A Felipe Quispe Huanca se lo conoce como líder agrario aymara, como estratega de luchas sociales y levantamientos indígenas. Sin embargo, él es un dirigente que une a su combate campal, el gusto por la lectura, el cine, la investigación histórica y la publicación de libros.
La actividad intelectual de Quispe es aún más notable porque nació en una comunidad donde el acceso al aprendizaje del abecedario era difícil y la mayoría era analfabeta hasta bien entrado el Siglo XX. A pesar de la cercanía con la primera normal indígena, en Warisata, que logró complementar en los años 30 el conocimiento occidental con la sabiduría aymara, experiencia insuperada. El joven campesino descifró las letras recién en la adolescencia, cuando pudo tener un maestro.
En sus años de preso político amplió sus aficiones y se inscribió en la Carrera de Historia de la Universidad Mayor de San Andrés, la única que por décadas se ha ocupado de preservar la memoria colectiva y provocar la investigación en las fuentes primarias, originales. En ese centro se han graduado indígenas, sobre todo andinos, que aprenden las técnicas de la historiografía para escribir su propia versión de la Historia, la visión de los oprimidos, de los que fueron vencidos en 1492. Quispe continuó la zaga abierta por el pionero Roberto Choque.
Me cupo ser su profesora en técnicas de redacción y no puedo sino declarar que fue un alumno brillante, el único que me ganaba en puntualidad; cumplía los trabajos y sólo faltó una semana cuando inició una huelga de hambre. Disciplinado, envió con su hermano la solicitud escrita de permiso por la ausencia debida a “razones de fuerza mayor”.
Desde entonces Felipe Quispe preparaba su tesis y principal obra sobre la vida de Julián Apaza, Tupac Katari, su esposa Bartolina Sisa, sus luchas. Después de fichar datos en archivos y leer prácticamente todo lo escrito sobre el rebelde aymara, Felipe publicó su libro. Son tres ediciones vendidas y decenas de conferencias en diferentes lugares, en la ciudad, en los pueblos.
Un atardecer, cuando el “martes de cine español” pasaba en el auditorio de la Embajada de España, Felipe hacía cola para el ingreso. Los guardias de entonces -poco después de las grandes movilizaciones del 2000- hablaban por sus radios, daban vueltas, no sabían cómo reaccionar frente al temido Malku, poco amigo de los colonizadores, que llegaba a una actividad cultural abierta. Él se reía; fue vigilado con poco disimulo durante toda la proyección. No sé si por ese incidente, “los martes de cine” pasaron a salas convencionales, siempre con ingreso gratuito.
Pocos sabían que el dirigente campesino era un asiduo de la antigua Cinemateca Boliviana, donde se lo encontraba casi cada fin de semana y a veces no éramos más de 10 espectadores del cine-arte y vanguardista que ahí se proyectaba. Felipe también aprendió audiovisuales y colaboró con sus colegas historiadores y con sus grupos de base a realizar videos propios.
Es interesante conocer su aporte a semanarios indigenistas y su permanente disposición a participar en debates y conferencias. Atrás quedó aquella oscura época cuando varias ongs y hasta institutos de investigación con financiamiento europeo se negaban a invitarlo, quién sabe por cuáles muchos y miedosos motivos.
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