Claudia Peña Claros. Santa Cruz, 1970. Poeta, periodista, narradora y ensayista. Ha publicado en poesía: Inútil ardor (2005). Con el cielo a mis espaldas (2007). En narrativa: El evangelio según Paulina (2003) y Que mamá no nos vea (2005) y el libro de ensayo sociológico Ser cruceño en octubre. Una aproximación a los procesos de construcción de la identidad cruceña a partir de octubre de 2003 (2006).
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Las mujeres de mi casa
Las mujeres de mi casa suelen morirse de tristeza.
Abren el pecho a la muerte que anida dentro.
Rinden ellas la carne muda:
viejas sirenas vencidas de cantar.
Mujeres ahogadas en un mar de serenidad.
Ha heredado mi cuerpo la tristeza de aquellas mujeres.
Mi carne tiende a la muerte.
Por eso me entrego a las aguas profundas.
Busco las heridas del vacío y las lamo con ferocidad animal.
Bajaré a la noche,
a vencerme en la noche.
Las mujeres de mi casa se mueren de pena.
Yo traiciono el abandono
y la espera.
En Urubichá
Frente al abismo estaban las ballenas llamándome
apago la vela y decido
no entrar.
Cuando aprisiono ciclones
(relinchan tus caballos, abuelo)
en el pecho
para recoger a los niños del colegio.
Todo este cuerpo.
Tanto labio.
Tantos dedos.
La música del agua (abrir el círculo)
por la tarde en Urubichá (acurrucarse dentro).
Tengo el hambre./ Tengo las fieras.
Tengo los flujos./ La esencia.
Y, sin embargo, (un mes más allá está mi vida)
no puedo.
Sudo a orines (me detengo).
Tiembla palabra (miedo)
Cuerpo se ha ido (abrime, Claudia, la puerta)
Cuerpo vacío (dejame entrar)
Vacío/ vacía/ de mí.
Nuestra casa
Nuestra casa
de espacios vacíos
duele en los ojos.
Nos despierta el silencio
cuando lame (como perro)
la palma de nuestras manos
quietas.
Es atroz
el peso de la nada.
Abrimos la ventana y no está
la enredadera.
Nos sentamos a la mesa y no están
los platos.
No está el patio
en el patio.
La esperanza
de días templados
de bicicleta
y caligrafía perfecta
no llena
no completa
no aliviana.
Nuestra casa vacía
nos duele
baila sin música
nos aúlla
en alguna esquina
el silencio
lejos de todo.
Cuando me muera
Cuando me muera / ojalá
alguna mujer
planche amorosa
mis sábanas blancas
coloque amorosa
sobre la cama
mis almohadas blancas
silenciosas ellas
y acompañadas / ojalá
sus manos alisen
los dobleces
las dulces imperfecciones / de hilo
cuando me muera / por la noche
despejadas la cortinas
abiertas las ventanas.
Madre reniega de mí
Madre reniega de mí,
esconde los permisos,
suspende la sonrisa,
quiere enseñarme a esperar.
Luminosa, amasa el pan,
guarda las horas,
intenta dominar
mi hambre de suspiros,
la constante ensoñación.
Madre, le digo,
¿no ve que no hay puertas?
¿no ve que no hay calles
ni horario, ni nombres?
Madre,
no gaste la vela guardándome,
no es que me vaya
es que nunca estuve.
Grumos
Soñé mis pechos y en la orilla de mis pechos
los pezones eran como de mazapán reseco,
pequeños grumos separándose unos de otros,
lanzándose irremediablemente al vacío.
Hinchados,
desahuciados los pezones desangrándoseme.
Era una llama ardiente la piel bajo aquella lenta despedida.
Soñé que nada podría detener el resquebrajarse.
Aún disgregados, esos preciosos pedazos
seguirían siendo míos.
Yo misma en lo roto, en el resto al final de la caída.
Intento descifrar esa angustia.
La que nutre debe de estar adolorida.
Debe de estar asfixiando alguna canción dentro de mí.
Retorno una y otra vez a mis pezones heridos
y los quejidos me perturban.
Permanezco quieta, esperando la palabra cierta.
Aguardo a que en el silencio me roce, pero no puedo,
no puedo entender sus motivos.
Apenas, mis pezones aúllan.
Y el vacío.
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