Jueves 18 de diciembre de 2014
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Las cumbres de jefes de Estado y de Gobierno ya ocasionan fatiga, por su frecuencia, y frustración, por sus escasos resultados. Sus agendas, sobrepuestas a las de otros cónclaves dan lugar al tratamiento simultáneo de importantes temas, en desmedro de la eficacia y coherencia en las decisiones, lo que ha convertido a estas cumbres en reuniones rutinarias; más útiles para el protagonismo de sus participantes que para trabajar en asuntos trascendentales.
Este tiempo ha sido el de las cumbres de Unasur, Iberoamericana, ALBA y, la próxima, de las Américas. Y en un arranque de franqueza, el presidente ecuatoriano Rafael Correa advirtió sobre el peligro de que “la gente se canse de estas cumbres y no vea hechos concretos”. Y esto es lo que precisamente sucedió en la cumbre de Unasur en Ecuador: un solo proyecto concreto, interesante pero de complicada concreción: la creación de la ciudadanía sudamericana, junto a un faraónico edificio para su secretario general.
Siguió la XXIV Cumbre Iberoamericana en Veracruz, México, que mostró que “…muchos jugadores ya ni siquiera acuden al campo. La fragmentación generada por el área bolivariana, encabezada por Venezuela y Bolivia, el desdén del bloque cubano, la insularidad ideológica de la Argentina de Cristina Fernández y la lejanía brasileña al foro, han llevado a la cumbre a perder peso representativo. Ninguno de estos seis países, que juntos suman más del 50% del PIB latinoamericano, han enviado a sus más altos dignatarios”. (J. Martínez Ahrens y M. González - El País, Madrid. 07.12.2014).