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Domingo 04 de enero de 2015

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Cultural El Duende

“Nada de lo humano me es indiferente”

04 ene 2015

Alfonso Gamarra Durana

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Una energía forma al hombre

Hay una razón física que explica el primer movimiento de las moléculas acuosas que ocasionan una suave ondulación y posteriormente, al sumarse con otras, determinan los grandes oleajes que tiene el océano.

Si utilizamos al piélago como explicación de la génesis del hombre y a la humanidad como una resultante multiplicada y multitudinaria de este, no es solamente por sublimar líricamente las manifestaciones de ambos. La incesante actividad del mar no carece de una fin determinado pues los extraordinario de esta masa líquida no está en lo que efectúa un fenómeno undoso. Igualmente, el hombre que no es un organismo estático obliga al género humano a un impulso intérmino y expansivo. El desarrollo orgánico empieza por realizarse en una forma de egoísmo biológico, animado por una energía especial que hace a sus células proliferar y especializarse. Pero también lleva en latencia una fuerza que le hace conquistar en el ambiente lo necesario para su existencia en un dramático intercambio con el medio. Su magnífica tarea en la vida es dejarla al descubierto, conquistando sus secretos, inventando nuevas producciones dinámicas con la energía obtenida de su mismo cosmos. Todas estas condiciones son la consecuencia maravillosa de lo que el organismo vivo ha implementado.

Esa lenta espiral que comienza con el origen del minúsculo y primitivo ser viviente en el inconmensurable océano se extiende cada vez en mayor amplitud, centrifugada por un caudal de ideas generadoras de otras nuevas.

El sujeto ya desarrollado se influye a sí mismo tanto como influye en sus congéneres y mientras más expande su capacidad, se carga de reminiscencias y aprendizajes como persona y como especie, lo que constituye el fundamento de sus producciones futuras al llegar a ser lo que él permite que sea. Es proceso en formación, que simultáneamente busca concluir una obra extracorpórea, ya que tiene la necesidad de completarse construyendo un mundo más complejo.

El evangelista al escribir sobre “aquella luz verdadera que alumbra a todo hombre” habrá querido señalar a esa individualidad atesorada en uno mismo que superando su virtualidad ejecuta la entrega espiritual para unos fines que no alcanza a comprender.

El sociólogo, el historiador, el antropólogo, el matemático, intervienen en distintos aspectos relacionados con el hombre, que no es visto como una “autómata behaviorista ni tampoco como un frasco ambulante de aminoácidos y enzimas” (Joseph Needham de la Universidad de Cambridge). Cada uno considera la suya como una disciplina que entiende a la naturaleza humana. Pero quizás ninguna como la ciencia biológica, que sería la madre de las ciencias, que trata de hallar la fuerza que brota como concepción propia y como eflorescencia del alma. El intelectual debe filosofar cuando trate cualquier tema referido al hombre. Por abisales que parezcan su –todavía– incógnitas, debe de meditar inagotablemente. Transferir a cualquier ciencia lo que Paracelso en el siglo XVI afirmaba: “Es burda cosa para un médico llamarse médico y hallarse vacío de filosofía y no saber de ella”.

Una organización concreta e independiente

El ser humano es un derivado condensado del mar. Del infinito océano surgió como una célula, y juntándose miles de células originaron la unidad aparentemente sólida de un cuerpo. Estas mantuvieron el equilibrio de su constitución química y sus elementos fundamentales fueron agua y sal. En los estudios de Macallum se señaló que los vertebrados aparecieron en la era paleozoica, y que del agua marina emigraron al agua dulce y de allí emergieron a la tierra. No obstante que estos animales han sufrido mutaciones y trasformaciones, por acción de las contingencias exteriores, su medio interno se ha mantenido constante.

Aquel autor indicó que el mar primitivo tenía nueve gramos de sal común por litro de agua, o sea que tenía una relación semejante a lo que hoy se denomina solución salina isotónica, que es la concentración necesaria semejante a lo que hoy se denomina solución salina isotónica, que es la concentración necesario para conservar la proporción de sustancias en el organismo.

Por otra parte, el agua, en condiciones normales, significa más del 70 % del peso corporal. Proporcionalmente el niño tiene más agua que el adulto y este más que el viejo. En conclusión, el ser humano es una integridad líquida cuya estructura formada de tejidos peculiares los presenta como una entidad sólida en cuanto ocupa su propio espacio, colinda con otros espacios humanos, a los cuales su espesor no le permite invadir, y tiene que servirse del alimento que le ofrece su medio exterior para conservar su existencia y su individualidad.

En este ser alcanzaron los órganos internos una especialización funcional. Algunos de ellos en vez de regirse por una relación dependiente de su entorno director, adoptaron un funcionamiento encomendado a regiones especiales que debían guardar una interrelación y control de sus hechos fisiológicos. La acción de las hormonas patentiza que la estructura humana no se conserva como derivada de otra semejante pues trata de adaptarla a la existencia solitaria como si hubiera sido creada para vivir aisladamente. Aun cuando la continuación de la especia radica en el vínculo con las entrañas maternas que forman el cuerpo nuevo, el ser humano deviene, por determinación hereditaria, en una organización concreta e independiente. Al separarse de la madre, el sistema nervioso y los órganos de especialización extraordinaria que son los sentidos no le sirven para integrarse a la naturaleza sino para percibir lo que le rodea, como información y, asimismo, como acto de defensa. Las hormonas, por su parte, son las controladoras de la independencia orgánica y las que mantienen la privacía del individuo, pues su acción es interna, impide la aproximación al mundo exterior, y ejerce la coordinación funcional de la unidad orgánica.

