Un estudio referencial sobre la importancia de establecer una soberanía alimentaria plena y digna, remarca la diferencia entre comer y alimentarse, que parecerían un mismo proceso y sin embargo de constituir una acción propia de la naturaleza humana al consumir toda suerte de alimentos desde hace algún tiempo cobra otra importancia cuando la referencia tiene que ver con la calidad de lo que se consume, su origen, producción y proceso para llegar a los mercados de consumo.
Ahora se habla de la seguridad alimentaria como un elemento imprescindible en la selección de comestibles para garantizar una adecuada alimentación de la comunidad, dando prioridad al consumo de alimentos que son producidos en regiones apropiadas de nuestro territorio y bajo seguridades elementales de evitar su contaminación “transgénica”, como sucede con algunos productos que provienen de otros países y algunos que llegaban y aún llegan con el sello de “ayuda solidaria”.
No se olvida por ejemplo la ayuda alimentaria de EE.UU. particularmente con la donación de grandes cantidades de trigo ante el déficit productivo nacional y la necesidad imperiosa de tener dicho producto que convertido en harina, se constituye en uno de los más importantes por su masivo consumo en la población, el pan nuestro de cada día.
En los últimos años se han dispuesto programas especiales para incrementar la producción triguera nacional de modo que disminuya el déficit de provisión de este grano para el consumo nacional. Algo se avanzó especialmente en la zona oriental, pero todavía el país debe importar ese producto acudiendo al mercado argentino, en menor proporción se compra del Perú, mientras aún se trabaja en habilitar más zonas trigueras, que en algún momento deberán cubrir toda la demanda interna, en el marco de una verdadera soberanía triguera.
La donación de trigo fue un proceso largo que alteró en largo periodo la capacidad productiva de nuestros campesinos imposibilitados de competir con los grandes volúmenes de trigo que llegaban gratis. El sistema ha cambiado, ahora compramos trigo y producimos una parte de lo que consumimos, aunque hay temporadas en las que al escasear el producto, existe grave desabastecimiento de harina, amenazando con la restricción de elaboración del pan de batalla o con la elevación de su precio.
Son las circunstancias en que todavía nos debatimos y soportamos las consecuencias de esa limitación productiva de trigo. Expertos agricultores han señalado que en el país tenemos suficiente espacio, fuera del oriente, en la zona de los valles y aún en el sector altiplánico para la producción de trigo, por lo tanto corresponde impulsar ese proceso prioritario en producir trigo allí donde las tierras fértiles lo permitan.
En la política nacional mucho se habló del “cambio”, instancia que debería ser aplicada desde los niveles superiores, pero bajo la comprensión del sentido práctico que en este caso debe favorecer a los productores campesinos para que puedan dirigir sus esfuerzos a la producción triguera, sin descuidar por supuesto el cultivo creciente en varias regiones, de hortalizas, frutas y flores que también son productos garantizados y de masivo consumo.
Hay otro desafío en materia de producción alimentaria con soberanía y corresponde a incentivar y apoyar a los productores de quinua, el ahora famoso “grano de oro”, requerido en los mercados internacionales y producido con alta calidad nutritiva sólo en el altiplano boliviano. Apoyar la producción de estos alimentos es generar el cambio hacia nuestra soberanía alimentaria con dignidad.
Fuente: LA PATRIA
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