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Domingo 02 de noviembre de 2014

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Revista Dominical

Muerte-vida

02 nov 2014

“El hombre es el único animal que entierra a sus muertos”(Edgar Morin) bull; Por: Néstor Suxo Ch.

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En nuestro mundo de la inmediatez existencial no hay pensador que haya saltado el tema de la muerte, y uno de ellos contemporáneamente es Edgar Morin, el filósofo del pensamiento complejo. En su obra El hombre y la muerte (2003:13), Morin piensa y sitúa a la muerte en el umbral antropo-social-biológico, puesto que el hombre no es concebido en tanto individuo sino como triada Individuo-Sociedad-Especie que acontece en un medio eco-social-cósmico que lo hace ciudadano del mundo, con capacidad de conocimiento, en tanto que el hombre es un ser bio-ético-cultural. He ahí la antropología de la complejidad en cuanto el hombre es un ser en la plenitud de su realidad biológica y en sus dimensiones subjetivas y sociales en el cosmos; mas es en esta complejidad donde sucede la muerte, como conciencia real de su ser mortal, pero a la vez, como conciencia de su auto-poiesis; por lo que la muerte se constituye en el nudo gordiano de la antropología de la muerte: “El nudo de la complejidad biológica es el nudo gordiano entre destrucción interna permanente y auto-poiesis, entre lo vital y lo mortal (en Ciencia con conciencia, 1984: 241).

Ante esta suerte de tesis auto-organizacional, la muerte, no obstante, continúa de pie, es más, nos piensa y atemoriza. La muerte es casi siempre inesperada, absurda y sin sentido; recorre calles, aceras, carreteras, salas de hospitales, aquí mismo. Se trata de un viaje a la nada aniquilante, un viaje al hueco y por ello mismo causa asombro, terror, horror porque significa el acabose. Cómo definir, entonces, la muerte si carece de un fondo, contenido y, sin embargo, es el vacío mismo que se nos manifiesta: “La idea de la muerte propiamente dicha es una idea sin contenido, o, si se quiere, cuyo contenido es el vacío del infinito” (2003: 32).

El horror a la descomposición del cadáver significa el acabose de la individualidad; dolor, horror y terror significan pues la conciencia de “un vacío de una nada, que aparece allí donde antes había estado la plenitud individual (: 31). Pero el hombre se olvida de su naturaleza como ser-para-la-muerte. Es más, en vez de vivir en/con la muerte prefiere ocultarla. Se olvida de vivir la muerte, de afirmar su existencia auténtica; prefiere vivir en la inautenticidad, en la diversión. Dice Morin: “El hombre oculta su muerte como oculta su sexo y sus excrementos. Se presenta bien vestido, pareciendo ignorar toda la posible suciedad. Se diría un ángel... Se comporta como un ángel para expulsar a la bestia. Se avergüenza de su especie: le parece obscena” (:355).

El hombre se resiste a hablar de y a pensar en la muerte, incluso a recordarla u oír hablar de ella. De la muerte no se puede hablar y, si acaso hay que hablar, sólo hay que hablar bien; no obstante, la muerte es inesquivable. Y sólo hay que hablar bien de la muerte de los otros, pero no de uno mismo. Pareciera que son los otros los que mueren. Aunque el hombre haga consciente la finitud de su vida, sólo será capaz de representar la muerte de los otros, difícilmente se representará a sí mismo, por ello hablará de la muerte negándola. La muerte de uno es lo más lejano y la muerte lejana la más cercana. Cómo ocultar la muerte, si: “La muerte, para el hombre, está en el tejido de su mundo, de su ser, de su espíritu, de su pasado, de su futuro” (:371).

No hay nada en el mundo tan cierto como la muerte. La muerte es natural y cotidiana, como la vida misma, inexorable destino de todo hombre al que debe abordar, aprender y asistir ante la muerte como lo hizo ejemplarmente Sócrates; por lo que la conciencia de la muerte no es algo innato ni es la conciencia de la esencia de la muerte pues no tiene “ser” -aunque es real-, sino es producto de una conciencia que aprehende de la realidad.

El hombre debe mirar de frente a la muerte, pero tampoco obsesionarse cual Heidegger en que el hombre es un-ser-para-la-muerte; menos evadirla u ocultarse en el simple goce o diversión, por lo que: “no necesitamos ni divertir nuestra vida por nuestra muerte ni divertir nuestra muerte por nuestra vida” (:354).

Morin, desde la fenomenología, sostiene despojarse de aquellas obsesiones extremas, ponerlas entre paréntesis, para ir al encuentro pleno del hombre. Para ello, el hombre debe hacer suya la muerte que implica apelar primero al hombre que a la muerte, entonces “podremos dirigirnos a la muerte desnuda, limpia, desenmascarada, deshumanizada, para discernirla en su pura realidad biológica” (:18).

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