Tenía razón Heráclito al pensar que nadie puede bañarse dos veces en la corriente de un mismo río. Las cosas cambian con la incesante fluidez del tiempo. El carnaval bonito, musical y alegre ya se fue, se fue como un suspiro; después vino la Cuaresma con la reflexión de “que el hombre pasa como las naves, como las nubes, como las sombras...”.
Pero en Bolivia eso no es todo. Nos persigue el otro carnaval que no tiene visos de parar nunca. Es el carnaval de los políticos electoreros. Ocupan el primer plano de la vida nacional; protagonizan “la invasión vertical de los bárbaros modernos” Su “entrada” está fijada para el próximo 4 de abril. El payaso representativo de cada comparsa está seguro de que ellos ganarán los trofeos que están en disputa.
Lo distintivo de este carnaval es que sus actores no necesitan usar máscaras de estuco o de otro material; con sólo empeñarse en ser parte de él, su personalidad y su expresión facial se transfiguran con increíble versatilidad. Esa es su “máscara”. Representan en el escenario de su actuación a la democracia, el proceso de cambio, la justicia, la verdad, la autonomía, la independencia de poderes y otras parodias fantásticas.
Su deidad patronal es Jano, el dios de la doble cara. Cara y careta, diríase en este caso. Si uno logra verlos por dentro, se topa con la que llevan escondida, la cual no sólo es distinta a aquella que se ve por fuera en el carnaval, sino contrapuesta a la que fingen representar en la careta. Es un personaje universal. Varios escritores de nota, de distintas épocas y latitudes han esbozado su perfil, con algunos matices diferenciales, pero el retrato genérico es el mismo. Como se verá, los originales parece que están precisamente en Bolivia.
El más antiguo pensador que asoció el hombre con la política tal vez sea Aristóteles. Dijo de aquel que era un “animal político” En Bolivia trastocaron los términos de esa definición (político animal), para ajustar seguramente mejor el concepto a la realidad o simplemente por picardía.
A principios del siglo XX, el famoso escritor español Azorín dejó sentado que “no hay cosa más abyecta que un político: un político es un hombre que se mueve mecánicamente, que pronuncia inconscientemente discursos, que hace promesas sin saber que las hace, que estrecha manos de personas a quienes no conoce, que sonríe, sonríe siempre con una estúpida sonrisa automática.” (La voluntad, 1902)
“Para ser un buen político es menester tener alma de cortesano, cuerpo de reptil rampante, cara de dios Jano y uñas de ave de presa”, opina por su parte el escritor uruguayo Víctor Pérez Petit. (Rodó. Su vida y su obra. 1953).
Según Alcides Argüedas “sólo a las gentes ordinarias sin elevación moral, vanidosas o de poco lastre espiritual atrae la política por lo que tiene de espectacular. La política-empleo, la política-cargo, la política-función pública, es preocupación de gentes pobres de espíritu, pobres de ambición, pobres de cultura”. (La danza de las sombras, 1934)
Un observador moderno puede ser el célebre escritor Mario Vargas Llosa, para quien “la política, actividad que, por una vieja tradición, parece fomentar entre nosotros, más que ninguna otra, la incompetencia, la irresponsabilidad y la deshonestidad.” (Diálogo con Latinoamérica, 1985).
Algo más cercano todavía es aquella definición referida a la comparsa en su conjunto; es decir, a los llamados partidos por antonomasia: “los partidos son mafias organizadas para delinquir”, ha dicho varias veces un connotado periodista de la radiotelefonía nacional. (2005)
Por lo visto, la famita que se gastan los integrantes de las comparsas en el carnaval de marras no es tan buena que digamos. Pero así y todo, o tal vez precisamente por eso, son los seres más felices de la tierra. Puede verlos usted ahora mismo: buena estampa, siempre sonrientes. Son los únicos que pueden cantar “gracias a la vida…” Mientras que otros, los más, dirían con Juan de Dios Peza: “El carnaval del mundo engaña tanto, que las vidas son breves mascaradas”.
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