La Navidad pasó otro año en el marco del consumismo y en una competencia abierta de excesos materiales, que dejaron en segundo orden el verdadero sentido de unión, paz, solidaridad y humildad que fueron paradigmas en las celebraciones de hace años, cuando todavía el comercio de los regalos no había invadido la conciencia cristiana de esperar el nacimiento del Hijo de Dios como el hecho máximo de renovación de fe católica.
Es posible que muchos de nuestros lectores consideren inoportuna la presente observación, pues la Navidad llegó y pasó y dejó en muchos casos, que parece son los más, desilusión y frustración, se reveló una vez más ese problema de las grandes diferencias entre los que más tienen y los que menos pueden satisfacer sus expectativas.
Lo que todavía se ve en las calles y que se prolongará hasta el mes de enero, con el pretexto de emular a los Reyes Magos en la entrega de presentes, tiene que llevarnos a una profunda reflexión sobre el sentido poco práctico y su valor distorsionador del contenido religioso de la verdadera Navidad, la que debe servir para conmemorar la llegada del Niño Jesús, pero sin excesos materiales.
Los padres, unos con más posibilidades que otros, no miden opciones para poder mostrar sus privilegiadas condiciones económicas en desmedro de otros que haciendo esfuerzos entraron “obligatoriamente” al juego del comercio y no pudieron evitar la inversión de sus pocos pesos en beneficio de comerciantes y en cubrir la expectativa de los niños, jóvenes y la familia…”que siempre esperan algo”.
La fiesta de júbilo por el advenimiento del Nino Jesús, se ha distorsionado terriblemente, lo que sucede es difícil explicarlo, pero hay muchos elementos que entremezclados han convertido la Navidad de antaño en una franca competencia de egocentrismo en la que prima la opción de sobresalir por los gastos y lógicamente en la proporción y el volumen de los obsequios.
Hay que decirlo con claridad, el cambio que observamos es efecto de esas actitudes que han cambiado el sentido de adorar al Niño Dios, como sucedía entre villancicos, chocolate y buñuelos, oraciones, agradecimiento a Dios y pedidos de bienestar con paz y amor. La cosa ha cambiado y hay una serie de hechos que han reemplazado la adoración cristiana, por otra fatua de simbologías ajenas a nuestra cultura, a nuestro modo de ser y que son la muestra de otras condiciones que “importamos” inconscientemente y las vamos practicando bajo la presión mediática que suena fuerte y pega en la consciencia ciudadana.
Los elementos ajenos nos han invadido y ahí está el Papá Noel con trineo, ciervos y su millonaria bolsa de regalos, el árbol tradicional, es ahora reemplazado por vistosos elementos plásticos, duran más, pero no dejan el aroma inconfundible del pino natural, tan propio justamente de la Navidad.
Parecería muy difícil pretender cambiar esta situación, pero no imposible si de manera especial, sacerdotes, los padres de familia, los maestros toman conciencia del hecho y se proponen reflexionar durante todo el año sobre el verdadero sentido de la Navidad, llamando la atención de una clase que es la más reducida en la comunidad y que sin embargo por la fuerza de su condición económica distorsiona todo un proceso de sencillez y humildad, de paz y amor, de solidaridad y fe que hace la diferencia frente al despiadado consumismo del presente.
Fuente: LA PATRIA
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