Lunes 08 de marzo de 2010

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Una criada, un general del Ejército enfermo, su esposa, el rey de Siria, el profeta, el rey de Israel. Esta cadena comienza en la humilde y sencilla criada, que por inspiración divina revela los prodigios que hacía Dios en Samaria mediante el profeta Eliseo. Naamán estaba con lepra y todos se habían sumido en la desesperación. Hasta el propio rey de Israel al recibir la solicitud de su similar de Siria clama y se rasga las vestiduras.
Pero el amor de Dios ya había inspirado a Eliseo, por cuyo intermedio se produce una segunda lección de amor y fidelidad: El profeta le instruye al enfermo Naamán que se bañe siete veces en el río Jordán. No era eso lo que esperaba el enfermo y declarándose defraudado decide retornar a su país, con los tres quintales de plata, seis mil monedas de oro y diez trajes, que había traído para comprar salud.
No es así el plan divino. Fueron los siervos de Naamán los que abrieron su corazón, y le pidieron que acepte con humildad la instrucción del profeta. Así lo hizo y el prodigio fue maravilloso: “su carne quedó limpia como la de un niño. Volvió con su comitiva y se presentó al profeta, diciendo: Ahora reconozco que no hay dios en toda la tierra más que el de Israel”.
Fuente: LA PATRIA