicas, se puede obtener algunos datos que muestran que en los 10 últimos años (2004-2013), el crecimiento real de las recaudaciones (sin incluir el Impuesto Directo a los Hidrocarburos-IDH) ha tenido un crecimiento promedio de 9,3%, porcentaje que duplica la tasa promedio de crecimiento del Producto Interno Bruto real que alcanzó a 4,9%.
Así por ejemplo, el dinamismo del motor interno de la economía se ve reflejado en un número creciente de empresas constituidas y activas, las cuales en 2006 alcanzaban a un total de 23.081, mientras que a noviembre de 2014 ese número pasó a 141.481 empresas, es decir, seis veces más que en la gestión 2006.
Estos datos denotan que el desarrollo de la actividad interna se va constituyendo en un pilar fundamental en la economía nacional, más allá de los recursos provenientes de la explotación de los recursos naturales.
En este escenario, considero oportuno retrotraer a un economista que estudió el comportamiento del ciclo económico, me refiero a Joseph Alois Schumpeter. De manera sintética, rescatar de su análisis que las crisis económicas no son malas para el sistema capitalista; sino, benéficas.
Visto de esa manera, un período de crisis sería la oportunidad para analizar y repensar en nuevas formas de producción a fin de contrarrestar sus efectos. Según Schumpeter, esto sería posible por medio de una “destrucción creativa” realizada por empresarios emprendedores quienes por medio de la innovación (tecnológica) desplazarían a las viejas tecnologías.
Entonces, si realizamos una abstracción positiva del enfoque schumpeteriano, la destrucción creadora no sólo debería permitir apuntar a realizar un cambio tecnológico en el proceso productivo, sino que además ser pretexto para constituir otras fuentes de generación de recursos para los entes públicos y/o privados, sean empresas o personas.
Ante la zozobra que pareciera haberse apoderado de propios y extraños, se esperaría que los empresarios innovadores así como el propio Estado generen alternativas creativas orientadas a impulsar una mayor diversificación productiva interna, que coadyuvarán a que el país no se nos muera ante la falta de ingresos por la explotación de los recursos naturales, como sucedía en la década de 1980.
Finalmente, para levantar los ánimos y guardar las esperanzas, mal no haría escuchar una canción escrita por Rodolfo Páez (Fito) que en su letra versa: ¿Quién dijo que todo está perdido?
(*) Economista
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