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Domingo 07 de diciembre de 2014

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Cultural El Duende

El Chavo en su nueva vecindad

07 dic 2014

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En la hora cambiante del meridiano, 13 y 30 de la tarde en México, una nube rosada se alejaba del planeta Tierra. Llevaba encima una silueta conocida por millones de personas. Gorra descolorida, pantalón raído, camisa envejecida, calzados gastados y mucha hambre en el estómago; todo certificaba la autenticidad del viajero: El Chavo del ocho.

Al contemplar un espacio inmenso achicando su figura de viajero, una mirada de tristeza asomó a su rostro. Allí se perdía el perfil de niño absorbido por otras nubes, hasta dejar solo un punto en la lejanía.

Ya en las puertas del cielo, un personaje de larga barba, vestido con hábito blanco, se acercó a la reja y no dejó entrar al visitante, apartándolo del lugar. Orientado por dos antenas pequeñas y vestido con traje colorado, volvió el viajero al lugar y sorprendió al que cargaba las llaves del Reino de Dios, logrando ingresar al espacio celestial donde exclamó: ¡No contaban con mi astucia! Ya pisaba el blando suelo por donde se deslizaba. Su mirada curiosa buscaba amistades que se le habían adelantado en el viaje.

De pronto, entre una multitud que oraba, distinguió a cuatro vecinos que acompañaron sus días en la vivienda del señor Barriga; sí, eran ellos: Don Ramón, el escuálido papá de la Chilindrina, Juanito el cartero, Godines y Doña Clotilde, la bruja del 71. Lo sospeché desde un principio fue la expresión del nuevo habitante del cielo. Su mirada se extendía por paisajes de aguas transparentes que podrían ser del Paraíso, mas no del Infierno, porque ahí no estaba Orfeo, quien con su canto hechizó a Caronte y escapó del fuego.

Se me chispoteó, no sé dónde estoy, gritaba Chespirito, ante cuya pregunta se le acercó una sombra y le dijo: ¿Cómo quieres saber dónde estás y quién eres, si cambias a todo momento de personaje? Fue sin querer queriendo, le contestó el aludido. Deja a un lado a Chapulín, Chapatín, Chompiras, Chaparrón, Chanfle y otros protagonistas, solo llévalos en el corazón; ven por este lado, yo te mostraré el camino, pero aún andarás mucho. El Chavo volvió a vestirse de hambre y pidió a su guía: Quiero una torta de jamón. No la tendrás porque no la necesitas, le respondió y se alejó la sombra. Y ahora ¿quién podrá defenderme? Su voz se perdió entre montes etéreos, pero desde la hendidura de una montaña surgió la respuesta: Yo, el Ser Divino. El Chavo levantó la cabeza y dijo: ¡Eso, eso, eso, eso! Luego cruzó por un camino sembrado de florecillas con erguidos tallos. El paisaje ya era otro. Atrás había quedado el Purgatorio. A la izquierda se veía a Caronte con la barca que cargaba las sombras errantes por la Laguna Estigia, cuando inesperadamente retumbaron palabras en lo alto de la montaña: Chavo, ¿por qué te detienes a contemplar el fuego infernal? Es que no me tienen paciencia, fue la respuesta.

Declinaba la tarde en un ocaso vespertino, mas al fondo de la senda flanqueada por bellas flores, una intensa luz ilumina el otro paisaje, el eterno. Un coro de voces hermosas le dio la bienvenida y seres alados lo acompañaron hasta los ventanales cósmicos. No hablaban, solo cantaban. Asomado al balcón de un lucero, el Chavo fijó la vista hacia la Tierra, donde un cortejo fúnebre recorría calles de México. Entre la multitud reconoció a sus vecinos: Doña Florinda, el Quico, profesor Jirafales, la Chilindrina, el señor Barriga y otros, todos llorando detrás del difunto. El Chavo se quitó la gorra, secó sus lágrimas y gritó: ¡Síganme los buenos!...

Mario David, Ríos Gastelú. Oruro, 1931. Escritor y periodista cultural.

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