Loading...
Invitado


Domingo 23 de noviembre de 2014

Portada Principal
Cultural El Duende

Entre ratones y palacios

23 nov 2014

¿Fotos en alta resolución?, cámbiate a Premium...

No tardé mucho en reparar en que la única cara festiva era la mía. Los seres del metro estaban ausentes del momento, de los vecinos, de la vida.

Algún mandamiento y solo por un instante tropecé con miradas que enseguida se escondían en sí mismas, sin darme tiempo a una pequeña lectura que hubiera permitido al menos clasificarlas.

“Son los ratones de los túneles de Sábato”, me dije y ello quedó conformado en los días siguientes en que asimilé mi propio papel de ratón: ya no miraban más caras, ni ojos, ni manos, sino el vacío y solo me detenía cuando el metro paraba en alguna estación. “Ya” –me decía–, “faltan dos nada más”.

Y sí, venía luego la salida vertiginosa entre pelos castaños, rubios y negros, y por fin la luz que me recordaba que estaba en París y de turista y que no tendría que tener los ojos así de tristes, sino repletos de luz o al menos de cierta inquietud.

Y ¡ya!, el Arco del Triunfo, los Campos Eliseos, la Concordia, las Tullerías, el Luvre… el retorno siguiendo un mapa hasta la tumba de Napoleón… más pasos, muchos más y la avenida de Saint Germain, San Michel y Notredam.

Era evidente que la piel de una parte del talón se me había desprendido de tanto caminar y que el cuero del zapato estaba adhiriéndose a la carne. Sin embargo, no era importante.

¿Qué podía importar más que estar aquí?... El otro lado del mundo, el inverso de mi fauna espontánea.

“Están en primavera”, me dije todo el tiempo, para combatir el frío y viento, y evité completamente hacer cambios monetarios mentales para no espantarme del precio de un café.

París y yo. Claro que suena a una hormiga o un ratón correteando entre las grietas de un palacio, mimetizado entre otros ratones chinos, negros y “gringos”. Claro que suena a un par de ojos inundados de lágrimas y a una exclamación profunda frente al Sena, frente al soldado desconocido y a las gigantescas esculturas. Pero también claro, suena el recuerdo de las distancias que consume en cuestión de segundos el metro, infernalmente encajado en la tierra y la oscuridad.

No pasaron más que algunas horas para que me habitué a la monotonía de su ritmo entre parada y parada, entrada y salida, cartel y cartel, músicos de aquí y allá que me devolvieron un pedazo de patria en un sincrético huayño peruano-boliviano-chileno y sobre todo entre seres ausentes que no suben ni bajan y que sentados en alguna estación esperan quién sabe qué.

¡Más profundidad para qué! Ya no es tiempo –dicen–, de mirar las clases medias y los estratos más bajos con ojos de filósofo o reformista. Hay que mirarlas nada más y luego hacer un divertimento entremezclándolas con las caras más iluminadas de la superficie, donde sí hay rostros más amables y risueños.

La síntesis: un café colombiano bebido a pequeños sorbos en una primorosa mesita al aire libre (recuérdese el frío y viento), los ojos curiosos y pícaros de algunos francesitos, los descomunales almacenes Lafayette y el sabor reciente de un milagro degustado en la mera realidad.

Gloria Eyzaguirre Llanque. Escritora y periodista orureña.

Para tus amigos: