Los seres humanos nacemos, crecemos, de alguna forma nos reproducimos y finalmente morimos. En ese pasar por el mundo de los vivos, hay personas que dejan su huella, en algunos casos muy profunda. A veces con pocas palabras y otras con toda una novela, con poesía o con relatos.
El escritor del que voy a permitirme ocupar hoy día, ganador del premio Nobel, dice en uno de sus libros: “El sentir humano es una especie de caleidoscopio inestable” (“Alabardas”).
Este autor, nació de padres labradores, y confiesa que su madre que, además, era analfabeta, le despertó el amor a la lectura.
En su narrativa histórica se mezcla la ficción con la ironía y la ciencia, cuando hace alusión a la Biblia diciendo, irreverente, que es “el libro de los disparates” (“Caín”).
En las obras de este novelista, se nota una actitud crítica al hombre político, como en un párrafo que dice: “los gobiernos son comisarios políticos del poder económico” (Ensayo sobre la lucidez).
Asimismo, se palpa una tendencia filosófica, unas veces como historia, otras como reflexión, cuando dice: “(…) lo importante no era estar allí parado, con rezos o sin rezos, mirando una sepultura, lo importante era haber venido (…)” (“La caverna”).
En otro de sus libros dice: “(…) el destino (…) es un cofre como otro no hay, que al mismo tiempo está abierto y cerrado, miramos dentro y podemos ver lo acontecido, la vida pasada, convertida en destino cumplido, pero de lo que está por ocurrir, sólo alcanzamos unos presentimientos, unas intuiciones, (…)” (“El evangelio según Jesucristo”).
De la misma manera, toma elementos de la sociología para decir del hombre y de la sociedad que: “(…) sentimientos de generosidad y altruismo que son, como todo el mundo sabe, dos de las mejores características del género humano, que pueden hallarse, incluso, en delincuentes más empedernidos (…)”. Este otro párrafo: “(…) sentido tiene aún hablar de purezas del cuerpo en este manicomio en el que vivimos, que las del alma, ya se sabe, no hay quién pueda alcanzarlas”. (“Ensayo sobre la ceguera”).
Algunos dicen que Saramago es ateo, sin embargo nuestra humilde opinión es que es más bien muy creyente, puesto que toda persona en el mundo tiene necesidad de creer en algo, aunque ese algo no sea precisamente un dios determinado. A propósito de esto, nuestro escritor dice que:” Dios es el silencio del universo y el hombre el grito que da sentido a ese silencio” (“El cuaderno”).
De la misma manera, hace una crítica dura a las escrituras cuando dice: “(…) Dios debía ser transparente y límpido como cristal en lugar de este continuo pavor, de este continuo miedo, en fin, Dios no nos ama, (…)”. En el mismo libro dice: “No puede ser bueno un dios que le da a un padre la orden de que mate a su propio hijo, simplemente para poner a prueba se fe, eso no ocurriría ni al más maligno de los demonios. (…)” (“Caín”).
También habla de la importancia de la palabra cuando dice: “Con las palabras todo cuidado es poco, mudan de opinión como las personas”. En el mismo libro dice:” (…) las palabras son rótulos que se adhieren a las cosas, nunca sabrás cómo son las cosas, ni siquiera qué nombres son en realidad los suyos, porque los nombres que les das no son nada más que eso, el nombre que le has dado.(…)”. (“Las intermitencias de la muerte”).
Nuestro autor cuenta que la última obra que estaba escribiendo y que lamentablemente dejó inconclusa (“Alabardas”), nace de haber leído una historia de guerra, en la que los trabajadores de una fábrica de armas sabotean para que las bombas no exploten, por lo que son fusilados. A partir de esto, empieza a realizar bosquejos de lo que será la novela, inclusive realizando hipótesis, acerca de cuál será el final, cambiando el título y, hasta las palabras finales de la obra. En esta obra menciona, a propósito del armamentismo, ese pasaje histórico boliviano como es la Guerra del Chaco.
Nuestro admirado escritor, poeta, narrador, historiador novelesco, filósofo, crítico, analista, que dedica todos sus trabajos, a su nunca olvidada pareja: “A Pilar”. “A Pilar como si dijera agua”. “A Pilar, mi casa”. “Este libro no necesita ser dedicado a Pilar porque ya le pertenecía desde el día en que me dijo: ‘tienes un trabajo, escribe un blog’”. “A Pilar, los días todos”. “A Pilar, que no dejó que yo muriera”, fallece el año 2010, dejando un cúmulo de mensajes dignos de ser recordados siempre. Paz en su tumba y gracias por todo lo escrito, Don José Saramago.
(*) Periodista y docente universitario
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