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Domingo 01 de febrero de 2015

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Cultural El Duende

Cuatro pintores orureños Colores, trazos, sentires

01 feb 2015

Edwin Guzmán Ortiz

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Una tierra: Oruro. El aniversario: 10 de febrero. Una pasión común: la pintura. Motivos suficientes para aglutinar a cuatro pintores orureños, a cuatro visiones creativas, cuatro caminos que habiendo partido de aquella ciudad, y después de largo periplo y búsquedas personales, hoy confluyen en una exposición de pintura en el Centro Pedagógico y Cultural Portales, de Cochabamba

Se trata de Erasmo Zarzuela, Ricardo Romero, Max Véliz y Orlando Alandia. Artistas de considerable y meritoria trayectoria que en la presente exposición conjugan sus lienzos para mostrar lo particular, en el marco de una feliz confluencia.

Sobre ese eje que cruza al altiplano: altitud y horizonte, lo alto y lo plano, encarnan los más vehementes imaginarios, y nada mejor que los artistas para capturarlos y tornarlos visibles. Reinventando sus personajes, coloreándolos, bordándolos con frisos tutelares, tramando su espacio y, a través de un soplo mágico, otorgándoles el resplandor de la existencia.

Del recóndito paritorio del taller -siempre ubicuo y existencial- las pinturas se abren camino al público. Todavía impregnadas por la obsesiva mirada del artista y por los fantasmas que las prefiguraron. Helas, plenas de carnaval, jaladas de la cultura popular, brotadas del viento y el silencio del altiplano, o conjugadas desde una filosofía del espacio.

La pintura de Erasmo Zarzuela Chambi -“Premio Obra de Vida 2013”, del Salón Pedro Domingo Murillo- se halla colmada de imágenes, símbolos, presencias de la cultura popular de Oruro y del ethos que la anima. En ella, se percibe una reinvención de la tradición resaltando su capacidad de recrear el universo de nuestra cultura, a través de una visión y práctica renovadas en el arte. El color en sus manos adquiere una riqueza excepcional, no se trata de la trama impresionista ni del efecto expresionista al uso, sino de formas y espacios que se conquistan por la coexistencia de trazos imprevisibles, manchas, asociaciones de tonos y el juego inesperado de matices que terminan creando atmósferas plenas de intensidad. Pero no es solo el color el protagonista exclusivo de su trama pictórica. Remontando la perspectiva científica impuesta por el Renacimiento, y en consonancia con los pisos ecológicos de la topología andina, los cuadros también conjugan una espacialidad basada en planos complementarios, en zonas concebidas bajo una apetencia multiperspectivista. De ahí se desprende el resuello de un tiempo interior que atraviesa espacios, toca siluetas y objetos, recorta, fragmenta, dice las afinidades, denota la coexistencia, comunica la incomunicación, trama las colindancias y en más de una pintura uno encuentra pequeñas historias donde el mito, la memoria, el azar y lo cotidiano engarzan sus valencias. La pintura de Erasmo no pretende subrayar la tensión de polaridades, más bien mostrar el mestizaje cultural a través de un intrincado palimpsesto desde la óptica de la cultura popular.

Ricardo Romero Flores es probablemente uno de los pintores bolivianos que ha representado con mayor pasión e imaginación al altiplano y sus criaturas, incluso desde su larga estancia en Europa. La monumental gravedad de la altipampa, su horizonte inviolado alberga seres que emergen gracias al pincel insaciable del pintor, siendo ella un personaje más en la tesitura de los lienzos. Desde su aparente quietud exhala símbolos y personajes que a través de su fuerza milenaria pregnan el espacio y lo subvierten. Trátese del poder transgresivo de la fiesta, músicos que se alzan altivos sobre la pampa, tropas de diablos incendiando con su paso el velo de los vientos, o la bicicleta, el colectivo que atraviesan lontananza en pos de un destino elegido. Torbellinos de coca, tejidos atomizados, fragmentos de arcilla, burbujas danzan en torno a los cuerpos cuya presencia monta un ritual subversivo. Hecha de contrastes, su pintura transfigura los ocres del altiplano con crepúsculos de intensidad solar, la fijeza del paisaje vibra con seres que liberan esa energía recóndita de los andes, la fragmentación coexiste con la concreción de la pampa y las montañas yacentes. Los oleos de Ricardo Romero no invitan al recogimiento, sino a enfrentar lo andino desde la pasión y una conciencia sensible que –metonímicamente- se infiere por la implosiva fuerza de sus imágenes. Su pintura comulga con una identidad que nos toca y nos convoca, y nada mejor que sus cuadros para mostrarnos esa vocación de incesante develamiento que conlleva el arte.

