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Domingo 18 de enero de 2015

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Cultural El Duende

René Moreno y Arguedas

18 ene 2015

Porfirio Díaz Machicao

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Dice Adolfo Costa Du Rels que, con una amargura mal disimulada, Gabriel René Moreno habría expresado de sí mismo lo siguiente. “Autor solitario de escritos sin lectores en Bolivia mismo, desconocido hasta en la ciudad donde se publican”. Este fue el sino doloroso del camba genial, manejado por el Destino para conocer la urdimbre de un organismo nacional en su mejor visión y entendimiento. “El autor solitario”, llámale Costa y con gran razonar destaca su honda tragedia. Empero, su sombra se acrecienta cada día más y más sobre la vida cultural de la América y de Bolivia. No puede hacerse Historia sin la consulta de Moreno, no puede afirmarse la noción cultural sin el atisbo que él hubo realizado, como un sacerdote aislado, como un ermitaño sujeto a un solo rito: la formación de su personalidad en contacto con el libro, empujado por el deleite de satisfacer la curiosidad mental sobre este u otro episodio, este u otro tema. Mente en acción, mirada escrutadora, fanatismo religioso por la verdad, eso fue Gabriel René Moreno. Y de todas sus vigilias brota una especie de soberanía del espíritu. Es que había laborado con los materiales de su Historia, había buscado el Destino en medio de las sombras, como esos viejos sacerdotes de los oráculos que, a la postre, se hacían víctimas de la ira de Dios. Cuéntanos también Enrique Finot que Moreno “era hombre retraído y taciturno, se dice que bajo graves contrariedades de familia” lo cierto es que, como corolario de su afán de estudioso, como consecuencia de sus dolores morales, y ante el amargo suplicio político de su Patria, marchó a playa extranjera y levantó los ladrillos de su ermita. A su espadaña llegó, por extraño infortunio, no la alondra mañanera, sino el búho portador de la calumnia que, después de lanzarla en el rostro, la mantiene con el fuego espectral de sus fijas pupilas. Como quien acusa: ¡traidor, traidor, traidor!..

¡Válganos Dios si en un día de la vida, zapateros o escritores, alguien viene a perturbar nuestra calma con semejante demanda!

Leed las páginas de “Daza y las bases chilenas de 1879” y os daréis cuenta cabal de lo que anoto. A mí, particularmente, no me interesa el debate histórico de esos hechos, sino su aporte en el drama humano. Con una calumnia o con otra se hiere la paz del espíritu y se sojuzga una existencia: ese es el infortunio. A mí me basta saber que el sosiego de Moreno estaba perdido y que, en lugar de abismarse en la plañidera o en el alcohol, como suele acontecer con otros, él se sometió a los cilicios austeros de la disciplina mental. De su dolor surgió la grandeza de su obra.

La posteridad ha reparado los daños que se causó a Moreno en vida. Su obra, elevándose sobre su propia existencia, tiene una grandeza innegable y es de una necesidad perentoria para la estructura de nuestra esencia cultural. Ya no se puede negar más ni calumniar más a Gabriel René Moreno, porque todas las evidencias que nos ha dejado están por sobre la miseria que empaño el cielo de sus días de hombre. Nos ha dejado la gloria misma, el secreto de nuestra razón de ser, el testimonio de nuestra procedencia nacional.

Pero, no olvidéis que vivió la amargura. No olvidéis que junto al suspiro nostálgico del desterrado, hubo de enjugar la lágrima del calumniado y del incomprendido. Autor solitario de escritos sin lectores… ¿No estáis midiendo esa soledad, no estáis penetrando en su mala fortuna? ¡Ah, claro: hoy es grande, hoy es famoso, es inmortal! Pero recordad que entonces no tenía grandeza, ni fama y era mortal como todos nosotros!.. Y que solamente, detrás de la calumnia, tenía los ojos inquisidores del búho de la espadaña.

En Alcides Arguedas, en cambio, no hubo contrariedad de familia ni calumnia. A la calumnia que humilló a Moreno, se suple en Arguedas, con el ultraje de Germán Busch, el Dictador. Se crea también una fuente de dolor, la raíz de un drama interior que solamente muy pocos hombres supieron leer en las suaves pupilas del autor de “Raza de bronce”. Cuando yo le vi en Buenos Aires, con la cabeza blanca, me pregunté: ¿Y es a este anciano al cual el atlético Dictador, el joven gobernante Busch, ha dado de golpes en la Casa Quemada?

Pasando a otro tema, en Arguedas, contrariamente a lo que pasó en Moreno, no hubo un autor sin lectores. En ello, son Alcides tuvo mucha suerte. Sus libros inquietaron el ambiente, le despertaron, se buscaron y se leyeron con avidez. “Pueblo Enfermo” y “Raza de Bronce” han sido reeditados varias veces. Sus tomos de historia no se encuentran en las librerías y habrá que hacer nuevas ediciones. Quiero decir que, en vida, tuvo el pequeño goce de releer y revisar sus originales para las nuevas ediciones. Le ayudó Patiño, salió varias veces como Embajador, actuó en torneos y conferencias de carácter internacional, es decir: paseó su persona, su nombre y su fama.

Pero tampoco dejó de ser huraño, tampoco dejó de recibir la visita amarga de la desilusión. Cierta vez juró que no volvería a salir de su fundo de Río Abajo. No pudo cumplir su promesa porque su obra y su tarea le reclamaban entre los mortales, en medio de la lucha sin tregua de la vida… Y tornó a actuar en la escena.

Pero Arguedas tuvo que sufrir, sin embargo, otros males de la mortal mordedura, la indiferencia morena o la ignorancia cobriza que no sabe jamás interpretar ni valorar la obra de los hombres. La quietud del bronce, terrible, que él había tomado como símbolo…

Pero, ambos: Moreno y Arguedas, pasando por sobre su Calvario, se dan una inmensa cita con la gloria. No hay grandeza que no esté matizada por el sufrimiento: epilepsia se llamaba en Dostowievsky, alcohol en Verlaine, neurastenia den Villamil de Rada, la calumnia en Moreno y la bofetada en Arguedas. En muchos, el olvido. En otros la sífilis. En los más, la miseria. A dios gracias, un halo inmenso de martirio y de gloria queda en todo eso y los hombres superviven con la obra realizada amargamente un día.

Todo eso, en la zona del drama mismo. En la Historia, queda en pie una labor que no tiene alcances. Arguedas y Moreno dejan a la posteridad los dos basamentos firmas de la nacionalidad: el análisis de su vida, compulsada, criticada. No habrá ojos que se cieguen para no ver en ellos el recurso que se requiere para el conocimiento de Bolivia.

* Porfirio Díaz Machicao en:

“El ateneo de los muertos” 1956.

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