La sangre derramada implacablemente en París el 07 de enero pasado se inscribe como un episodio más, de miles, en la serie de actos terroristas perpetrados por psicópatas religiosos, los que a nombre de su Dios llamado Alá se creen con derecho pleno a cortar la vida de supuestos culpables e inocentes que no aceptan su fe retrógrada y criminal. A partir de estos hechos han surgido dos posiciones centrales: las que se llaman a sí mismas “yo soy Charlie” y las que se autodenominan “yo no soy Charlie” en una suerte de debate intrascendente y que no alcanza a discernir la esencia de lo sucedido y lo que nos depararía el futuro. Los primeros defienden la legitimidad de la publicación de sátiras como una parte inalienable de la libertad de expresión sin poner límites a sus contenidos, por más que éstos se burlen de las religiones o de los políticos. Los segundos consideran que los periodistas que publicaron en un número pasado dichas sátiras contra el autodenominado profeta Mahoma se han extralimitado, incluyéndose en este grupo el Papa Francisco.
Algunos analistas y gente de otro tipo han opinado que se debería poner límites a la libertad de expresión, algo muy peligroso en sus derivaciones que siempre acaban en la autocensura como sucede actualmente en Bolivia, donde un régimen totalitario pretende copar todos los espacios de opinión para evitar críticas a sus actos, muchas veces inconstitucionales y reñidos con la Declaración Universal de los Derechos Humanos. En realidad los límites a la libertad de expresión deben ser delineados exclusivamente a partir de este último documento y asumidos de manera conciencial por el sujeto que expresa sus ideas. Si lo hicieran los poderes públicos sería algo terrible ya que el poder envilece y pudre. Adicionalmente, la crítica quedaría muy afectada. En todo caso este es un tema de debate permanente.
Los “yo no soy Charlie” consideran, en su gran mayoría, que las páginas con sátiras fueron una provocación y convierten a las víctimas en culpables, algo absolutamente inaceptable. En el reino de la libertad de expresión no deben existir instituciones o personas que gocen del privilegio del fuero, la democracia auténtica no lo permite. Si se tiene que criticar a cualquier iglesia se lo debe hacer sin temor a represalias, aún cuando las interpelaciones afecten creencias o sentimientos, ya que este último es un asunto de valoración subjetiva, en tanto y en cuanto la verdad absoluta no existe. De lo contario se desmoronarían los fundamentos de la democracia liberal que rige en por lo menos la mitad de los países del mundo.
Algunos justifican los actos terroristas de fundamentalistas musulmanes como producto de la discriminación que sufren los migrantes en Europa. De ser así, los latinoamericanos y asiáticos también se dedicarían a actividades tan aborrecibles. Es evidente que los gobiernos occidentales liberales (los de Estados Unidos, Francia, Gran Bretaña y otros) han provocado muchos de los males que ahora sufren los países donde predomina la religión islámica a partir de invasiones y contubernios con sus gobiernos dictatoriales, pero esto no se torna en condición suficiente para que sus pobladores se transformen en fanáticos deseosos de derramar sangre humana “infiel” para acceder al Paraíso prometido por Mahoma, quien no fue más que un charlatán ansioso de fama y que esbozó las bases de una religión peligrosa para el mundo entero. Y no son solamente unos cuantos fanáticos los terroristas. En Níger, miles de civiles idiotizados por su religión mataron personas e incendiaron una veintena de iglesias cristianas. ¿Y así hablan de que en general los musulmanes son pacíficos? ¿O es que en el Corán se encuentra el origen de tanto desprecio por seres humanos diferentes?
La tolerancia solamente es permisible con aquellas religiones que respetan el derecho de los demás a pensar y sentir diferente, aún en países dominados por una creencia determinada. Se puede aceptar y respetar a una persona sin aprobar y apoyar lo que piensa y hace. Pero, por encima de todo está la reflexión crítica y si por ser supuestamente tolerantes no vamos a desnudar las aberraciones ideológicas del otro, entonces nos convertiríamos en una especie de robots que solamente esperan instrucciones, dando muerte a la libertad de pensamiento y expresión.
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