Daisy Zamora. Poeta nicaragüense. Fue viceministra de cultura de su país. Tiene cinco poemarios en español y cuatro en inglés. Editora de dos antologías de poesía, un libro sobre política cultural, y traductora de poesía. Publicada en Latinoamérica, el Caribe, los Estados Unidos, Canadá, Europa, Asia y Australia, sus poemas están incluidos en más de cincuenta antologías en quince idiomas.
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Mensaje urgente a mi madre
Fuimos educadas para la perfección:
para que nada fallara y se cumpliera
nuestra suerte de princesa-de-cuentos
infantiles.
¡Cómo nos esforzamos, ansiosas por demostrar
que eran ciertas las esperanzas tanto tiempo
atesoradas!
Pero envejecieron los vestidos de novia
y nuestros corazones, exhaustos,
últimos sobrevivientes de la contienda.
Hemos tirado al fondo de vetustos armarios
velos amarrillentos, azahares marchitos
ya nunca más seremos sumisas ni perfectas.
Perdón, madre, por las impertinencias
de gallinas viejas y copetudas
que solo saben cacarearte bellezas
de hijas dóciles y anodinas.
Perdón, por no habernos quedado
donde nos obligaban la tradición
y el buen gusto.
Por atrevernos a ser nosotras mismas
al precio de destrozar
todos tus sueños.
Muerte extranjera
¿Qué paisajes de luz, qué aguas, qué verdores,
qué cometa suelto volando a contrasol
en el ámbito azul de una mañana?
¡Qué furioso aguacero, qué remoto verano
deslumbrante de olas y salitre,
qué alamedas sombráis, qué íntimo frescor
de algún jardín, qué atardeceres?
¿Cuál luna entre tantas lunas,
cuál noche del amor definitivo
bajo el esplendor de las estrellas?
¿Qué voces, qué rumor de risas y de pasos,
qué rostros ya lejanos, qué calles familiares,
qué amanecer dichoso en la penumbra de un cuarto,
qué libros, que canciones?
¿Qué nostalgia final,
qué última visión animó tus pupilas
cuando la muerte te bajó los párpados
en esa tierra extraña?
Otilia planchadora
Al ritmo de la Sonora Matancera
Otilia pringa la ropa,
la dobla en grandes tinas de aluminio
y panas enlozadas,
y no sé si baila o plancha
al son cadencioso.
“Los aretes que le faltan a la luna…”
Otilia los llevó puestos al baile
del Club de Obreros.
(Ella tenía novio de bigotito)
Otilia, frutal y esquiva,
entallada por el vestido
bailó, bailó hasta que se humedecieron
oscuros sus sobacos entalcados.
En la barraca del fondo
–bodega de tabaco, cuarto de planchar,
albergue del relente de las noches
que refresca las tardes de verano–
Otilia guarda su plancha.
Sueña que Bienvenido Granda
y Celio González
cantan para ella Novia mía
mientras se pringa la cara con las lágrimas.
Tierra de nadie
Somos territorio minado en claridad,
quien traspasa el alambrado, resucita.
¿Pero a quién le interesa trepar en la espesura?
¿Quién se atreve a cruzar la tempestad?
¿Alguien quiere mirar de frente a la pureza?
Cuando las veo pasar
Cuando las veo pasar alguna vez me digo:
qué sentirán ellas,
las que decidieron ser perfectas
conservar a toda costa sus matrimonios
no importa cómo les haya resultado el marido
(parrandero mujeriego jugador pendenciero
gritón violento penqueador
lunático raro algo anormal
neutórico temático de plano insoportable
dundeco mortalmente aburrido
bruto insensible desaseado
ególatra ambicioso desleal
politiquero ladrón traidor mentiroso
violador de las hijas
verdugo de los hijos emperador de la casa
tirano en todas partes)
pero ellas se aguantaron
y solo Dios que está allá arriba sabe lo que sufrieron.
Cuando las veo pasar tan dignas y envejecidas
los hijos las hijas ya se han ido
en la casa solo ellas han quedado
con ese hombre que alguna vez quisieron
(tal vez ya se calmó
no bebe apenas habla se mantiene sentado
frente al televisor
anda en chancletas bosteza se duerme ronca
se levanta temprano
está achacoso cegato inofensivo casi niño)
me pregunto:
¿Se atreverán a imaginarse viudas
a soñar alguna noche que son libres
y que vuelven por fin sin culpas a la vida?
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