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Lorenzo de Aldana - Periódico La Patria (Oruro - Bolivia)
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Domingo 26 de octubre de 2014

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Cultural El Duende

Lorenzo de Aldana

26 oct 2014

El opúsculo “Fundación de la Villa de San Felipe de Austria y Asiento de Minas de Oruro” escrito por el historiador D. Alberto Crespo Rodas (La Paz, 1917 - 2010) es resultado de su investigación llevada a cabo en 1954 en el Archivo General de Indias de Sevilla y completada en el Archivo Nacional del Perú. El texto que sigue forma parte de esta obra

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Lorenzo de Aldana fue quien dio el primer golpe de picota en la rica entraña argentífera de Oruro.

Aldana comenzó su periplo de conquistador en Guatemala y vino al Perú con Pedro de Alvarado. Francisco Pizarro le dispensaba entera confianza y le mandó a relevar a Sebastián de Benalcázar en el gobierno de Quito. Después que el marqués fue asesinado, Aldana estuvo en la batalla de Chupas contra los almagristas.

Por eso, cuando Gonzalo Pizarro encabezó la rebelión de los encomenderos del Perú, a todo el mundo le pareció lógico que Aldana asumiera la personería del caudillo en Lima y que con tan incontestable autoridad dirigiera la captura de Núñez Vela. Pero como era hombre de lealtades pasajeras, no pasó mucho tiempo sin que abandonara a los rebeldes y se adhiriera a la posición legitimista al lado del virrey. Y eso ya no pareció lógico a nadie. En eso fue tomado por los insurgentes y Francisco Carvajal quiso darle muerte diciendo “que no era buen amigo, ni para temerle”. Pizarro, cuyas lealtades no eran pasajeras ni aún frente a la ingratitud, se interpuso a tal designio y con eso recuperó su adhesión, momentánea, porque Aldana tenía el carácter versátil. Pizarro lo despachó a España como su Procurador para que explicara al rey los motivos del levantamiento, pero al llegar a Panamá se plegó a la Gasca. Esta vez el perdón no tenía ya sentido y Pizarro condenó a Aldana, junto con la Gasca, Alonso de Hinojosa, Pablo Meneses y Hernán Mejía, “por aleves y traidores”, a ser “arrastrados a colas de caballo y hechos cuartos y sus casas derrocadas y aradas con sal”. Pero nada de eso aconteció, y Aldana recibió el cargo de Justicia Mayor de Lima y, una vez derrotada la rebelión, una extensa encomienda que abarcaba Paria, Toledo, Tapacarí y Capinota y daba 60 mil pesos.

A pesar de esa recompensa, algunos años más tarde, en 1552, Aldana solicitó al rey licencia por cuatro años “para ir a besar a Vuestra Alteza las manos y hacerle relación de mis servicios /…/ y por estar muy pobre”. La prosperidad le dio parcialmente alcance después, porque en 1557 ya se le tenía como “uno de los hombres que más posibilidad y hacienda tienen” en el Perú.

Fue entonces que los indios de Paria descubrieron las vetas de plata de Oruro con excelentes resultados. Pero junto con el dinero llegó el desmoronamiento físico. Padecía gravemente de la vista y estuvo a punto de morir en La Plata, que era el lugar donde debía guardar vecindad. El virrey marqués de Cañete le autorizó a cambiar su residencia a Arequipa, pero con la condición de que no hiciera ir a esa ciudad a ningún indio de su repartimiento a servirle o llevarle tributos.

Como Aldana no estaba desprovisto de sentimientos de gratitud, antes de morir, es decir antes que su vida adoptara efigie definitiva, dispuso testamentariamente la distribución de su fortuna entre quienes le ayudaron a obtenerla. Dejó a los indios de Paria las haciendas y un fondo para el sostenimiento de dos hospitales en Challacollo y en Capinota, fuera de una renta anual de dos barras de plata para que dos religiosos de la orden de San Agustín difundieran la doctrina católica entre los naturales. El legado consistía en sus haciendas de puna llamadas Santo Tomás, Cari Cari, Burguillos, Guancarama y Querejani, que tenía unas 50 mil cabezas de ganado ovino, y varias propiedades en Cochabamba. Al dejarlas a los indios, contradijo postreramente a Carvajal. Según Calancha, