Sábado 10 de enero de 2015
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Buenos Aires, intenso verano., acude a recogernos al hotel un empresario boliviano, se llama Alejandro. Nos conduce hacia un sofisticado salón de té oriental, un regalo para los sentidos. Los exquisitos modales de Ale y su sonrisa franca y segura, curiosamente armonizan con el oscuro pelo lacio y nuestras facciones, fácilmente reconocibles. Es uno de los compatriotas que a fuerza de luchar junto a su madre, Nieves; precursora de la empresa textil que él maneja, hoy posee un respetable lugar en la “comunidad”, como se llama al inmenso grupo de bolivianos que se reúnen en Argentina. Dicha comunidad, orgullosa de su nacionalidad, está organizada para apoyar a sus miembros, especialmente los menos afortunados y realizar una infinidad de actividades culturales y sociales que van desde reproducir nuestra deliciosa comida, hasta bailar nuestros ritmos con la misma pasión que lo harían en nuestras calles.
La siguiente tarde debemos almorzar con Mary, prestigiosa diseñadora con un floreciente negocio textil en la capital del tango. Cochabambina, linda y cálida, la conocemos al fin cuando nos recibe con una gran sonrisa, ataviada con un precioso vestido estampado en tonos pasteles frente a un espacio gastronómico de moda. Nuestro almuerzo resulta ser no solo delicioso, sino increíblemente rico en anécdotas y risas sobre alguien que empezó “laburando” (como dicen por allá) a los quince años y que hoy maneja junto al esposo paceño un nutrido personal experto en moda conformado por bolivianos.