Los cambios que se van haciendo en la educación son un proceso largo y contradictorio, sin embargo muy poco se ha avanzado en transformaciones que conduzcan, en general, a mejorar la calidad educativa.
En relación con la educación superior, más allá de que los estudiantes llegan con un bajo nivel de formación a la universidad, perciben la incertidumbre o la sensación de haber tomado una decisión forzada sobre la elección de una carrera a estudiar, acorde a sus sueños, anhelos y deseos de realizarse como persona. Ciertamente no existen en los colegios, espacios para cuestionarse y descubrir en qué se puede desempeñar uno como profesional; o si existen, se reducen a responder un test que puede ser certero o no. Por eso, por lo menos el primer año de la universidad deberían cursarse materias comunes, de cultura general, válida y necesaria para cualquier carrera. De este modo, los estudiantes tendrían la oportunidad de elegir mejor la carrera a estudiar y sobre todo se aseguraría que, al final de sus estudios, se desempeñen en el trabajo de manera más eficiente y coherente.
Aquí también tienen que ver de sobre manera, los docentes universitarios. La palabra docente deriva del término latino docens, que a su vez procede de docēre, que en español se traduce como “enseñar”. Si “enseña” es porque se supone que sabe algo. En este sentido, el docente como conocedor de algo es responsable de ese conocimiento, y al mismo tiempo tiene la responsabilidad de compartir lo que sabe.
En realidad, más allá de compartir lo que sabe, es un gestor intelectual, tiene que motivar la búsqueda de soluciones a los problemas dentro de su área. Si no lo hace, sólo estaría cumpliendo su labor de intelectual y no así de docente. Tendría que existir una interrelación entre docente y estudiante. Enseñar lo que uno sabe, tendría que ser un derecho, un bien público y no así un negocio, mercancía o privilegio.
Ciertamente a partir de los años ’90 han habido cambios continuos por parte de los estudiantes, de los docentes y de la misma universidad. La universidad ya no es un espacio privilegiado para la clase media alta; esta diversidad de contextos y de realidades, ha exigido cambios en la universidad en todos los sentidos. Estos cambios no fueron todos positivos, puesto que poco a poco el nivel académico ha dejado de ser importante en las aulas y tanto estudiantes como docentes han enfocado su preocupación a otras cuestiones no esenciales. Ni siquiera dan respuesta al mercado, puesto que las mismas preocupaciones se van convirtiendo en eso.
La universidad ya no es solo el lugar donde se puede compartir lo que uno sabe, ya no es el lugar donde se pueda adquirir o crear conocimiento. La universidad nos está haciendo olvidar una actividad noble del ser humano: el pensar y la capacidad de responder adecuadamente a los problemas cotidianos. Las respuestas que deberían dar las universidades a la sociedad, no tienen que ser en función de la demanda de estudiantes por carreras específicas sino más bien, porque la sociedad necesita nuevos ojos, nuevas miradas, nuevas maneras de enfrentarse a la realidad y hacerse cargo de ella.
Sócrates afirmaba que el conocimiento no estaba en función de la vida exitosa, ni del dominio de las cosas, sino que su única función es la “vida buena” del ser humano en la ciudad y entre las cosas. De este modo, los jóvenes no tenían que aprender a actuar exitosamente sino, aprender a pensar y de esto dependía el éxito humano.
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