Cada año que transcurre parece que iría aumentando el indiferentismo en los bolivianos. El paulatino deterioro de la Nación pasa cada vez más inadvertido, tórnase cosa normal con la que, al parecer, se ha acostumbrado a convivir sin ser conscientes de ello y sin tomar partido alguno que salve, lo primero, a ella, patrimonio supremo de nuestra organización de co-estar.
Año que transcurre no podemos dejar de ver aberraciones inverosímiles e inenarrables por doquier, tomadas ya como algo cotidiano, acaso adoptadas como parte de la normalidad. Crímenes absurdamente crueles, violaciones de parentela, estupros consanguíneos, de todo se observa hoy, acompañado, como aparente casualidad, por la vileza que emana del poder público, la Institución erigida para organizar buenamente la sociedad, esto es, la Política, hoy usurpada e inexistente en su sentido cabal.
No nos hemos agotado ni nos agotaremos de señalar el derrocamiento impune de la Nación, su usurpación por el Estado Plurinacional. No nos hemos de agotar, como no lo hemos hecho el año que termina, de preconizar la importancia vital de esa escuela sin par de ética y moral, de ese legado sagrado que significa la Nación, errónea y falsariamente vista como una invención del Movimiento Nacionalista Revolucionario (MNR) y, por ende, de lo peor que puede existir bajo el cielo, conforme el mezquino pensamiento del régimen actual.
¿Habrá que recordar que la Nación comienza su devenir histórico miles de años atrás? ¿Habrá que mencionar que la Constitución Boliviana de 1826, la primera, ya hablaba expresamente de la Nación como el patrimonio de todos los bolivianos? ¿Cabe recordar que ya en la década de 1830 se confirió, por mandato constitucional, la soberanía a la Nación? Cabe, siempre que la injuria constituya práctica habitual en quienes llevan la grave responsabilidad de gobernar un país.
El Mar. Nunca deploraremos lo suficiente el hecho de haber ido decayendo el espíritu patriótico de los bolivianos que, desde 1879, no cejó en su ansia de Mar, empero Mar suyo, mar correcto por lo correspondiente. Hoy, en La Haya, no vemos ni podremos ver o sentir ese espíritu, esa llama sagrada porque se está pidiendo no algo que fue nuestro o que es nuestro, si no, algo que no fue y por ende no es nuestro. También se está pidiendo, claro, "cualquier cosa" y esto es real. No ha muerto, empero, aquel sentimiento nacional que, aunque diezmado por la sensualidad de la actual forma de vida social, así como por la sensualidad del régimen plurinacional, consérvase incólume en el Ser de varios bolivianos y en nuestro Ser como Nación. Falta desbrozar el camino que nos separa del Mar, de obstáculos, materias que impiden ver la verdad y distorsionan la realidad.
Parece, también, que en Bolivia se ha perdido la fe y el crédito en eso que tan ligeramente hoy dicen "política", tumulto de gentes vociferando intereses monetarios y a quienes, acaso, no les guían si no dichos intereses. Asistimos a un año electoral signado por la indigencia espiritual, ideológica y doctrinaria de los denominados "partidos políticos". Cada cual a más hablar de cifras en mero acto de especulación, dejando los problemas supremos de Bolivia en la indiferencia más radical. Correspondíales, pues, el fracaso.
En lo económico "vamos bien", suele decir S. E. y una sensación general parece acompañarle. Se ha perdido, también, en Bolivia, la capacidad crítica, no totalmente, claro, empero no vemos al pueblo boliviano culto y de buenos ciudadanos, que constituía el mejor escudo contra los regímenes demagógicos y dañinos. Hoy quedan, al ritmo últimamente practicado, tres años más de prolífico abastecimiento de gas, tres años de los cien que, también según serios cálculos, decíase quedaban el 2003. Es que se ha explotado sin conmiseración alguna para con la naturaleza. No decimos que está mal, empero preguntamos: ¿hubo previsión? Hoy la realidad nos muestra que no.
A más de los agravios y daños que el régimen plurinacional infiere a la Nación o sea a la parte más importante de Bolivia, hoy pretende desgarrar aún la Constitución, violando y haciendo befa del carácter nacional que, históricamente, ha sido propio a los bolivianos: su respeto por este bien supremo que es la Constitución y su defensa íntegra cuando, en un precepto fundamental, intenta régimen alguno conculcarla y este precepto es el que rige el ejercicio de la dirección de la República, de la Nación misma en su carne, materia y realidad. Este carácter nacional ha sido demostrado concretamente en 1930.
¿Llegó a su fin el heroísmo? ¿Tocó fondo el espíritu, la ética, la moral o sea el sentido del vivir de todo hombre digno de ser hombre o de toda mujer digna de ser mujer? ¡Cómo se extraña el siglo XIX boliviano, cuando, en jornadas épicas, unos y otros salían en defensa de principios a la consigna de dar "un día de gloria a la Patria", lanzándose contra aquellos que los violaban o creían que los violaban! Cuánto se extraña, desde esta perspectiva, a Olañeta.
Y los "movimientos" o "acontecimientos" del siglo XX, igual extrañados y caros se nos presentan ante la molicie, sensualidad y perfidia del tiempo en que vivimos, todo lo cual es susceptible de cambiar y ser, otra vez, bolivianos.
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