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Domingo 07 de marzo de 2010

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Revista Dominical

La circuncisión, un atentado flagrante contra los derechos de la mujer

07 mar 2010

Fuente: LA PATRIA

Por: Víctor Montoya - Escritor boliviano radicado en Estocolmo

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El próximo 8 de marzo es el Día Internacional de la Mujer. Y como todos los años, algunas celebrarán entre bombos y sonajas, mientras otras permanecerán recluidas entre las cuatro paredes del hogar, ajenas a los discursos y actos que se llevarán a cabo en su honor. Este es el caso de las mujeres pobres que viven en los países más pobres de este pobre planeta. Me refiero a las africanas que son víctimas de la circuncisión, el desprecio y el olvido.

A estas alturas de la historia, cuando los avances de la ciencia y la tecnología nos deslumbran cada día, es horroroso constatar que anualmente millones de mujeres sufren la mutilación en los genitales, sin considerar los efectos negativos que puede tener en las relaciones sexuales de una pareja. Las “intervenciones quirúrgicas” se realizan casi siempre sin anestesia, con instrumentos que carecen de esterilidad y en un entorno desprovisto de las condiciones higiénicas necesarias.

Según informes de la revista Populi -del fondo de Población de las Naciones Unidas, esta brutal “operación” es una tradición milenaria que subsiste en varios países del continente africano, donde vive el mayor por ciento de mujeres circuncisas del planeta, cuyo total oscila entre 90 y 130 millones de niñas, jóvenes y adultas.

La circuncisión, a pesar de estar prohibida oficialmente en Asia y Africa, es un ritual indispensable establecido por la sociedad tribal, con el fin de controlar los impulsos sexuales de la mujer, quien, según las normas de determinadas etnias, debe conservar su virginidad hasta el matrimonio, sentirse sumisa y desvalorada ante la supremacía masculina. En países como Somalia, Eritrea, Etiopía, Sudán, Arabia Saudita, Togo y Egipto, casi la totalidad de las mujeres del ámbito rural han sufrido alguna variante de la mutilación en los genitales antes de alcanzar el umbral de la adolescencia.

Esta práctica ritual, contrariamente a lo que muchos se imaginan, se remonta a tiempos muy antiguos. La mayoría de las civilizaciones del Oriente, los hititas, asirios, egipcios y luego los judíos asociaron esta costumbre con la religión y llegó a formar parte de la cultura de estas civilizaciones. Según una leyenda islámica, Agar, concubina de Abraham y madre de Ismael, fue la primera mujer circuncisa. Esta práctica se realizaba para asegurar la fidelidad y la castidad de la mujer, y así evitar que sea más proclive a los placeres del sexo y a la infidelidad.

Los mahometanos circuncidaban tanto a los niños varones como a las mujeres, y según esta costumbre, ningún hombre que se respetara aceptaría por esposa a una mujer no circuncisa. En árabe la palabra circuncisión se designa con varios nombres: sello sagrado, pureza y reglamento de fe. Si una criatura moría sin circuncidar, ésta recibía el apelativo de “inmunda”. Rehuir esta tradición milenaria, en naciones donde los derechos de la mujer no se respetan ni se mencionan, implica contravenir las normas y leyes establecidas por el clan de los ancianos, cuya función de autoridades supremas les concede el derecho de hacer cumplir las tradiciones conforme a lo determinado por sus ancestros.

En las tribus africanas se practica la circuncisión masiva entre las niñas de cinco a doce años de edad, precedida por una larga ceremonia reglamentada por un sistema patriarcal que, aparte de ser una estructura histórica-cultural, es la institucionalización del dominio masculino sobre la mujer y sobre la sociedad en general. De ahí que no es casual que en estas culturas el hombre pueda, con toda legitimidad, arrebatarle la vida a una mujer acusada de adultera. El sistema patriarcal, como por mandato divino, establece que el rol tradicional de la mujer es criar a los hijos, obedecer al marido y cumplir con los deberes domésticos. Asimismo, al ocupar los escalones más bajos de la pirámide social, no puede gozar de los mismos derechos que el hombre, quien, por su parte, le impide levantar la voz y enfrentarse a un sistema que controla su sexualidad y la oprime desde la cuna hasta la tumba.

De acuerdo con un informe de la Organización Mundial de la Salud (OMS), se sabe que después de la mutilación se presenta una alta incidencia de morbilidad y mortalidad femenina, ya que la ablación-extirpación total o parcial del clítoris-se realiza con instrumentos rudimentarios que van desde una hoja de afeitar hasta un pedazo de vidrio. Las “operaciones”, además de ser riesgosas, son de diferentes grados. Así, la infibulación, conocida también como circuncisión faraónica, consiste en colocar un anillo u otro obstáculo en los órganos genitales para impedir el coito. Se secciona una parte del clítoris o de la piel que lo recubre, llegándose a extirpar en algunas tribus incluso los labios menores y coser la abertura, dejando apenas un pequeño orificio para dar paso a la orina, la menstruación y las secreciones vaginales.

A largo plazo, como es natural, los efectos de estas costumbres tribales suelen provocar trastornos urinarios, infecciones genitales crónicas, disfunciones sexuales y psicoafectivas, esterilidad y partos complicados que conducen a la muerte. Por éstas y otras razones, la Organización Mundial de la Salud (OMS) considera que la circuncisión no sólo es nociva para la salud, sino también una feroz discriminación contra la mujer y un atentado flagrante contra los Derechos Humanos.

No es exagerado aseverar que el nacimiento de una niña constituye una pesadilla para las mujeres africanas, sometidas desde tiempos faraónicos a sangrientas prácticas tribales. Ahí tenemos el caso de la modelo somalí Waris Dirie, quien, en su libro autobiográfico “Deserta flojea” (Flor del Desierto), reveló que a la edad de cinco años pasó por el doloroso proceso de la circuncisión. Ella es una de 130 millones de mujeres que fueron víctimas de una tradición que está reñida con los principios más elementales de los derechos de la mujer. Actualmente es una de las embajadoras de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) en los países africanos, donde se viene desarrollando una extensa campaña de información para acabar con esta tradición arcaica; una labor que la enfrenta a los prejuicios sociales y a las estructuras jerárquicas del mundo masculino. A pesar de las controversias, Waris Dirie está consciente de que el atropello contra la integridad de la mujer no se trata de identidad cultural ni de un designio religioso, sino de derechos humanos, y que la defensa del goce sexual es una parte importante de la emancipación femenina.

Esperemos que durante la celebración del Día Internacional de la Mujer, a tiempo de reafirmar las conquistas alcanzadas por las mujeres del mundo Occidental, se afiancen las reivindicaciones de las mujeres africanas, quienes necesitan del concurso de todos para liberarse de las tradiciones patriarcales que, como si fuesen las cadenas de la esclavitud, les dejan heridas profundas en el cuerpo y en el alma.

Fuente: LA PATRIA
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