Max Véliz Gonzales, pintor, escultor, muralista y xilografista, ha sido acreedor al Primer Único en arte cinético del Salón Murillo, La Paz -1972; Primer Premio Nacional de Escultura, Eduardo Avaroa (poner año). Buena parte de su obra pictórica se alimenta de la tradición de ese Oruro festivo y carnavalesco. Danzarines, músicos y la entrada son retratados a través de un espíritu ávido de representar el momento exultante de la fiesta. Recatado en el manejo del color, donde prevalecen los ocres conjugados con un azul metálico. En sus temas se impone incidir de manera predominante la expresión, de ahí es que los personajes destaquen esa condición formal, es más, alejados de una estética realista. En otros lienzos, funde el lenguaje del grabado y de este modo interfecunda técnicas tradicionalmente autónomas. Max Véliz ha realizado una indagación sistemática sobre los símbolos y representaciones de la cultura andina, no es extraño por ello que muchas de sus pinturas –como sus esculturas- sean portadoras de esta herencia procedente de las antiguas civilizaciones que habitaron el planalto, mas, en una perspectiva de recreación y bajo una concepción artística personal. Con estudios de la especialidad en Chile, durante años ha radicado en ese país donde además de exposiciones ha ejercido la docencia en centros de formación artística. A su retorno a Bolivia, ha instalado su taller en Santa Cruz, donde viene desplegando diferentes proyectos de arte.

La primera impresión que suscitan los lienzos de Orlando Alandia es el color. Sus cuadros proyectan bloques cromáticos dominantes que conjugados traman una coalición de espacios en los que la figuración cuadrangular se impone. Espacios entre espacios, espacios avecindados, espacios encapsulados, espacios abiertos a otros espacios. El ojo -entre el zoom/in y el zoom/out- además revela una trama exquisita donde una retícula polícroma late en medio del color dominante. Otra vez el color en tonos vitales que van del rojo carmesí, al azul eléctrico, la mancha disruptiva, a momentos con apariencias de tejidos, una trama que no cede al silencio topológico. No líneas terminantes, fronteras porosas; no dispersión, un orden de subjetivo equilibrio. Es más: la presencia de grafías, símbolos, tachaduras y el ícono recurrente de un laberinto connotan el ser espacial. Por lo mismo, la pintura de Alandia no es solo una provocación a ver sino a pensar: el afuera racional frente el adentro sensorial. El afuera de la extrañeza y de lo ajeno (que nos enajena), el adentro de la identidad y su procelosa búsqueda metaforizada en el laberinto y su personaje arquetípico, el minotauro. El artista, de este modo, sincréticamente funde su perspicacia literaria (Borges, Durrenmatt) con el enunciado plástico y por si fuera poco, con el sonido que se eleva producto de la inmersión en el espacio pictórico. Con formación arquitectónica y plástica en Italia, Alandia ha participado de talleres creativos con importantes artistas europeos, y además de haber recibido premios por su obra ha llevado a cabo instalaciones en Estados Unidos como en nuestro país.

Cuatro pintores, cuadro cosmovisiones creativas, cuyas obras han trascendido las fronteras de Bolivia, acreedoras de diferentes premios, compartiendo hoy un mismo espacio, y un mismo deseo de dialogar con el público desde su verdad plasmada en los cuadros.

* Edwin Guzmán Ortiz.

Oruro, 1953. Poeta, escritor.

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