Lo que deseamos es que no se nos queden algunas cosas en “el tintero” y después estemos arrepentidos de no haberlo dicho en su tiempo, tomando en cuenta que organizar el Carnaval de Oruro es una responsabilidad de muchos, por decirlo de manera más concreta de todos los orureños.
Pero, por supuesto que hay obligaciones directas que se encomiendan a las autoridades y en este caso, recordando el hecho doloroso del año pasado, sin inculpar a nadie, tomando en cuenta que sí existió cierta irresponsabilidad en el control del uso de las pasarelas, este año se cuenta con una construida para uso permanente, que en los días de Carnaval no puede ni debe servir como balcón para espectadores, debe ser una pasarela que garantice el tráfico ordenado de personas en el doble sentido de su ubicación.
Por lo menos hasta el presente no se ha tocado el tema de instalar las pasarelas, hay cierto rechazo de la población y por lo mismo se mencionó la posibilidad de habilitar “mangas” plásticas, que nadie se ha ocupado aún de explicar las bondades del sistema, que ofrezca sobre todo seguridad y comodidad. Tal parece una suerte de idea suelta, pero habrá que ver.
Lo importante es que las autoridades muestren un plan organizativo que se cumpla en su mayor extremo de responsabilidad y con todas las garantías que puedan exigirse para dar seguridad a espectadores y protagonistas del evento en absolutamente todo el recorrido de más de tres kilómetros con millares de personas, todas inmiscuidas en dos objetivos, una parte en brindar el mejor espectáculo y la otra mayoría en divertirse.
Por lo mismo, la responsabilidad de los organizadores frente a la magnitud del hecho tiene que mostrarse anticipadamente, es decir en estos días que restan de enero y la quincena de febrero previa al Carnaval, de modo que no se lamenten improvisaciones, negligencia o manifiesta irresponsabilidad de superiores y/o dependientes.
El movimiento que genera el Carnaval tiene connotaciones muy especiales, pues se trata de un inusitado movimiento de gente, miles de visitantes del exterior y el interior del país, por lo mismo de un millonario movimiento económico del que no existe un detalle numérico preciso, para saber cuánto se invierte, lo que se gana o lo que pierde el anfitrión, en este caso Oruro.
Una cosa es cierta y es que los orureños hacen el gasto, desde la preparación hasta la culminación de la festividad. Pero por supuesto que las condiciones de tal movimiento permiten muchas utilidades a terceros, a comerciantes de todo tipo, a los que imponen un masivo consumo de bebidas, aunque bajo cierto disfraz de control para evitar excesos.
Se trata de una monumental empresa colectiva, en la que hay muy fuertes inversiones, pero diferente tipo de percepción de utilidades, rubro este último en el que pierden los anfitriones, incluyendo los organizadores que no obtienen utilidades en la proporción de lo que gastan económicamente e inclusive en esfuerzo físico y derroche de atenciones.
Falta además un compromiso expreso de alcanzar al final un estricto control fiscal, para determinar la real proporción del movimiento económico que genera el Carnaval de Oruro. Algo más que haría mucho bien, tarea para la Aduana, impedir la internación de espumas y prohibir su venta, puede ser posible, así el Carnaval sería más limpio, menos dañino y molestoso.
Fuente: LA PATRIA
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