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Domingo 01 de febrero de 2015

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Cultural El Duende

BARAJA de TINTA

Sobre el dolor en la vida y la literatura

01 feb 2015

De Franz Tamayo a Jaime Mendoza (Primera de dos partes)

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La Paz, 8 de abril de 1912

Mi querido amigo:

No he podido responder a su última carta por la simple razón de que la política me ha embargado todo el tiempo (escaso ya) que me dejan libre mis otros negocios. Realmente, una avalancha cae sobre su pobre amigo desde hace tres meses. Esperemos que el 5 de mayo acabarán o bien o mal estas molestias.

Su carta me ha causado el máximo placer. Otra vez he visto por ella cuánto de sólidamente humano y natural hay en usted. Esto es tanto más interesante para mí cuanto que creo que para hacer obra de arte se necesita así, una profunda humanidad de sentimiento y una grande sinceridad de expresión. Lo peor, el academismo y el literateo. Pienso en todo esto después de haber leído su libro (recién). ¿Qué le diré de ese paisaje y de aquellas humanidades tan vivamente trazadas y tan tomadas de natural? Se entiende, su libro es un buen libro; pero a título de sinceridad invocada para usted como para mí, le diré que, si excelente libro, no es ni será amigo mío.

Fíjese que mi padre (gran conocedor de estas cosas) está encantado del nuevo artista; y yo soy el primero en rendir el más sincero homenaje a sus talentos de observación y descripción… pero el libro no me gusta. Primero desde el punto de vista sentimental y personal, la vida que describe usted, tan profundamente real como es, me hace daño. Dicen que Goethe no podía soportar la vista de las tristezas y las miserias: sin osar comparaciones temerarias con mi humilde persona, yo comparto muy frecuentemente esta sensación del grande maestro. En la medida de lo posible, yo aparto mis ojos de todo espectáculo en que la pobreza y la pequeñez humanas aparecen demasiado al desnudo. Tal vez me digo: bastantes miserias tengo ya propias para contemplar aún las ajenas. Además, esto obedece a una teoría artística y estética toda mía. Pienso que el arte debe siempre ser una fuente de energía y de vida. Ahora bien, libros como el suyo y como infinitos otros más (mucho de Zola, de Rousseau, Baudelaire y otros incurables y empedernidos) paréceme que van en derechura en contra de mi concepción del arte. Siempre salgo malferido de la garra de cualquiera de estos artistas. No que rehúya yo dentro del concepto artístico todo cuanto constituye la humanidad del hombre, esto en sus debilidades, sus desfallecimientos, sus miserias; pero es la manera de hacer arte con estos elementos la que me disgusta en ciertos escritores.

Vea usted, la cosa es muy delicada de expresar y concretar. Nada hay más terrorífico que el gran dolor y la gran miseria de la tragedia griega, si por miseria se entiende el supremo sufrimiento humano. Pero ese dolor paréceme profundamente sano, y el dolor moderno, al través de nuestros artistas contemporáneos, se me da que está envenenado y como corrompido. En realidad, encuentro en mucho del arte contemporáneo una profunda fuente de desmoralización de mis propias fuerzas. Salgo ileso y vibrante de las manos de Esquilo y del mismo Corneille; pero las porquerías naturalistas o decadentes (palabras) están en profunda pugna con mi íntima naturaleza.

Bien entendido esto, no se refiere a su obra, donde una profunda dignidad de escritor y de artista reina de cabo a rabo del libro. Pero la tendencia está. La tendencia morbosa de hacer el arte por el arte, o el arte por la verdad (otra flauta) o el arte por la fotografía, etc. El defecto de su libro es que es demasiado verdadero (esto es una paradoja que le hace a usted saltar…). Fíjese que el arte debe ser un supremo equilibro. El arte de nada debe abusar. Ahora bien, ustedes los modernos abusan de la verdad, de la máquina fotográfica y del pantógrafo. ¿Qué necesidad tengo yo de buscar un libro si en él no he de encontrar otra cosa que la vida real? Me contento con esta y dejo el libro; pero si busco un libro es para encontrar, seguramente, la vida pero también algo más; ese algo más es el arte humano, es decir algo que crece en el seco campo de la realidad objetiva, pero alimentado de rica y pura sabia subjetiva. A veces la verdad está demás en cosas de arte. La verdad nos debe faltar, pero tampoco sobrar. Salvo que usted crea todavía en el valor absoluto de la famosa verdad, entonces me callo.

Inútil insistir sobre ciertos cuadros y caracteres delicadamente trazados en su libro. Hay algunas páginas frescas y dulces, realmente artísticas en mi sentido, que parecen oasis en el desierto. Lo curioso es que su libro responde muy bien a las necesidades artísticas de nuestros tiempos, lo que tal vez quiere decir que yo vivo fuera de ellos. Cuando mi padre me preguntó mi opinión sobre su novela, dije: un excelente libro que no volveré a leer. Yo necesito (y al hablar de mí hablo de más de uno de mis contemporáneos y compatricios; por eso hablo) necesito un arte tónico, despertador de energías y educador de la voluntad. No crea sin embargo que pido al arte de Mr. Homais. El arte debe ser la suprema expresión de la salud: Voila!

Últimamente me han prestado un libro de versos de un célebre Asunción Silva, colombiano poeta aplaudido si los hubo y consagrado nada menos que por el ilustre Unamuno. A mí me parece que jamás se ha escrito mayores porquerías. No que al mozo le falte talento y sentimiento; al revés, el mal está en que le sobran, en que como poeta Silva ni sabe gobernarse ni gobernar su materia artística. Es el juguete de sí mismo cuando debería ser el supremo juglar de los demás; y esto, para mí daña el arte.

Un último ídolo que hay que derrocar y derruir es (no se espante ni me excomulgue) la sedicente Verdad en el arte. De ello se habla y de ello se abusa; pero en suma nadie le ha bien visto todavía la cara a ese viejo fetiche. Que hay alguna cosa que por tal se entiende, es seguro, pero que su comprensión, cosa muy relativa a la naturaleza y temperamento de artista, lo es también. Arguedas y Chirveches entre nosotros, me parece que han sido víctimas de aquella ilusión y temo que su obra quede estéril por este lado. Cuidado con la fotografía: es una cosa muy útil y profundamente detestable.

Adiós, querido amigo. Tres mil cosas se me quedan en el tintero. Supongo que mi carta le dirá a usted entre líneas y una vez más, cuánto le quiero. No me crea Guelfo ni gibelino. Execro (sic) el pesimismo por impotente, y el optimismo por beocio. ¿Me dejo entender? Tal vez no; tanto peor para mí.

Todo suyo et por la vie.

Tamayo

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