La existencia del ser vivo tendría como finalidad el producir la vitalidad interna y sostener la fuerza escondida que origina las labores específicas de células, tejidos y órganos. Elemento de secundaria significación sería la relación contraída con el medio externo.

La índole del ser humano es determinar su especialización de carácter, valorando su capacidad y sus posibilidades de subsistencia. Si se afirma libre de intervenciones foráneas, las gestiones funcionales pluriglandulares se abastecen para llevar un sistema de acción simple y espontánea. Una existencia autónoma porque tiene una constitución unitaria. Se servirá de los acontecimientos naturales para compensar sus necesidades; mas cuando estos sobrepasan su acción, el dispositiva complejo de los órganos reacciona de manera proporcional al tipo de agresión. Luego despierta la constelación endocrina que activa la eficacia del diencéfalo y el sistema nervioso central, arrastrando de allí en adelante a la totalidad del organismo a establecer las respuestas patofisiológicas y fenómenos biológicos inesperados “aeghri paroxysmus atrociur” (Un paroxismo demasiado atroz del individuo. T. Sydenham) para tomar una franca actitud de alarma.

La posición del hombre en su medio

En un proceso mayor de adaptación al medio, el cuerpo experimentará el fortalecimiento de algunos órganos o la hiperfuncionalidad de otros. Será una forma de mantenerse en expectativa biológica contra la obstinación de presiones agresoras. La repetición de una acción específica externa no obligará a la aparición de una nuevo órgano sino que los tejidos ya existentes incrementarán sus propias suficiencias ya sea produciendo más reacciones químicas o más adecuadas hormonas, o motorizando finalmente una mayor actividad en el movimiento especial y cronológico.

La serie de circunstancia externas provocan reacomodaciones cardinales de los planes biológicos y se convoca a un juego más acelerado de humores y fluidos, modificando su orden natural.

En la especie humana una inmutabilidad en la constitución global pero suficientemente maleable para que pueda reaccionar ante los estímulos desmedidos con formas generales de reordenamiento metabólico. En los tiempos actuales, sobre la esfera mental se manifiestan las mayores presiones. Los sentidos, los nervios sensitivos y la psiquis misma reciben una sobrecarga de percepciones que no era habitual en siglos anteriores. Cualquier segmento de la percepción es presa del abuso, en cuanto a velocidad, ruido, sustancias alucinógenas, elementos bélicos, acometidas morales. Estos ataques no ejercitan el mismo grado de injuria sobre todos los órganos pues imponen su efecto por orden decreciente de susceptibilidad, dependiendo de la estructura de los tejidos y de la distinta rapidez de su implantación. Simultáneamente empalman los distintos sistemas por una trama de comunicaciones nerviosas y hormonales, asociando las simplicidades anatómicas con complejidades funcionales. Además determinan cambios en la personalidad y, como los hilos de relación entre la conciencia y los planos orgánicos son incógnitos, no se presiente el umbral de la primera si estos se trastornan.

El tiempo en que vivimos hace rechazar el término filosófico primitivo de atarakthos o sea un estado del cuerpo libre de alteraciones o perturbaciones. Ya no puede ser este una entidad firma apropiada para aferrarse a su medio y resistir los ataques. Más bien, la definición de Julián Marías en su profundo tratado sobre la ataraxia nos permite aceptar la ubicación del ser en el universo actual: “Un sereno y tenso estado de alerta frente a todo peligro inesperado”.

El hombre ya no puede ser una abstracción en su medio natural. Sus elementos, por haber sido creados para actuar en interrelación y haber sido formados aislados del exterior pero completables en su adaptación interna no son irreales o inconcretos. Por el contrario, la evolución ha logrado la superación orgánica, resistiendo las agresiones y subsistiendo en un ambiente hostil gracias a una experiencia pacientemente ganada. El hombre ha dejado de contenerse en las fronteras de su piel o en la inmediatez de sus sentidos y ha desarrollado una atención inteligente, que es una vigilancia constante, móvil, diferenciada, hacia el universo. Su ámbito que primigeniamente era reducido, se ha extendido hacia un espacio ilimitado social y científico. Durante siglos de evolución ha luchado porque nada se inmiscuya en su interior funcional; ahora es, al mismo tiempo, punto de convergencia y centro de irradiación de todos los estudios.

El acto de crear ideas le da conciencia de su propia existencia. Los razonamientos que se forma le llevan a comprobar las constituciones de sus semejantes, de los seres inferiores y de las cosas que le rodean. Se sirve de las percepciones para aumentar su saber, y de la mejor función cerebral para guardar en la memoria sus experiencias anteriores. Asocia el conocimiento adquirido para pronuncias dogmáticamente su juicio. El ser humano parece haber adoptado este pensamiento: “Siempre que los fenómenos presentan alguna precaución en las regiones de la duda”.

Resultado final: que el hombre, primitivamente un misterio, supera su realidad o espacio individual que es verticalmente limitado, para resolver los enigmas de una naturaleza horizontalmente desconocida.

Resumiría su destino en la significativa frase de Terencio: “Homo sum humani nihil a me alinum puto” Hombre soy; nada de lo que es humano me es ajeno.

* Alfonso Gamarra Durana. Oruro, 1931 – 2014. Médico, Académico de la Lengua.

De su libro “Perpendiculares” 2004

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