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Domingo 23 de noviembre de 2014

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Cultural El Duende

Manuel Vargas: Sal de tu tierra

23 nov 2014

Recuerdos reflexivos, íntimos de una mujer que tuvo que luchar sola por subsistir. Comentario realizado por la escritora cruceña Teresa Constanza Rodríguez Roca, en la presentación de la novela “Sal de tu tierra”, de Manuel Vargas, en la VIII Feria Internacional del Libro, Cochabamba

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Melisa, nacida en una comunidad rural del departamento de Oruro, cuenta la historia de su vida. ¿A quién se la cuenta?, ¿al destinatario real de su testimonio o al lector de la novela; quiere decir, ¿a nosotros? Lo digo, porque esta obra ha sido elaborada sobre la base de una entrevista que el autor hizo a una señora, la cual percibe e interpreta su mundo desde su identidad y conocimiento andinos, y se expresa en un castellano con estructura aymara: “Yo te podría hablar de aymara. Se oye bonito… (mejor te hablaré nomás de castellano), dice la entrevistada (24). Claro, luego vino el oficio del escritor que consistió en combinar las variantes realidad y ficción de una forma verosímil para que el lector pudiera entregarse sin reservas a la historia.

Y tanto fue así, que este trabajo muestra un equilibrio muy bien logrado entre la acción y la profundización psicológica;  entre el tema central (que es la soledad existencial de Melisa en sus viajes) y los cuentos de la tradición oral, las canciones, adivinanzas, los refranes, los rezos… Entretejido que va acorde con el avance de la historia, y se halla enriquecido con la narración de un tal “Na” (aquí hay un juego de palabras; en Cochabamba, destino final de la protagonista, se le llama “Na” a un individuo desconocido, o del cual se ha olvidado su nombre). Pues el Na, personaje misterioso hasta muy avanzada la novela, aparece ya en el primer capítulo, en primera línea. Melisa cuenta: “Al Na le he preguntado: ‘¿Qué es Uru?’ ‘Pueblo indígena en extinción es, me ha dicho’. Me he reído porque peor no le he entendido, pero después me ha explicado bien…” Así el autor recurre a otra voz narrativa, aparte de la de Melisa. Este narrador instruye a Melisa poco a poco, le cuenta sobre el origen, sufrimiento y sabiduría de los urus. De hecho, él es un segundo narrador. Con este recurso, Vargas entreteje en la trama su amplio conocimiento que tiene de los urus y los aymaras, la cosmovisión ancestral de estos pueblos y sus consecuentes creencias y modo de actuar en la vida cotidiana.

Estas voces, las de Melisa y Nacho, nos llevan de la mano a través de los variados capítulos, nos hacen cómplices de los personajes secundarios y circunstanciales, de las personificaciones (animales, montañas, el viento); nos introducen en ambientes físicos y psicológicos descritos con maestría por el autor; nos conducen hacia un universo laberíntico, fantástico, lleno de sombras, de formas pensadas, muy de Manuel Vargas, como ocurre en su libro Música de zorros. En fin, estos dos narradores nos llevan de la mano a través de todo lo que constituye una novela muy bien armada.

Hay otro punto que resulta atractivo, y es que el personaje principal, nuestra Melisa, nos transmite su historia desde la intemporalidad; es decir, desde el estado en que se encuentra su “ánimo o ajayu”. Lo vemos ya en el principio de la novela: “Melisa, Milita” escucho que me dicen. “Ya se ha ido, se ha iiiiido”, parece que lloran. Así debe ser cuando uno se muere. Qué será. Ya no estoy aquí, de otro tiempo soy. Cuántos años viviría, muchos, pocos. No sé cuándo he nacido. Pero un día de estos yo me he muerto (21).

El contenido de esta novela viene, entonces, a conformar una mirada retrospectiva del testimonio de Melisa en vida. Esta mirada hacia atrás se encuentra dentro del Gran recorrido final de la protagonista, que se despide de su existencia física, de los traslados, búsquedas, abandonos, desilusiones, tristezas, que sufrió desde niña hasta una edad avanzada. Es el “ánimo” de Melisa el que irá a encontrarse con su alma para continuar viaje en otro nivel de conciencia, hacia la “Estrella”, el origen de la existencia para los urus, de cuando el hombre “aún no era gente”. Cito a Melisa: “Me vas a dejar pasar al otro lado de la puerta, para ir a la Estrella, allá ya estoy viendo lo que nunca he visto ¿qué es?… ¿dónde tengo que ir? Esto no me han enseñado…” (210).

