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Domingo 07 de diciembre de 2014

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Cultural El Duende

Sobre la serenidad o entereza

07 dic 2014

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Dado que lo contrario al irritarse es el tranquilizarse, y la ira es contraria a la serenidad, hay que tratar ahora sobre qué tal es el estado de ánimo de los que son pacíficos, y respecto de quiénes lo son, y por qué causas.

Sea la serenidad, pues, una detención y una pacificación de la ira. Si se siente ira contra los que nos desprecian, y el desprecio es voluntario, es evidente que ante los que no hacen esto, o lo hacen involuntariamente, o aparentan tales cosas, se es manso. Y también se es manso frente a los que quieren precisamente lo contrario de lo que en realidad han hecho. Lo mismo ante los que también se portan consigo mismos como con nosotros; ya que nadie parece despreciarse a sí mismo; y lo mismo ocurre ante los que se confiesan culpables y se arrepienten; porque, al entristecerse, como aplicándose a sí mismos la justicia por las cosas hechas, hacen cesar la ira. Actitud que recuerda el castigo de los esclavos, ya que a los que replican y niegan les castigamos más, en cambio a los que reconocen que son castigados justamente, no les llega nuestra ira, pacificada ya. La causa de ello está en que es desvergüenza negar lo que es manifiesto, y la desvergüenza es desprecio y falta de consideración; al menos, ante aquellos que despreciamos, no sentimos vergüenza. Tampoco sentimos ira ante los que se humillan a sí mismos y no replican; porque parecen reconocer que son inferiores, y los inferiores temen, y nadie que teme a alguien, desprecia. Que ante los que se humillan se calma la ira, también los perros lo dan a entender, no hiriendo a los que se echan al suelo. Tampoco se enojan los que obran en serio contra los que se lo toman en serio; porque les parece que se les habla en serio, pero no que se les menosprecia. Tampoco se encoleriza uno contra los que le han hecho mayores favores. Y tampoco contra los que ruegan y suplican, porque están más abajo. Tampoco contra los que no ultrajan, ni son burlones ni despectivos con nadie absolutamente, ni con los buenos, ni con los que son como nosotros.

En general, conviene llegar a la consideración de lo que serena, por los contrarios de lo que enoja. Se siente serenidad ante aquellos a quienes se teme y se respeta; porque, mientras estamos en esta disposición de ánimo, no damos cabida a la ira; ya que es imposible temer y enojarse al mismo tiempo. También ante los que obran por ira, no se enoja uno o se enoja menos; porque sus obras no parecen movidas por el desprecio, ya que ningún iracundo desprecia; pues el desprecio no lleva consigo tristeza y la ira sí. Y tampoco se siente la ira contra los que nos respetan.

Es evidente que, los que están de ánimo contrario al enojarse, son mansos; como, por ejemplo, en la risa, en la chanza, en la fiesta, en la buena suerte, en la prosperidad, generalmente en la falta de tristeza, en el placer no insolente, y en la esperanza equitativa además, los que luego de algún suceso han dejado pasar el tiempo, tampoco están sujetos a la ira; porque el tiempo la serena. La ira mayor contra una persona determinada la aplaca la venganza tomada antes contra otra persona; por eso Filócrates, al preguntársele, estando aún el pueblo enfurecido contra él: “¡Por qué no te defiendes?”, respondió: “Aún no.” “Pues ¿cuándo?”, “Cuando vea que han calumniado a otro.” Porque entonces se vuelve mansa la gente, cuando ha desahogado su ira contra otro, lo cual ocurrió en el caso de Ergófilo; ya que, estando el pueblo más enojado contra él que contra Calístenes, lo soltaron, porque el día antes habían ya condenado a muerte a Calístenes. También se calma la ira si se coge al ofensor. Y también si el adversario ha recibido un daño mayor que el que está con él enojado le hubiera causado; ya que de esta manera se tiene la impresión de haber tomado ya la venganza. Y se cree que se ha cometido una injusticia y que se ha pagado justamente, también se calma la ira –ya que contra lo justo no se siente ira–; porque se piensa que no sufren más de lo merecido, y eso sí era causa de ira. Por esto es conveniente castigar primero de palabra: porque así se enfurecen menos los castigados, aun los mismos esclavos. Y no se siente ira, si se piensa que el que sufre el castigo no sentirá que lo sufre por causa de uno y en compensación de lo que este sufrió; ya que la ira se ceba en lo individual, lo cual es evidente por la definición. Por eso dice con razón el verso: “dile que fue Ulises, el destructor de ciudades”, porque no se sentiría Ulises vengado, si el Cíclope no supera por quién fue aquello hecho ni en compensación de qué cosa. De manera que no se enoja uno contra los que no sienten ni contra los que ya murieron, porque han sufrido ya el término, y no tendrán más dolor ni sentirán, que es lo que pretenden los iracundos. Por eso dice con razón el poeta, sobre Héctor ya cadáver, queriendo poner fin a la ira de Aquiles: “pues tierra sordomuda ultraja furibundo”.

Está, pues, suficientemente claro que los que quieran aplacar a otros han de sacar los recursos que han de emplear en estos tópicos, para disponer a los oyentes de tal manera, que sientan temor de aquellos contra quienes están enojados, o que sientan respeto, o que los consideren inclinados a hacer favores, o autores involuntarios de sus actos, o bien muy dolidos de sus acciones.

Aristóteles. Grecia, 384 - 322 a. C.

Filósofo, lógico y científico

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