Jueves 06 de noviembre de 2014
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¿Que son importantes las elecciones? Sí, lo son: definen el futuro inmediato de las naciones. Claro que esto tiene plena validez cuando los comicios reflejan la voluntad ciudadana y se respeta a todos: a los que alcanzaron –o retuvieron– el poder y a los perdidosos que no obtuvieron el apoyo mayoritario de los electores y que, al fin de cuentas, también estuvieron esperanzados en lograr mejores días para la Nación. De esto se trata en la democracia; es decir, del respeto, mutuo y convergente, de la mayoría y las minorías, antes y después de las elecciones.
Los buenos deseos a veces se transforman en realizaciones. Pero esto no equivale a meros avances en obras, algunas necesarias, otras no tanto. Lo trascendental es aceptar que el progreso y la democracia no tienen dueños; son valores de todos los que conforman una sociedad bien estructurada y asentada en el respeto a la Ley. De esto –vale la pena insistir– depende la vigencia de las libertades democráticas.
El triunfo electoral se enaltece cuando es limpio y no un preanuncio de exclusividad en las decisiones que afectarán a la Nación. No es admisible la existencia de parcelas oficialistas excluyentes. Es previsor aceptar que hay otras convicciones políticas igualmente importantes y que, sin duda, deberían ser tomadas en consideración por quienes predominaron en las urnas. Contrario al triunfalismo sectario y, por supuesto, al fraudulento, es el sensato reconocimiento de que hay propuestas diferentes a la fórmula ganadora. Son las de ciudadanos que conviven, se alegran y sufren con los aciertos y yerros de un régimen recién conformado o que logra el continuismo.