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Domingo 07 de diciembre de 2014

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Cultural El Duende

De “Greda y Piedra”: Ardiente sol

07 dic 2014

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Bajo aquel sol dominguero yo no estaba lejos de ser un espectáculo digno de observar y registrar en el archivo de las novedades domésticas. Mi cabeza era un fiel émulo de doña Florinda Mesa (adivinen, por qué). La piel de mi cara brillaba, aún, como resultado de los veinte minutos de restauración a base de las bondades de las famosas y comerciales cremas Yambal, con las que me tienta mi querida amiga Malena. Ella es experta en convencerme y lograr embarcarme en la deuda mensual. Como verán, yo me mantengo lozana a crédito o, lo que es lo mismo, a dificultades de pago. A decir verdad, no creo mucho en los milagros de las cremas pero sí creo en la promesa que (a cambio de mis adquisiciones), ella, mi amiga Malena, me ha hecho: darme un espacio en el bunker de los Mormones cuando sea el juicio final. En fin… ya veremos qué juicio llega primero: si el de las cremas en mi cara o el del mundo sobre mi alma.

Pero, ¡ya!, retomemos el rumbo. Yo estaba apurada e inquieta tratando de cumplir con ahorro y esmero las faenas que me impone mi “reinado del hogar”, no en vano me llaman la reina de la casa, título que, en el mismísimo fondo de la verdad, echa por tierra mis aires de mujer liberada.

Aunque me esmere en lubricar mi cuello para cacarear sin cansancio que la mujer ya ha conseguido espacios de libertad de acción y pensamiento, la cosa sigue igual no más.

En esas especulaciones de visión, misión sociológica y psicológica lacaniana me encontraba, mientras mi mano diestra, que a veces es siniestra, me ayudaba a protegerme del agresivo sol que soportamos este verano del 2010, por culpa del famoso como temido y caprichoso agujero de la capa de ozono que no para de agrandarse, y mi otra mano hacía malabarismos tratando de sostener mis preciosos bultos sin lograr su objetivo, hasta que ¡¡pum, pum!! se precipitaron ambas, cayendo a la largo de mi sufrido cuerpo. Entonces, por una extraña razón o mensaje subyacente, levanté la cabeza y, en cuestión de segundos, sentí en la cara un planchazo caliente, ardiente, aplanador. El sol no se movía, parecía una bola de fuego. Esa agresión me obligó a bajar la vista inmediatamente; ahí fue que mis ojos fueron a dar con la humanidad de Javier, quien se encontraba debajo de una sombrilla, cuya bondad,… ¡olalá!... protegía y custodiaba, o mejor, escondía dos cuerpos, el de él: ansioso, impetuoso; dijera excitado al rojo vivo, como queriendo… ¡¡¡ya!!! de una buena vez, todo adentro y a disfrutar como la primera vez. ¡Oh, madre mía!, el cuerpo de ella, que en las manos de él parecía querer y no querer, intentaba resbalarse, huir y no ser poseída de esa forma tan voraz y total. Sin embargo su piel se ofrecía, tentaba y seducía fresca, fraganciosa. Era tan vital la atmósfera que envolvía mi percepción, que me atrevería a afirmar que esos aromas y humores llegaban a mis narices con una provocación excitante, sensorial, sensual, erótica, lo que me embarcó a seguir entregada y entusiasta en esa mi observación de complicidad morbosa.

Después de un buen tiempo de lucha cuerpo a cuerpo, de piel con piel, donde ambos sujetos parecían disfrutar del deleite mutuo que ofrecía ese paraíso natural, por fin, la boca de Javier logra su cometido y (con una eficiencia de exprimidera Phillips) succiona con fruición aquella pulpa velluda que ante el estímulo incontenible de mete y saca, chorreaba un pegajoso jugo entre blanco y ambarino. Cuanto más ajustaban las manos de Javier aquel hermoso como dadivoso cuerpo, más se vaciaba aquel líquido que dejaba en su boca una miscelánea de sabores digna de los más exquisitos placeres, junto a uno que otro vello prendido a sus dientes. Finalmente toda ella se vacía en esa entrega sin límites hasta el holocausto de su vida, ya exangüe por la entrega total.

Así, simplemente como suceden las cosas más maravillosas de la vida, así, la pulpa del mango, fruta que produce el trópico boliviano deja ya de entregarse al paladar de Javier y es arrojada al basurero y yo quedo, ahí, expuesta al planchazo de sol ardiente.

Rosario Quiroga de Urquieta. Escritora. Miembro de UNPE Cochabamba.

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