Jueves 29 de enero de 2015
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Los funcionarios públicos renuncian por diversas causas; los presidentes y jerarcas no son la excepción.
Una renuncia resonante fue la del presidente de Estados Unidos, Richard M. Nixon, en agosto de 1974, por una incursión ilegal de sus seguidores en las oficinas del Partido Demócrata. En los últimos 40 años, en nuestra región dimitieron –no se incluyen a los “renunciados”– en la Argentina, Héctor J. Cámpora (1973), Raúl Ricardo Alfonsín (1989) y Fernando de la Rúa (2001); en Brasil, Fernando Collor de Mello (1992); en Guatemala Jorge Serrano Elías (1993); en Paraguay Raúl Cubas (1999) y, en 2000, el Alberto Fujimori tras diez años en el poder en el Perú. En Bolivia, el último en renunciar en más de medio siglo (el presidente Enrique Hertzog G. dimitió en 1948), fue Carlos D. Mesa (2005) que, agobiado y huérfano de apoyo, renunció en 2005.
Pero hay empecinados que, pese a encaminarse al desastre, enfrentados al clamor popular se resisten a renunciar. Es el caso del presidente venezolano corresponsable de una crisis terrible. También hay dolor y descontento en México; primero, por el pobre desempeño del gobierno en el caso de la desaparición de 43 estudiantes –luego se sabría de su horroroso asesinato–, y por las suntuosas mansiones adquiridas por el presidente. Ya se oyen pedidos de renuncia.