Si alguien dudara de que la Iglesia Católica está siempre adelantada al “mundo”, es bueno que sepa que el año nuevo litúrgico empezó el domingo 30 de noviembre, un mes antes del comienzo del año nuevo civil.
El tiempo litúrgico comienza con el Adviento, una palabra “técnica”, que se usaba en el Imperio Romano para designar la llegada a una ciudad de un gran personaje. El año 66 dC hubo un “Adventus Augusti” en la ciudad de Corintio cuando el emperador-dios Nerón visitó esa ciudad llevando, como de costumbre, decretos y leyes en favor de sus pobladores y “regalos” materiales. Si miramos a la Bolivia de hoy la única diferencia es que, con el “Adventus Evi” de cada día, la llegada no es en barco sino en helicóptero.
El Adviento, como período que precede y prepara la Navidad, tiene una historia relativamente reciente. A diferencia de la Pascua, celebrada desde los inicios de la Iglesia, la Navidad recién fue introducida en el siglo IV, cuando el Papa León Magno la incorporó al ciclo del año litúrgico: Navidad-Epifanía, Pascua, Pentecostés. En vista de la creciente popularidad de la Navidad, se introdujo un período de preparación, como era la Cuaresma para la Pascua. De hecho, en un principio el Adviento también duraba 40 días, tenía un carácter penitencial y se lo conocía como “Cuaresma de invierno”, aunque pronto recuperó el carácter mesiánico, propio de la Navidad, tiempo de preparación a las tres llegadas: la de ayer (la Encarnación), la de mañana (la Parusía, el equivalente griego de Adviento) y la de hoy, la actualización de la fiesta.
En los cuatro domingos que preceden la Navidad se pone el acento en cuatro facetas de esa espera: la vigilancia (estar despiertos para la Parusía); el juicio (relacionado con la segunda venida de Cristo); la alegría (el gozo de la llegada no está separado de la espera) y la participación humana en el plan de Dios (María y José, Juan Bautista y todos los acontecimientos que rodearon el nacimiento de Jesús).
La iniciativa y creatividad popular han generado un culto “multimedial” paralelo y complementario al oficial de la Iglesia. Con Francisco de Asís nació la tradición del Pesebre, en Méjico se celebran las Posadas (visitas y llegadas entre familias), en el norte de Europa el Árbol, denso en contenido bíblico (aunque hoy ha quedado reducido al símbolo más profano de la Navidad), los villancicos en América Latina, expresión de una genuina religiosidad popular y la Corona de Navidad, una manera muy bonita de vivir el Adviento en familia.
Pero, en el fondo, la actualización de la Navidad significa descubrir y meditar que también hombres y mujeres del año 2014 necesitan ser liberados y que Jesús al encarnarse nos ha traído esa salvación. Todos los problemas que afligen a la humanidad hoy, como la violencia, la intolerancia, la desigualdad, la opresión, la desesperanza, la alienación, el pecado y la muerte, no se resuelven sólo con leyes bien hechas ni con cambios exteriores, sino transformando los corazones, tras las enseñanzas y el ejemplo de aquel que vino para cambiar nuestras vidas.
Finalmente, no podía estar ausente la contribución de nuestro Gobierno al Adviento, fortaleciendo la fe, la esperanza y la caridad: la fe con el satélite Tupac Katari (“tú nos enseñas a creer”, reza una propaganda que aboga por una fe “ciega”); la esperanza de tener una invencible selección gracias a las verdes canchas sintéticas (“esperar contra toda esperanza”, diría San Pablo) y la caridad, de la que colegas “destacados” de la UMSA dan muestras, uno obligando al pago del doble aguinaldo y otro torciendo el derecho para “favorecer” (¡sic!) a los delincuentes tribunos.
(*) Es físico
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