Martes 30 de diciembre de 2014

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La Navidad es la fiesta del amor. El Hijo de Dios se hizo hombre para traernos el amor de nuestro Padre eterno, que Él nos anunció siendo hombre y según el cual vivió. En todo el mundo no hay nada que ennoblezca tanto el carácter de una persona, que armonice su ser y que llene su ánimo de pacifismo que el amor eterno y cósmico que viene de Dios. Las personas que se entregan al amor de Dios regalan alegría altruista a sus semejantes, porque ellos dan de forma altruista sin esperar agradecimiento o reconocimiento.
La Navidad es también la fiesta del dar. Quien quiera dar los pasos hacia un buen año nuevo, precisamente en la época navideña puede reflexionar sobre cómo le gustaría dar una alegría a sus semejantes, pero no sólo con dones externos, si no con su propio ser interno, que él se esfuerza en refinar y orientar hacia el amor del infinito, que es la seguridad y la firmeza, que irradia confianza y felicidad interna y da a otros. Porque lo que amamos de corazón y damos de corazón, eso lo tenemos también nosotros, y por el contrario, lo que esperamos y ansiamos, con eso nos robamos a nosotros mismos.