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Domingo 01 de febrero de 2015

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Cultural El Duende

La bondad de la pobreza

01 feb 2015

Man Césped

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“La pobreza es la poesía de la tierra”. Este pensamiento, hermosamente sencillo, como una flor de trinitaria, es todo lo bello que puede decirse, en cuanto de arte divino tiene la pobreza; que por lo que respecta a ciencia humana, queda un trigal de oro, en que algo voy a espigar.

La pobreza es un delicado ministerio de virtudes. El pobre es el sacerdote de la vida. Él alienta la santidad de la familia, y en la obra de fe de la confianza en sí mismo, en sus manos se materializa el pensamiento, y el esfuerzo que llevó a la tarea vuelve al hogar convertido en lumbre y pan.

En la pobreza, el hogar es más hogar, la alegría es sana y el afecto es más sincero.

En la pobreza hay más verdad, más hombre y más Dios.

Por la ley del equilibrio, toda depresión comprime una fuerza y suscita una reacción; por eso, de las depresiones económicas emergen altos valores morales. No parece sino que la pobreza fuera un fuego sagrado que purifica el corazón y una sal bendita que da sabor a la sustancia espiritual.

La pobreza es la maestra austera del propio valer, que enseña al hombre a ser útil y bueno.

La pobreza es la escuela natural de la moral evangélica, donde se aprende la humana divinidad de la justicia y la divina nobleza de la humildad.

La pobreza en sí no es un bien, como no lo es ningún trabajo cuando el decoro no lo hace honrado y la virtud feliz. La pobreza ha de oler a agua y ha de ser animada y limpia como una flor. Ha de ser una pobreza rica en lucimiento, como un vaso de linfa cristalina, en que la luz destella como un brillante en la limpidez del cristal. La pobreza para realizar el ideal no ha menester frondosa abundancia ni apilonado material. ¿Qué más puede la economía adiposa de la riqueza que el cuerpo espiritual de la virtud? ¿Acaso el espejo para reproducir a fondo la complicada perspectiva de la Naturaleza, con una perfección confundible con la realidad, necesita más que una película de plata adherida a un cristal?

La pobreza es una fortuna de virtudes propias que tienen un valor más firme que el de los bienes prestados. El orden es el holgado campo de su estrechez, el ahorro es la milagrosa riqueza de su economía. Tiene su discreta elegancia en la amable sencillez y tiene también su lujo: la altivez de su dignidad.

Si puede haber orgullo legítimo es el de la honradez de la pobreza. Ella no ha de ser una esclava sumisa y obediente a la miseria, sino una pobreza altiva, consciente de sus valores y noble en sus empeños.

La pobreza es la ciencia de la felicidad de estar contento; es el arte de la riqueza de abastecerse con poco. La alegría, esa cascada luminosa de nuestra naturaleza, es el tesoro de su bondad. La delicadeza, nitidez del alma, es la belleza de su cuerpo espiritual, y la decencia, limpieza de los actos, el timbre de su nobleza de conciencia.

La pobreza, como todo lo noble y elevado, tiene su anhelo de perfección, su ideal. Ese anhelo ha de ser digno y humano sin los pueriles deseos de una satisfacción golosa ni rigorismo ascético deprimente de la Naturaleza. En hondo y cristalino concepto, como lago de las cumbres en cuyo fondo la imagen del cielo se invierte en toda su capacidad, un tierno y tempestuoso pensador, con cuatro cosas del común de la vida, convertidas en ilusión, evocaba este cuadro de la más pura felicidad:

“Una casita bien soleada, unos arbolitos, el pan necesario para subsistir, una conciencia contenta y un corazón exento de vanidades, ¿qué más fortuna?”

El amor a la pobreza es la beatitud de la perfección del amor.

La pobreza voluntaria es un renunciamiento de doradas miserias, de que solo es capaz el valor del santo o la grandeza del filósofo.

El que no ha vivido la pobreza se ignora a sí mismo; vive la vida porque la vive, no porque la siente y la comprende.

Mientras la riqueza, bajo el cielo de bronce del hastío, es un otoño metálico de infecunda y dura amarillez; la pobreza es una primavera de ilusión en el ambiente de ternuras de la esperanza.

La puerta de la casa del pobre, sin rejas que apresan al que está fuera, sin libreas que sonrojan al humilde caballero, es franca y hospitalaria, y su mesa, que se disculpa de frugalidad, es óptima en espíritu de sana alegría.

La casa del pobre es para la amistad sombroso árbol de brazos abiertos, que ofrece grato refugio y dulces frutos de bondad, y para la memoria de los seres queridos, claustro de dueño en que se cierran con broches de lágrimas las flores de la vida.

La pobreza es templo de Minerva, es pórtico heleno. Su afable sociedad, atenta a la belleza y al saber, es el mundo del libro y de la flor, y ambiente devoto, cordial a la inspiración, es campo de belleza espontánea en que la música es aire nativo y flor silvestre la poesía.

La pobreza es un estado de intensa ternura, que comunica su animación a lo más yerto y pone amor en lo más duro. Parece que el pobre fuera un mago en cuyas manos las cosas más vulgares se tornan en joyas.

En la casa del pobre los objetos parecen animados, y diríase que las cosas tienen alma. El cofrecillo es guardoso de cuenta propia. La lámpara tiene tradiciones de abuela y el espejo sabe de memoria el gesto de la familia.

