La Paz es maravillosa, no hay duda y el domingo reciente recibió el reconocimiento mundial por esa cualidad. Es cierto, como apuntan los críticos, que los concursos siempre tienen su maña y su representatividad no es absoluta, desde el Miss Universo al Premio Nobel. También es evidente, como lamentan los pesimistas, que le quedan muchas tareas para ofrecer calidad de vida plena.
Más allá de esos comentarios minoritarios, los paceños, los habitantes forasteros, los transeúntes y en general los bolivianos festejaron el sitial como una de las siete ciudades más maravillosas del mundo, conseguido en dos años de intensa e ingeniosa campaña.
Sin embargo, hay que distinguir lo que tiene La Paz como dones naturales y aquello que son sus propios méritos, igual que sucede con los seres humanos que heredan belleza física o aptitudes sin ejercer su voluntad ni su esfuerzo.
Chuquiago era ya habitada cuando llegaron las huestes españolas a finales de los cincuenta del Siglo XVI y cuando fue fundada oficialmente el 20 de octubre de 1548 como Nuestra Señora de La Paz, con ese apodo que jamás reflejó su ser porque a lo largo de la historia lo que menos hubo en este territorio fue serenidad.
En cambio, desde el inicio fue un espacio único por su geografía, esa profunda apertura desde el páramo hasta los arroyos rodeados de floresta y su inigualable centinela Illimani, montaña que cambia de colores a lo largo del día, de las estaciones. No es un nevado, es un achachila y ese don es irreversible.
Los colores de las montañas mineralizadas, desde el pardo al violeta, movilizan a los poetas propios y visitantes, como sus misteriosos estoraques que parecen restos de una antigua laguna. La Paz es luminosa desde que amanece bajo la neblina y es otro don suficiente para que la adoren fotógrafos y cineastas; luz que se endurece al mediodía, bajo un intenso azul.
Es posible ver estrellas en las noches de invierno o de verano, algo inusual en otras capitales modernas. Es más, por su propia topografía- como también apuntan tantos narradores y visitantes- ofrece la inédita experiencia de tener un firmamento arriba y otro a los pies con las luces artificiales.
La Paz se construyó desde un principio, con más o menos tensión, como una ciudad multicultural y colorida, que provoca a los redactores de guías turísticas a calificarla como la metrópoli más latinoamericana de todo el continente.
Sin demagogia, es posible asegurar que además sus habitantes, sobre todo la “chola paceña”, le dan el toque original que la convierte en inolvidable, maravillosa.
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