Loading...
Invitado


Domingo 09 de noviembre de 2014

Portada Principal
Cultural El Duende

Adolfo Cáceres Romero

La suma poética de Mitre

09 nov 2014

¿Fotos en alta resolución?, cámbiate a Premium...

Tercera y última parte

Mitre, en cambio, le da acción, en verso libre de contenido nostálgico. Veamos el siguiente fragmento:

“Recorriendo taciturno

las calles de Morelia,

recién abierta

la tajante herida de tu ausencia,

me pregunto a quién nombran,

ya vacantes,

los nombres de los muertos.”

“Yaba Alberto”, poema trabajado en cuatro estancias y varios cantos, parte con un encuentro que trasciende la anécdota. Los verbos, en presente, subyacen en un momento inolvidable, no solo para el poeta, sino también para quienes pudieron vivirlo. Fue un regalo de la vida que me hizo partícipe de ese encuentro, que Mitre lo evoca en cuatro instancias, comenzando con:

“Entro en el bar forastero

distante.

Pido una cerveza

y espero. Por fin

te veo llegar

delgado y lento

como eras,

como siempre serás.

“Vacilante

de la puerta miras:

Me reconoces:

Descienden

los halcones

de tus cejas.

Pido otra cerveza.”

Recuerdo que su padre vivió un corto tiempo más, y así nació esta singular elegía, que en sí es un canto a la vida.

“El peregrino y la ausencia” es la culminación de este canto. Tal prodigio se da enraizado en los poetas del Siglo de Oro español y el singular arpegio de Jorge Manrique. El deseo, la promesa se da en el hijo que llega a la soñada Granada:

“El viaje que tú y yo nunca hicimos

me ha sido dado este enero.

Óyeme, pues, yaba Alberto,

entrar por fin en Granada,

más que dichoso, perplejo

de ver cómo el destino

ata y desata

partidas y llegadas,

adioses y regresos.

“Pero ven tú conmigo; desanda

el oscuro silencio que nos separa

que cinco años de muerto

tampoco es tan lejos, yaba.

Ven conmigo

al menos en estas palabras

que de un peregrino son errante

y cumple tu deseo.”

En diez cantos se da el gozo del eterno retorno; no eterno, porque no tuviera fin, sino porque siempre sería repetido. “La luz del regreso” es, como dice su título, el poema que mejor ilumina la complejidad de la nostalgia de lo que uno deja y, luego de un tiempo, se recupera con un retorno que nos lleva a las entrañas del pasado. Tal vez la imagen que mejor expone ese retorno está en el último canto, signado con un verso de Octavio Paz: “Encontrar la salida: el poema”, dice, ante lo intrincado de ese tiempo revivido que, aunque, incompleto o enredado, se salva en la palabra iluminada, es decir, en el poema. Transitando por un nocturno de sangrías, el poeta dice con desplazamiento modernista:

“Bajo la misma luz de la infancia

encorvado

por el frío de los años

sobre la página

a la intemperie

la memoria tatuada

por lo amado y perdido

busco el poema:

tenue hilo de Ariadna.”

En “Líneas de otoño” (1993), el oficio del poeta se da con nuevos recursos. A esta altura Mitre no sólo es un hombre mayor, conocedor de los innumerables secretos de la vida, sino también un consumado esteta; sin embargo, no sale reflexivo y sereno a la manera de Neruda y su “Memorial de Isla Negra”, sino que tiene la serenidad y la sabiduría del viajero que está cerca a la meta. Estos poemas son el preludio para lo que vendrá a partir de “Camino de cualquier parte” (1998). Próximo a acabar el siglo XX, para ingresar, además, en un nuevo milenio, Mitre, que ya ha cumplido con gran parte de su cometido poético, cada vez más solo, no cesa de soñar con los paisajes de su memoria. “El viento”, es un prodigio hecho de palabras, desde su gestación:

“Pasa por la calle.

como al comienzo:

camino a cualquier parte.”

¡Oh! Lo que viene después no es para pergeñar en unas cuantas líneas. Cada poema conforma una entidad de emociones, donde hasta la fantasía se hace realidad; en cierto modo, el poeta ha llegado a la cima de su canto. Hay que leer el soplo de ese viento varias veces para sentirlo, en cada uno de sus impulsos. Podemos afirmar que hemos llegado a la suma poética de Mitre. Ese “Viento”, trasciende las imágenes borgianas:

“Sembrador de reflejos,

segador de miradas,

pasa por los espejos

sin que le vean la cara.”

Es el viento mitreano y sólo puedo ofrecerles estos fragmentos para comprender la notable producción de este poeta. Todo lo que vimos emerge de una epopeya de lo cotidiano, que se concreta en una visión peculiar de los elementos de la vida. Veamos otro fragmento más, que se complementa con otros poemas (“Cielo”, “La lluvia”, “Verano”) que también surgen con la fuerza evocativa de sus elementos:

“Pisa el pasado y camina

–a zancadas—

por los techos de calamina

de la infancia.

“Entra en el Altiplano: descarga

la luna, una cesta de astros,

y se lleva las nubes

y el tiempo en la espalda.”

“Obra Poética (1965-1998) es un compendio de momentos vividos. Es como una singular vía en ocho estaciones, por donde transitamos en un recorrido de 33 años. Gratos y memorables en este libro. Para concluir, sólo me resta añadir que dos momentos más forman parte de estos poemas, con exclusividad, a pesar de haber andado sueltos. Aquí permanecerán, señeros, pulcros y oportunos, para señalar la ruta del poeta. Hablo de dos poemas: conmemorativo, uno de ellos: “Carta a la innombrable”, que se da como un saludo reverente a la obra de Juan Rulfo, y “Testamento”, reflexivo, filial, dirigido a sus hijos. Todavía hay tanto por decir; sin embargo, ahora ya nos encontramos dispuestos a desplegar “El Paraguas de Manhattan” (2004) e ingresar, luego. en sus “Vitrales de la memoria” (2008) y “Al paso del instante” (2009) que, Dios mediante, serán motivo de otro encuentro.

Fin

Para tus amigos: