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Domingo 01 de febrero de 2015

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Cultural El Duende

Lo mediático del Carnaval y la reproducción cíclica de nuevas segregaciones

01 feb 2015

Erika J. Rivera

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No hay duda de que la fiesta con mayor apoyo de los medios de información es el Carnaval. Ahora también recibe el apoyo de empresa privada junto al Estado con el lema “Bolivia te espera”. Nos encontramos en plena construcción de la identidad plurinacional a través de la diversidad, que es justamente lo que nos enriquece como país. Entonces hacemos gala de la diversidad cultural desde el occidente hasta el oriente boliviano y a través de la fiesta tratamos de demostrar la bolivianidad. Pero considero importante que por un instante reflexionemos en torno a algunas preguntas, como por ejemplo: ¿Es verdad que el Carnaval debería representar la bolivianidad? ¿Nos sentimos representados como bolivianos por lo que denominamos nuestra expresión cultural mayor? ¿Nos sentimos representados por la danza y la música de la que hacemos gala no solo en la fiesta del Carnaval sino en cualquier fiesta patronal? ¿Esta expresión cultural es realmente positiva y constructiva para el país?

Es evidente que las respuestas serán diversas dependiendo del contexto y horizonte de cada uno. Pero también se puede emitir un criterio más allá de la apariencia y de todo el apoyo oficial y privado. La fastuosidad de la fiesta nos impide a veces percibir los aspectos problemáticos. Ahora bien, desde la perspectiva de diferentes estudios antropológicos y sociológicos se promueven explicaciones interesantes. El antropólogo Javier Reynaldo Romero Flores se refirió particularmente al Carnaval de Oruro en su libro Reflexiones acerca del Carnaval de Oruro (: rincón ediciones 2008), expresando que “entender la fiesta va a ser encontrar el sentido y el significado, más allá de los referentes de apariencia. Esa diversión, ese ‘vivir la vida’, encierra en los Andes un tiempo de ‘Kuti’ (‘vuelco’ que remite a una visión cíclica del tiempo en la que los espacios y los procesos se invierten abruptamente una vez cumplido el ciclo), en el que se expresa presencia viva. Es un momento en que la presencia de vuelve testimonio y este significa negaciones, violencias, dominación colonial, pero al mismo tiempo, el sentido de esa presencia remite a contestación, demandas e intentos y búsquedas de descolonización, entre otras cosas”. Estas afirmaciones aparecen substanciales y profundas en el plano teórico sobre la explicación de la fiesta. ¿Pero este sentido será pleno en la explicación del Carnaval? Sospecho que no, y aunque pareciera absurdo considero que es necesario detenerme un poco en la descripción de lo aparente y su vínculo con lo encubierto, por lo menos en el contexto urbano.

En primer lugar: ¿Será parte de mi identidad la cultura de la ebriedad? No está demás mencionar que en estas fechas cada año las cifras de los actos de violencia se incrementan. Se dan accidentes automovilísticos, feminicidios, violencia familiar y otros actos delincuenciales inducidos por el alcohol. Si describimos las conductas de los humanos en las graderías, palcos y aceras, vemos por igual a mirones y bailarines haciendo uso y abuso del alcohol. Pero nos gusta llamar identidad y cultura a la mezcla de bailarines, bandas y espectadores atiborrados en las graderías entre vómitos de la ebriedad sin cansancio y los olores fétidos que se extienden hasta el nivel más alto. Habría que tomar en cuenta a lo ancho de muchas cuadras las pobres aceras mojadas entre orines y cosas peores. Es lamentable la descripción pero necesaria y ojo que me refiero específicamente al carnaval de Oruro. Creo que sería ilusorio pensar que en los demás departamentos del país no se encuentra un cuadro similar. Nos gusta encubrir lo nauseabundo.

En segundo lugar: ¿Será parte de mi identidad el derroche y despilfarro? Tampoco está demás mencionar el despilfarro económico de lo que se denomina derroche de alegría. A nombre de del Socavón ocurre esto ante la indiferencia de quienes no pueden hacerlo, como por ejemplo los niños, mujeres y hombres que aprovechan para hacer unos pesos para sobrevivir. Entonces, pregunto a los cientistas sociales dónde queda la explicación de estos fenómenos que son tapados con las teorías de la reciprocidad y los cambios cíclicos. Me pregunto si las provincias y el campo no se inundan de alcohol y desigualdades. No me atrevo a responder, pero en el ámbito urbano tengo la certeza de estas descripciones en la realidad. Nos gusta disimular nuestras carencias con la fastuosidad de la fiesta. Así ocultamos la cara de la desigualdad.

En tercer lugar: ¿Será parte de mi identidad el cultivo del ego individualista? Mientras los sociólogos se desviven construyendo explicaciones acerca de la fiesta a través de los horizontes históricos y las prácticas culturales, los espacios sociales, apropiaciones y alternancias, ritualidad y espacio festivo, construcción de referentes, fiestas patronales en Bolivia, narrativa e imaginarios y un largo etcétera. Me atrevo a describir que la fiesta por las calles urbanas se reduce al cultivo del ego a través del lucimiento corporal y como espacio de relaciones interpersonales banales y superficiales dirigidas a satisfacciones individuales. Sin embargo, preferimos hablar del tiempo cíclico de la reciprocidad.

En cuarto lugar: ¿Será parte de mi identidad la indiferencia ante la economía informal? Debo decir que no he visto lazos de solidaridad entre las personas de grandes capitales y aquellos que poseen mucho menos. Sobre todo los pequeños capitales están lanzados al libre mercado de la economía informal. Familias enteras, distribuidas de grandes a pequeños, acumulan peso a peso para la supervivencia cotidiana. Carnaval es una oportunidad al igual que cualquier otra fiesta patronal porque será el espacio donde habrá circulante. Sin embargo, ¿hasta cuándo será nuestra forma de generar economía? Hemos naturalizado la informalidad de tal forma que nos olvidamos de cuestionar nuestro modelo económico. ¿Será esto parte del vivir bien? Este es el espacio en el que nos conformamos de acuerdo a las posibilidades de cada quien y hacemos gala de nuestra gran indiferencia. Nos da igual que en Carnaval sobreviva cada quien como pueda. A nombre de la fiesta no cuestionamos nuestra responsabilidad social, ni tampoco la necesidad de una transformación profunda de la economía. La informal vuelve a reproducir las grandes desigualdades.

En quinto lugar: ¿Será parte de mi identidad la tolerancia con respecto a la mediocridad musical? Hablar de la música es más lo decepcionante. La música actual expresa la frialdad y la brutalidad de las relaciones entre los individuos. Yo agregaría sin miedo que denominamos nuestro orgullo musical a la violencia encubierta a través de morenadas que expresan sin tapujos: “cuanto cuestas cuanto vales amor mío…”, “me dicen mandarina…”, “fría tan fría como la cerveza…” y una infinidad de textos y refranes que también disimulan una sociedad machista, violenta y de grandes segregaciones. Se dice que el Carnaval y la fiesta en las calles son la conquista del pueblo en desmedro de las élites, donde salen a relucir fechas y procesos históricos de la etapa prehispánica y de la republicana, y asimismo el ascenso de la minería y de los nuevos comerciantes de extracción popular. Sin embargo, nadie habla sobre esta violencia inmersa en las letras musicales que supuestamente nos debe hacer sentir orgullosos de nuestra identidad plurinacional. El baile, la música y las letras también nos muestran las nuevas segregaciones. Por ejemplo: para ciertos sectores que disfrutan de la fiesta no somos nada si no poseemos patrimonio. Los textos musicales reflejan las visiones de ciertos sectores en los que si no se tiene, no se es nadie. ¿Dónde queda el rito, la fe, la devoción, la reciprocidad? Es evidente que hace falta una investigación seria sobre el sentido de la música en su relación con la realidad.

En sexto lugar: ¿Será parte de mi identidad el encubrimiento de nuestra miseria cultural como pueblo recurriendo a argumentos altisonantes como nuestra identidad y la diversidad cultural?

La respuesta a estas preguntas puede ser de amplitud diversa. Sin embargo, considero que somos un país de individuos lanzados existencialmente a la economía informal. La lluvia carnavalera no sólo trae la reproducción cíclica rural, sino que también muestra en las aceras urbanas la miseria y la segregación. La fiesta tapa lo otro. Muchos no aceptamos la hediondez y la putrefacción, disimuladas mediante la construcción de la ritualidad. Carnaval también debería ser el tiempo de reflexión de lo que somos y de lo que construimos. Debemos percatarnos de que también es la reproducción cíclica de nuevas segregaciones. La disidencia empieza cuando percibimos la injusticia encubierta de un mundo que aparenta ser perfecto. Más aún ahora que dicen que nos encontramos en el tiempo del Pachakuti: ¿Será que los bolivianos estamos preparados para transformaciones cualitativas? Practicamos Sodoma y Gomorra y así nos quedamos en las transformaciones aparentes. Cada año repetimos nuestros vacíos y frustraciones, pero a eso nos gusta denominarlo cultura. Es posible que cientistas sociales rechacen mi visión crítica sobre la fiesta, pero la última palabra la tiene el lector que dispone la facultad de reflexionar en torno a la teoría, la realidad y su propia experiencia.

* Érika J. Rivera. Guayaramerín, 1977. Abogada

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