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Domingo 18 de enero de 2015

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Cultural El Duende

Donde se cuenta que el señor Tatacura, muy cuitado sermonea a su feligresía

18 ene 2015

Antonio Paredes Candia

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Era el párroco del pueblo de una provincia del valle cochabambino. Lugar muy productivo y famoso por la buena comida y la abundancia de la bebida nacional que allí fabricaban: me refiero a la incomparable chicha.

Parece que las demostraciones de agradecimiento de los feligreses para con el guiador de almas eran tan flacas que le sacaban de quicio; acostumbrado a que en otros lugares lo trataran a cuerpo de rey, especialmente los indígenas, quienes se quedaban aun sin comer por llenar las despensas apostólicas.

El cura, en una y otra forma trataba de hacerles comprender, que por su misma salvación espiritual, fueran dadivosos con él, que representaba al Supremo Hacedor sobre la tierra. Pero todos seguían sordos a sus pláticas benignas, cumpliendo aquello de que no hay mejor sordo que el que no quiere oír, hasta que un domingo en que se recordaba el día de una santo del martirologio cristiano, y por esta razón se congregarían en la iglesia del pueblo la totalidad del vecindario, el padrecito dijo para su capote: “esta es mi ocasión”.

Llegó el instante de la prédica.

Ya en el púlpito, al Tatacura la relampagueaban los ojos de dicha porque iba a exhalar el suspiro retenido durante tanto tiempo.

“Hijos míos –principió diciéndoles– hoy recordamos al santo fulano de tal, asesinado por los malvados infieles, ejem, ejem, ejem, pero antes –movió el dedo índice en actitud amenazadora– quiero hablarles de la salvación de ustedes, que como están pasando las cosas, la veo muy verde, síííí, muy verde, –tosió un poco y repitió tres veces– la veo muy verde hijos míos. Y ¿por qué padre, me dirán? Ahí va mi respuesta, hijos míos. Porque ustedes han hecho de la usura el pecado diario, la avaricia les ha carcomido el corazón… Ustedes comen buenos pollos, en ajicito, en “ququ”, y se olvidan de su párroco que a veces no tiene un pedazo de pan que llevarse a la boca. Muy bien, hijos, muy bien. La mejor papa para ustedes ¿y para el cura? ¡Que se muera de hambre! ¿No? El cordero más gordo para ustedes, el cura que coma su mierda. El mejor pan de Toco para ustedes, para el cura ni una miga. La chichita más rica se beben todos los días y para el cura ni agua sucia, que tome sus orines dirán. Pero nos vamos a ver las caras después de muertos. Ya les voy a ver a ustedes rogándome, suplicándome. Ustedes en el Infierno, ardiendo como leñas, “qajarándose” (quechua: chisporroteando), a algunos carbones ya, otros a medio quemarse. Entonces me van a gritar: “¡Tatay! ¡Tatituy!” salvame pues. “¡Tatay, alcánzame siquiera tu mano!”… Yo voy a estar al lado de Dios, con los ángeles abrazándome, ustedes “qajarándose” en el fuego. Entonces me he de acordar, del pan, de la carne, de la chicha, de todo lo que ustedes comen y beben en la tierra, y a los ruegos les he de contestar:

–¡Malagradecidos! ¡Kay kunkaiki! (quechua: ¡este es tu cuello).

Terminó la última palabra al mismo tiempo que les hacía con la mano y el brazo, una fea seña de carácter pornográfico.

* Antonio Paredes Candia. La Paz, 1924 - 2004.

Narrador, tradicionista y editor.

Tomado de: “Cuentos de curas. Folklore secreto” (1975).

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