Viernes 19 de diciembre de 2014
ver hoy
Dicen los expertos que para que una rutina se acabe convirtiendo en hábito han de pasar al menos 21 días, el periodo necesario para crear el llamado nuevo camino neuronal.
En mi caso, el café caliente, el cigarro y el periódico se han instaurado en el quehacer diario desde hace mucho tiempo, y conviven como un pequeño y modesto placer terrenal mañanero.
Pero quiero decir, y muy a mi pesar, que últimamente tengo la impresión de que un cuarto elemento se ha acoplado en extraña simbiosis, pasando de rutina tediosa y cansina a cotidiano y peligroso hábito del que les hablaba. Sí, parece que ha llegado para quedarse: la corrupción ya forma parte de mi vida.
Las noticias se suceden día tras día, como un “déjà vu” burlesco y satírico, como si no quedase más remedio que el mastica y traga, mastica y vuelta a empezar. Entristece pensar que la solución se antoja inviable, al menos por el momento, ya que esa caja de los truenos imposible de abrir llamada Constitución debe permanecer cerrada por miedos a independencias aceptadas en mayor o menor medida.