Loading...
Invitado


Domingo 09 de noviembre de 2014

Portada Principal
Cultural El Duende

“Mis personajes de fin de siglo”

Drapeado de Poesía Selecta

09 nov 2014

¿Fotos en alta resolución?, cámbiate a Premium...

Al releer los poemas de autores preferidos, queda el regusto de haber pasado por los labios e ingerido un manjar que, no obstante el tiempo transcurrido, seguimos paladeando.

Los versos de Rainer María Rilke (1875-1926) suenan así: “He rezado para volver a encontrar mi infancia y ha vuelto y siento que de nada me ha servido envejecer”. Acaso no sucede que al evocar tiempos pretéritos en los que aún vestíamos pantalones cortos y obedecíamos a mamá, de improviso se nos presentan cuadros provistos de imágenes conmovedoras de cariño familiar, entrañable, de juegos infantiles con personas que tras cincuenta o más años no las volvimos a ver, pero que al solo recordarlas retornamos –alma en ristre y corazón apretujado– a esa edad, preciosa, tierna, plena de candor y de un mundo de ilusiones inacabadas que se renuevan cada minuto; precisando de manera fugaz detalles que nunca, aunque peinemos canas, podremos olvidar ya que forman física, psíquica y moralmente nuestro pasado. ¿Qué será de mí en el futuro?, ¿qué camino me deparará el destino para transitar por la vida?, ¿llegaré un día a la edad provecta como mi querido abuelo…?

En palabras de Oscar Alfaro, el galano poeta de los niños: “Desde adentro, desde adentro,/ desde el fondo de un abismo,/ viene corriendo a mi encuentro/ un niño que soy yo mismo”. Y otra vez la cita de Rilke, cuando señala que la única patria del hombre es la infancia.

El escritor irlandés William Butler Yeats (1865-1935), que obtuviera el premio Nobel el año 1923, pletórico de emociones diversas ha escrito:

“No sabía, ignorantón,

que envejece el corazón”.

===

“oh pobres corazones que cambiaréis en tanto

no muera la esperanza en agitado canto”.

===

“Lo pensé todo, lo pensé con calma;

los años venideros eran como un vano aliento

y eran aliento vano los años ya vividos,

comparados con esta vida, con esta muerte”.

===

“Paz tu vida sea,

como yerba junto al agua”.

El tema del corazón y la muerte flota en alas de la poesía de Yeats. Una legión de bardos, en todo tiempo y lugar, ha dedicado a esta temática sus desvelos y vuelos líricos. Yorgos Seferis, poeta nacido en Grecia y consagrado como Nobel en 1963, ha cultivado estas gemas que legó a la posteridad:

“Se hunde el que transporta las grandes rocas:

estas rocas que llevé mientras tuve paciencia,

estas rocas que amé mientras tuve paciencia,

estas rocas, mi destino”.

===

“Qué extraña fuerza sientes al hablar con los muertos

cuando ya no te bastan los vivos que quedaron”.

===

En prosa poética describe:

“Conozco un pino que se inclina cerca de un mar. Al medio día regala al cuerpo fatigado una sombra medida como nuestra vida, y a la tarde, el viento, pasando a través de sus agujas, entona una canción extraña, como almas que abolieron la muerte en el instante de volver a convertirse en piel y labios”.

===

“¡Pasaron tantos años! ¿Cómo moriremos?

===

“Pero también la muerte es algo que sucede:

¿cómo muere un hombre?

Pero también se gana cada uno su muerte,

su propia muerte, que no corresponde a nadie más.

Y este juego de niños es la vida”.

El Premio Nobel de Literatura en 1975, el italiano Eugenio Montale (1896-1981), autor de Huesos de sepia y otros poemas, desbordante de imaginación precisa:

“por muchísimo tiempo

yo mismo me volví insecto

pero indefenso”

===

“Habíamos estudiado para el más allá

un silbido, una señal de reconocimiento.

Intento modularlo en la esperanza

de que todos estemos muertos sin saberlo”.

Los tres vates mencionados en último término trazan una especie de balance de cuanto significa la vida, sus penurias y alegrías; pero en igual dimensión se preguntan y poetizan acerca de cuanto representa para el ser humano dar el último paso: la muerte. ¡Tragedia! Nunca lo sabremos…

Giacomo Leopardi, poeta que murió a sus 39 años tras una larga enfermedad, sostiene: “nosotros somos verdaderamente pasajeros y peregrinos en la tierra; verdaderamente caducos: seres de un día: por la mañana en flor, a la tarde marchitos o secos”. En su poema ‘A sí mismo’ declara la vacuidad de la vida y se inclina por el amor a la muerte.

Otro grande de la poesía universal, Charles Baudelaire (1821-1867), francés de visible gravitación en la lírica de varias generaciones y que aún en nuestros días ejerce notable influencia, con su obra Los paraísos artificiales revolucionó su tiempo al postular: “Hay que estar siempre ebrio. Nada más: ese es todo el asunto. Para no sentir el horrible peso del tiempo que os fatiga la espalda y os inclina hacia la tierra, tenéis que embriagaros sin tregua. Pero, ¿de qué? De vino, de poesía o de virtud, como queráis. Pero embriagaros”. Y en Las flores del mal afirma que el tiempo se come la vida, convirtiéndose en un verdadero verdugo del género humano. “Nada podemos hacer sobre el carácter irreversible del tiempo”, acota.

Para contrarrestar los nubarrones teñidos de pesimismo y elevar el ánimo, va esta cita admirable que pertenece a Romain Rolland: “No hay que quitar al hombre la esperanza en el mañana ni impedirle el fecundo esfuerzo por convertirla en realidad…” Y esta meditación del mismo autor: a pesar de todo reverenciar la vida.

Y, finalmente, para cerrar estas glosas, otro poeta genial que sucumbió muy joven, Novalis, apunta: “Cuando un poeta canta estamos en sus manos: él es el que sabe despertar en nosotros aquellas fuerzas secretas; sus palabras nos descubren un mundo maravilloso que antes no conocíamos”.

Heberto Arduz Ruiz. La Paz. Escritor y abogado.

Para tus amigos: