La última vez que escribí un artículo para opinar sobre temas de nuestra realidad nacional abordé el cinismo que se cuela a borbotones por nuestra sociedad a la hora de criticar y escandalizarnos por determinadas acciones cuando en el fondo somos cómplices silenciosos o al menos fríos espectadores que no actúan para generar los cambios necesarios. Para ello no sólo se precisan grandes campañas ni inversiones millonarias, lógica con la cual justificamos nuestra apatía, sino la sencilla voluntad de actuar de otra manera y mejorar nuestras actitudes, con el deseo firme de vivir de otra manera.
La ocasión y el contenido de aquél artículo tenía que ver, en parte, con la misma motivación de hoy: nuevos casos de feminicidio, de violencia contra menores y varias atrocidades más. El párrafo final sostenía: “Todos podemos actuar equivocadamente y merecemos compasión junto con corrección pero lo cínico es darse cuenta de que se actúa mal y hacer como si no pasase nada. ¿Qué pasará después del feminicidio número 60, la violación 2.000 o la corrupción 10.000?. Seguiremos horrorizándonos de eso, hablando hasta la saciedad, sin cambiar nada, y actuando como si eso sólo sucediese en pantallas ¿Apostamos?”.
Lastimosamente, eso que escribí a fines de agosto, no ha tenido variación de fondo y lo más lamentable de todo es que esa apuesta se cumplió ¿Por qué? porque no estamos dispuestos/as a apostar por la vida y preferimos jugar con ella para que gane la muerte.
Alguien dirá que es un absurdo procurar que en menos de tres meses las cosas hubiesen cambiado y no se diesen los casos de violencia contra mujeres o menores, que se erradicase la trata de personas o ya no aconteciesen más feminicidios. Otros preferirán refugiarse en las estadísticas para analizar si suben o bajan las cifras, porcentajes e índices.
En las últimas dos semanas se han registrado tres casos en los que menores (mujeres) han sido violadas y/o asesinadas en diferentes lugares del país. Y ahí nos quedamos… en la incapacidad de reconocer que no se trata sólo de sesudos análisis para conclusiones obvias: la vida y la dignidad de las personas no dependen de plazos programáticos; una sola vida que se ultraja es un grito por justicia. No se cambiará nunca esta realidad si se sigue pensando que salvar vidas es cuestión de planificaciones. ¡HOY! se tiene que evitar que siga sucediendo eso, no en tres meses, en dos años, en un siglo. Esa debe ser nuestra actitud frente a esta realidad.
Cuando manejamos las vidas de las personas como una cuestión estadística, las convertimos en un mero objeto de estudio o –en el mejor de los casos- en un objeto de lástima, pero no siempre las consideramos como lo que son ¡personas humanas!, con sueños, ilusiones, alegrías y tristezas, virtudes y defectos. NADIE tiene el derecho que violentar la vida de nadie. De eso se trata que seamos capaces de crecer en humanidad, de tener actitudes distintas a la hora de comportarnos con las niñas, niños, jóvenes, mujeres, ancianos. Algunos valores que se predican hoy en el mundo no llevan a apostar por la vida de cada ser humano sino a convertirla en un objeto comercial de uso y abuso… y eso está mal, está terriblemente mal. ¿Seremos capaces de actuar contra esas corrientes?
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