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Domingo 18 de enero de 2015

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Revista Dominical

La sangre de la calle Harrington

18 ene 2015

Fuente: LA PATRIA

Dehymar Antezana - Periodista

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Disparos de metralleta, temblor del piso por el paso de las tanquetas, sirenas de ambulancias con aspecto sepulcral llevando en su interior a la muerte, gritos y llanto de mujeres por el deceso de sus seres queridos, jóvenes pidiendo piedad por sus vidas arrodillados al pie de la bota militar.

Víctimas torturadas, desaparecidas, enterradas en pampas o quemadas en hornos. Niños huérfanos día a día y los militares en el poder, aprovechándose del uniforme para gobernar sin piedad ante su propia gente, con el único afán de enriquecerse para satisfacer sus apetitos personales, al margen de actuar contra la legalidad y legalizar su vicio con la droga.

En esas líneas se puede resumir lo que fueron las dictaduras en Bolivia, unas con más brutalidad que otras y todas que permanecerán eternamente en la memoria de la ciudadanía.

¿A qué viene todo este entuerto? Hace poco se recordó 34 años de la denominada masacre de la calle Harrington, ocurrida el 15 de enero de 1981 en Sopocachi Alto de la ciudad de La Paz, durante la “narcodictadura” de Luis García Meza (1980-1981), calificada así por la historia.

DICTADURA

La dictadura de Luis García Meza se inició el 17 de julio de 1980, tras derrocar a su prima Lidia Gueiler Tejada. A partir de ese momento, Bolivia viviría una de las “pesadillas” más terribles de su historia.

La primera ocurrió el mismo día cuando fue asesinado el líder del Partido Socialista (PS-1), Marcelo Quiroga Santa Cruz. Aún persiste el misterio de dónde fue enterrado su cuerpo, aunque hace un par de años, surgió el rumor que fue incinerado en los hornos de Vinto, ya que lo vio a Meza, un día después del golpe militar en aquel lugar.

El mensaje de “caminar con el testamento bajo el brazo” realmente caló en el espíritu de los bolivianos, algunos soportaron jornadas sangrientas de torturas, masacres. El miedo se sentía como la brisa fría de invierno, que estremecía los huesos.

Los días eran cada vez más grises y de nunca acabar, pero en el fondo, los ciudadanos sabían que no había “mal que dure cien años” y si bien muchos cuerpos no soportaron a este flagelo, algún día se terminaría este episodio de dolor.

HARRINGTON

Pero antes que ocurra aquello, fijemos nuestra mirada en aquel fatídico 15 de enero de 1981, cuando entre las 17:00 a 17:30 horas en una casa de Sopocachi Alto de la ciudad de La Paz, la ignorancia, el abuso y la fuerza hicieron escarnio de los cuerpos de varios dirigentes del Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR), a quienes les quitaron la oportunidad de continuar entre los vivos.

Esos mártires que la historia escribió su nombre con sangre, fueron, son y serán ejemplo para generaciones futuras, quienes deben aprender que la democracia se pagó con la factura de la muerte.

Artemio Camargo, José Reyes, Ricardo Navarro, Ramiro Velasco, Arcil Menacho, Jorge Baldivieso, José Luis Suárez y Gonzalo Barrón fueron los elegidos del destino, para terminar su misión en la tierra como nadie desearía pasar los últimos momentos de su vida.

Todos ellos fueron acribillados de la manera más cobarde por los que decían llevar con orgullo el uniforme de la Patria, pseudo militares o mejor dicho en su jerga, paramilitares.

Ese día había una reunión entre los principales dirigentes de la cúpula mirista, un par de ellos, se salvaron de “puro milagro”, como Gloria Ardaya y Gregorio Andrade.

LA MASACRE

Pero, ¿qué originó que ocurra esa masacre? Aunque en este caso diremos ¿quién originó este cruento hecho? Como sabemos era época de dictadura y cualquier reunión, principalmente política, era considerada como una “piedra en la bota militar”.

Todo político, dirigente sindical era considerado enemigo. Si no se escondía, desaparecía o se declaraba en la clandestinidad, era acribillado sin piedad. Para ello, el gobierno dictador tenía todo un aparato de inteligencia, destinado a perseguir a cualquier ciudadano opositor al régimen.

Para ello, un campesino cuya identidad se guarda en reserva se encargó de infiltrarse en la Dirección Política del MIR. Él hacía un seguimiento a todos sus movimientos y se encargaba de informar a los paramilitares.

Fue que días antes, se enteró de la llegada de un alto dirigente mirista, José Pinelo, quien debía reunirse con sus correligionarios en la calle Harrington. Desde ese momento, los miembros de la dictadura se encargaron de hacer seguimiento. Ubicaron tres domicilios como posibles puntos de reunión. La primera en Calacoto, la segunda en Sopocachi Alto y la tercera en la Plaza Uruguay.

Sin embargo, el agente sabía que Pinelo estaba en la calle 15 de Calacoto, por lo que el Ejército comenzó su labor de persecución. Fue recogido por otros dirigentes del MIR para ir a la calle Harrington, entre ellos estaban Ricardo Navarro, Ramiro Velasco y José Luis Suárez.

Una vez reunidos, Gregorio Andrade sale de la reunión para dirigirse a la Plaza Uruguay, donde supuestamente se efectuaría otra reunión. Como los militares merodeaban la calle Harrington, el militante fue detenido y posteriormente torturado para que revele el lugar de la reunión.

Por su parte, el agente campesino identificó la casa para el accionar de los militares, quienes en principio lo golpearon, sin embargo, se salvó de la muerte al sacar un credencial que demostraba que trabajaba para la “bota militar”.

De acuerdo al relato a medios nacionales de Gloria Ardaya, sobreviviente de la masacre, el tiroteo ocurrió entre las 17:00 a 17:30 horas. Los paramilitares sin temor alguno torturaron sin compasión a todos los dirigentes del MIR, ocho en total, posteriormente les dieron “vuelta”.

Fue un episodio fatídico que se conoció en todo el mundo, los bolivianos estaban indignados por el hecho, con bronca contenida en su corazón por el modo de actuar de la violencia militar.

Esta acción fue solo uno de los tantos capítulos que protagonizó la dictadura de Luis García Meza y Luis Arce Gómez, ahora ambos pagando su culpa tras las rejas. Si bien se hizo justicia al repatriar y encarcelar a los dictadores, aún queda la ansiedad, el dolor y la frustración de saber el destino de otras tantas víctimas que a la fecha se desconoce su paradero.

Ese día la calle Harrington sangró desde sus entrañas y si bien se tiñó de luto, los hombres que asumieron el sacrificio de la intolerancia e ignorancia militar, se convirtieron en un ícono de valor y compromiso para que sus compatriotas recuperen la democracia que fue pisoteada como un trapo viejo, sin moral y escrúpulos.

Sangró Harrington, pero la memoria continúa viva de quienes en algún momento pudieron escribir una página diferente de la historia nacional, que aún permanece abierta esperando justicia y paz.

Fuente: LA PATRIA
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