También es el “ánimo” de Melisa el que nos revela sus temores, inseguridades y dudas. Lo vemos en frases repartidas a lo largo de la trama, tales como, “me perdí, todo el tiempo me estoy perdiendo…”; “pero cómo es esto, ¿es así, no es así?…”; Melisa ve y escucha con los ojos de su memoria, siente desde la quietud de su corazón, “veo, veo, estoy recordando, estoy sintiendo…; A mí misma también me estoy viendo”.

Es el “ánimo o ajayu” de Melisa el que recuerda desde que la niña tenía cinco años, lo que sus padres reñían: la madre, de origen aymara, que no solo despreciaba al padre por ser uru, sino por ser borrachín, incumplido y mujeriego. Es el ánimo de Melisa, quien recuerda cómo el padre abandonó a su mujer (madre de Melisa) y se fue a Arica llevándose a la niña. Ya jovencita, vuelve a Bolivia con una hija y su futuro marido. Debido a la extrema pobreza en el campo, la joven pareja se busca la vida en diferentes ciudades del país; en Oruro, Cochabamba, Santa Cruz, para regresar definitivamente a Cochabamba.

Los hechos narrados son, entonces, los recuerdos reflexivos, íntimos de una mujer que tuvo que luchar sola por subsistir. En la página 220, podemos leer: “De esta vida nomás te he contado. Todo eso pues, lo que ha caminado mi ánimo, lo que he volado, lo que me he enfermado, lo que he gozado, el hambre. La soledad que he pasado. Lo que me han pegado, lo que me ha dolido y me he odiado y me he callado… pero ya no me callo, ¿no ve?…”

Un oasis en el panorama desértico de la vida de nuestro personaje es la historia de los llameros, que va dividida en varios capítulos, intercalados en la historia principal. Melisa, a veces convertida en leke-leke, pájaro de su preferencia, observa desde su vuelo definitivo las peripecias de don Donato y sus ayudantes: “Así estoy viendo este viaje de los llameros, todo detalle puedo ver, todas las voces escuchar, gestos, caras, ruidos, alegrías y penas, de lejos y de cerca, de mi altura y mi bajura” (107).

Debo añadir que  el libro tiene una tapa representativa del panorama, desde el cual nuestra protagonista parte hacia tierras desconocidas, y que echa de menos durante toda su vida. Melisa cuenta: “Estoy con mi papá y me dice “allá están las parihuanas, o sea flamencos…” “… Veo el agua, veo al señor viento, plomo es, verde es, me acuerdo… Como en un sueño siempre alzan el vuelo las parihuanas, miles de miles de plumas blancas y patas rosadas en el aire…” (21). Mas cuando Melisa se encuentra en el extranjero, en Arica, extraña su tierra: “Aquí otro viento es, otra tierra es. No hay cerros…, no hay lagunas…, quiero sentir al señor viento, quiero escuchar el vuelo de los flamencos…” (48).

Pienso en el título que el autor ha dado a la novela: Sal de tu tierra. Aparte de pertenecer a una cita bíblica del Génesis, como el autor señala, aquí se utiliza el verbo “salir” en modo imperativo, y se le da un significado connotativo; pero la palabra “sal”, también tiene un significado conceptual, lógico y denotativo, y expresa un significado personal, subjetivo, que no figura en los diccionarios y se encuentra en el plano saussuriano del habla. Cada quien entenderá la palabra “sal” de acuerdo a sus vivencias y sentimientos: la sal como esencia de la tierra, la que da sabor al lugar donde se ha nacido y crecido… En fin, si el escritor consigue mover al lector con un título, ha ganado mucho ya desde el principio. Bien por Manuel, denota y connota. Yo creo que el título sencillamente me habla de la migración de millones de personas en el mundo, que salen de su terruño en busca de mejores condiciones de vida, con la esperanza de encontrar la felicidad o algo parecido. ¿Será que Melisa la encontró? Eso lo sabrán ustedes después de haber leído el libro.

Esta es una novela polifacética, de una estructura sólida y un  contenido profundo. Es de agradecer el enriquecimiento que el autor nos brinda. Habría que escuchar las voces de Melisa y del “Na”, embajadores de nuestra cultura andina.

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