Respecto al individuo, la riqueza es como el mar y la pobreza como el manantial. Aquella, un soberbio estancamiento para una gota de bien, que hace de la satisfacción una miseria. Esta, un hilo, pura riqueza, que convierte la vida en tesoro.

La riqueza por sí no es odiosa ni el rico es un justo motivo de encono. Sin la riqueza no habría templo, ni gloria, ni aliento para la industria, ni favor para el arte. Si se es rico, pero “con la ciencia de ser noblemente pobre”, si el rico es un filántropo que entiende que su palacio no ha de ser un espléndido nido de murciélago, sino un regio hermano del asilo, de la escuela, del hospital, entonces la riqueza es la providencia en manos del hombre, entonces la bondad del rico es como esperanza de rocío para el yermo, y ante esa ternura de cielo no hay corazón, por bajo y plebeyo que sea, que no dé siquiera, como la hierba, una mezquina florecilla con su brizna de miel.

La pobreza es el estado natural del hombre. Todo lo que le ha precedido en la existencia; la planta, el gusano, el pájaro, son pobres y luchan por la vida con un entendimiento instintivo de obediencia al bien y un sentimiento inconsciente de amor a la belleza. El hombre es el único que ha desconcertado a la Naturaleza con su tendencia de dominio y de poder.

Los pobres son las raíces de la Humanidad, que sostienen y alimentan la opulenta fronda de la vida social. Las flores del arte, los frutos de la cultura, son flores de su enterrado ingenio, son frutos de su esfuerzo en la oscuridad.

La pobreza es un sentimiento fecundo. Es el parto de grandezas que hace gemir a la Humanidad. Es el trigo del amor que medra en el erial para sustentar multitudes.

La pobreza es el patrimonio social que lleva a los talleres las manos conscriptas del trabajo y ofrenda corazones y cerebros a la patria-civilización.

La pobreza es edificante y constructora. A ella se debe la edificación social del espíritu del trabajo y la construcción moral del principio de honradez.

Es orfebre y lapidaria. Con el tormento bruñidor que faceta el diamante del alma, aquilata el verdadero brillo y deshace el falso relumbrón. Labra la plata de las domésticas virtudes, enriqueciendo con lucientes adornos el tesoro servicial. Funde el oro del don nativo para vaciar copones con relieves en que cincela la figura de los hombres de talento.

La pobreza, depurando a la Humanidad de los humores enervantes de la holganza, previene la disipación del fuego de la originalidad creadora, y perfeccionando la naturaleza del bien, enriquece la generosidad que habitúa el alma al desprendimiento. La pobreza es el modelo de la vida de perfección social y la norma del sentimiento perfecto de la condición humana.

La pobreza es el anónimo del heroísmo de cada día. La pobreza es la profunda belleza de la dignidad del dolor. El pobre, sereno en el sufrimiento, no se agita desconcertado amenazando tempestad; a cada nueva herida, en su honda amargura, su corazón llora una perla, y en sus ojos continúa tranquilo el mar.

Dios: el genio del bien, es el principio radiante del espíritu de la pobreza. El día es su faena de luz y la noche estrellada, su brillante reposo. Dios es un eterno desprendimiento de belleza, un eterno trabajo de luz; es un obrero de la eternidad. Dios es un pobre, porque solo siendo pobre pudo ser Dios.

Excluida de la sociedad de los dioses, la pobreza goza de la amistad de Cristo. Él, penetrando invisible en la forma de yeso en que lo figura la piedad, escucha y bendice al pobre y se lleva las penas y deja su claridad. Él lo visita en los días tristes y en las noches silenciosas, y en la noche del día más triste se le aparece envuelto en un manto de luz para llevarlo a su reino a gozar la eterna felicidad de una gloriosa pobreza.

La pobreza es la hembra gloriosa que, poniendo seres al mundo, no los acaba de alumbrar, sino que los sigue dando a la luz en la esfera moral, como a ciudadanos de selecta educación y varones de excelsa virtud. Es la madre de los Gracos, que satisface la curiosidad mundana enseñando sus joyas con alma. Es aquella estrella de Galilea que anduvo con los pies descalzos tras la divina locura del maestro de la Humanidad.

La pobreza es la fortaleza de la ternura, que alienta la hoguera del sacrificio con retazos de su corazón. Es la santa madre de los macabeos, es Ruth la moabita, que, con el desecho del sembrado, hace entre las palomas del campo la gavilla del rastrojo bíblico, entre cuyos granos se llevó el amor.

La pobreza es hornacina de reliquias de emoción. Es la lámpara votiva del afecto familiar. Es el ara del sacrificio del puro amor.

Es la custodia de valores morales en que la Humanidad guarda su ideal oro de ilusión. Es el arca espiritual en que las razas, en sus éxodos de aspiración, transportan los sacros vasos en que el Trabajo, dios de la vida, bebió el jugo de la esperanza.

La pobreza es una deidad ciclópea animada por la tenaz idea que alienta al genio en las escabrosidades de la fortuna, trepando a la cima de la Gloria, con su lágrima de esfuerzo en la frente.

Es una soñadora belleza mística conduciendo multitudes pacientes de amor tras el tesoro de la invencible esperanza por las áridas estepas del sacrificio hacia la tierra prometida donde serán “bienaventurados los pobres”, porque la pobreza es una gracia que el cielo guarda, como la Naturaleza a las rosas, vistiéndola de espinas.

* Man Césped (Manuel Céspedes Anzoleaga). Sucre, 1874 -

Cochabamba, 1932.

Escritor y poeta.

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