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Invitado


Domingo 26 de octubre de 2014

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Cultural El Duende

Eduardo Milán

26 oct 2014

Eduardo Félix Milán. , , . P, y . Reside en México desde 1979 a raíz de la dictadura militar en su país durante la cual fue encarcelado su padre. Ha publicado los poemarios: Manto (poesía completa 1975-1997), Razón de amor y acto de fe y Cosas claras (2001), Ostras de coraje (2003), Ganas de decir y Habrase visto (2004), Unas palabras sobre el tema, Papeles de la casa, Habla, Acción que en un momento creí gracia y Por momentos la palabra entera (2005), Índice al sistema del arrase (2007), Dicho sea de paso y Hechos polvo (2008), El camino Ullán y Obvio al desnudo (2009), Vacío, nombre de una carne y Donde no hay (2012).

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Homenaje al lenguaje

Primera parte

Ya pasó el tiempo

en que me acercaba a ti como a un almácigo.

Entraba en tu ámbito extenso,

casi inconmensurable, más allá del contexto,

como quien entra más allá de sí mismo

al páramo donde se encuentra.

Me quedaba mirándote sin escribir,

era como la misma hora siempre,

era como una paz o una especie de paz.

Desaparecían las tensiones. Era

como una especie de paz en extinción.

No había árboles

pero tampoco guerra.

Yo sabía que al entrar en ti,

como quien entra en tu lugar,

no iba a ganar el premio. Y todo

lo que tenía encima me presionaba.

El sol, siempre, es una gran presión.

Yo era los animales.

Yo era los animales pacificados

pero no por tu música sino por tu silencio.

Por los acordes que no oía,

por las voces que no escuchaba,

hay una prolongación, muy extraña,

de rododendros.

Yo logré ser -y ese es mi triunfo-

un silencio de los animales esperando de ti

o una especie, una señal.

Estoy quitando dar,

estoy quitando dar al entrar en ti,

no estoy dando,

estoy quitándole a Gabriela,

estoy quitándole a Alejandro,

no soy, al entrar en ti,

mi segundo nombre.

Amor, juegos contigo, miradas al cielo

-¿cómo es posible que existan estos árboles

sobre el cielo, tan ausentes de nosotros?-

No es que no los quiera: necesito pedir perdón.

Por eso entro.

Dividí el mundo en dos, lo partí.

Están los que dan

y están los que no dan. Es muy simple.

Está el sol, ese huevo tan extraño

que ya no recuerda nada,

y está la luna más extraña,

aún estando el sol, en su continuidad.

No recuerda su propia creación, su momento.

Y siento que una frontera me sigue.

Yo no entraba en ti buscando poesía,

ni extraños frutos, ni paraíso,

ni manifestación.

No tenía la menor idea

de lo que era una epifanía o un dejarse,

un caer.

Entraba buscándote a ti.

La carne que me diste vino sola,

no pedida, como pulpa de Dios.

Pero entonces

-yo no pedía nada, yo no sabía nada-

¿por qué me culpo?

Segunda parte

¿La ausencia es mi centro?

¿Ese centro lo llena la escritura?

¿No lo llenan Gabriela,

Leonora, Andrés y Alejandro?

¿Pedirles que llenen mi ausencia

-si la ausencia es mi ausencia-

no es pedirles que me sirvan de soporte

para no caer?

¿La tristeza que siento cuando los veo

no es la tristeza por quererlos

mediado por mi ausencia?

Si la ausencia es mi ausencia

estoy identificado con lo que no está.

Si estoy identificado con lo que no está

de alguna manera no estoy.

¿Cómo querer si no estoy?

¿Qué me puede hacer estar

para volver a querer a los que quiero

sin verlos como a la distancia,

sin poder acercarme a ellos?

¿La escritura puede hacerme estar?

¿Es la escritura la asunción de la ausencia?

La ausencia es un dolor

vuelto vacío, es un cambio de centro:

un centro que ya no está fuera

sino adentro.

Escribir es permitir

que la ausencia crezca

en sus dominios internos, que vaya

por sus propios fueros. Escribir

es reconocer el adentro, es verlo.

Pero es un adentro que sale, se asoma

a la ventana, revela la ausencia.

Olvidé durante mucho tiempo

que la palabra es de adentro,

enamorado tal vez de tanto verla fuera,

de tanto mundo que insiste

en que la palabra es de afuera,

como si la palabra solo comunicara

cuando la palabra no solo es lazo.

Una palabra condenada a celebrar

o a condenar el mundo,

una palabra del mundo

no puede durar mucho tiempo.

Una parte de la palabra

debe permanecer en su adentro.

Una parte de la palabra es secreto.

No sé si para toda la poesía:

para estos poemas.

Esa parte de la palabra que es secreto

protege su adentro.

Es la parte vigilante de la palabra,

la parte de la palabra que no habla,

su parte guardián de la frontera.

Es la parte-silencio de la palabra

que ya no escuchamos

empeñados en que la palabra hable por completo.

Olvidamos -olvidé- que el hombre-palabra

tiene una parte silencio.

El pájaro es todo el pájaro

pero la palabra no es toda palabra ella,

es parte silencio y parte habla.

Este es el aviso de la palabra:

silencio-aguas.

Gracias a Gabriela que me dijo:

«olvida todo y ponte a escribir.»

Esto es más o menos sincero.

Tercera parte

Se puede bucear más,

siempre se puede más

averiguar los peces

del fondo.

Sin olvidar que parte

de la palabra es silencio.

Ir allí

y volver

para que la memoria nazca

y muera el recuerdo.

Ir allí pero regresar a casa.

No olvidar por el camino que una parte

de la palabra es silencio.

Ir a buscar el origen del dolor,

el prístino, el inmaculado o casi,

porque aún ese tiene rezagos de tiempo

como una cabeza coronada de polvo

o un sombrero cubierto de hojas verdes.

Es lo que queda del regreso: no olvidar

que parte de la palabra es silencio.

Se puede parodiar al sol,

cómo no se va a poder decir

que bien vale una parodia

el sol, una parodia que quema.

Parodiar esa garza por su pata

y por la otra que se dobla

explícita.

Es posible no entender una garza

sin olvidar que parte de la palabra es silencio.

Es posible morder la mano

que te da de comer. Por justicia,

no por arrepentimiento.

Y dejar la mano intacta

sin la huella de los dientes.

Una vez es posible ser un perro.

Sin olvidar que una parte de la palabra es silencio.

No la más fiel, la más buena.

Todo se puede en este mundo

a juzgar por los hechos

que no dejan mentir.

Esos hechos, los encargados

de frenar el exceso. El exceso,

esa cresta que en la aurora canta todo su Poder

es la potencia misma donde el abismo se expresa.

El exceso no cree en los hechos.

Olvida el exceso que parte de la palabra

es silencio.

Es posible ser sincero

pese al corazón expuesto

a la mordida del perro que pasa.

Siempre hay un perro que pasa

alrededor del sincero,

muy cerca, peligrosamente,

del corazón expuesto.

A tres pasos del estacionamiento,

en el cantero crece el ciruelo.

Escrito esto,

pidiendo que no haya represalia

del destino cierto.

Con el dolor dicho,

con el pasado ausente,

con cierta paz, con esta noche

y para ella.

Ella es Gabriela.

Para tus amigos: