La violencia es un fenómeno sobre el cual tenemos intensas vivencias. Forma parte de nuestras experiencias cotidianas y la mayoría de las veces es una "presencia invisible" que acompaña gran parte de nuestras interacciones diarias. Sin que nos demos cuenta, casi "naturalmente" la violencia circula en torno nuestro.
De pronto nos sacude una noticia periodística referida a un atentado político, la información sobre desmanes en un lugar público o una feroz violación y homicidio. También nos sorprende en nuestra distracción un empujón innecesario en el micro, un insulto cuando conducimos un auto, o el maltrato de algún funcionario cuando recurrimos por un trámite. En nuestro limitado mundo privado, las relaciones con nuestros cónyuges, hijos u otros familiares, así como también en el ámbito de trabajo y amistad, requieren un especial cuidado y atención para evitar, en muchos casos, que el maltrato circule y nos dañe. Por otra parte, nuestro rol profesional nos confronta día a día con sucesos que han sido invisibles hasta el momento en que se transforman en una realidad visible, en el relato que acompaña al pedido de ayuda o asesoramiento.
RECONOCIMIENTO DEL PROBLEMA
La violencia, tal como lo expresamos, se desarrolla en diferentes ámbitos: social, político, económico, familiar, etcétera.
Nadie desconoce los diversos modos de agresividad humana que asolan a nuestra sociedad; la familia se muestra como un reducto de amor en donde la coerción física o psíquica no se concibe como una posibilidad fácilmente aceptable, ni por cierto deseable.
En primer término pensamos que, dada la importancia que tiene la familia en la formación de los sujetos, una disminución de los niveles de violencia en la misma puede tener efectos positivos en la sociedad; en segundo lugar, juzgamos que es relevante lograr una dinámica familiar exenta de hostilidad pues el derecho de los ciudadanos a la integridad corporal física y psíquica que se defiende en todos los foros internacionales y se inserta en las fundamentales expresiones legales, debe, por cierto, respetarse en el contexto familiar.
Las agresiones domésticas constituyen un síntoma de distorsiones que el Estado procura enmendar con distintos apoyos. La neutralidad del poder público desaparece ante circunstancias que ponen en peligro la organización familiar; hoy en día el resguardo de la intimidad doméstica no excluye el auxilio de la comunidad, que sólo puede tener lugar si conocen los problemas que afectan a la dinámica familiar.
En suma, si el maltrato familiar se muestra ahora en el mundo público, es por la existencia de relaciones de poder que lo hacen posible. De esta manera, la violencia doméstica se constituye en dominio del saber, de igual manera que anteriormente otras relaciones de fuerza confinaron tales hechos al silencio.
La proliferación de estudios sobre la violencia doméstica es, pues, resultado del cambio en las relaciones de poder dentro de la familia. Por una parte, la pérdida del poder disciplinario del hombre sobre la mujer, y por la otra, los límites que el Estado han puesto con estas nuevas leyes, a los padres y a los profesores en su función de educar y formar a las nuevas generaciones.
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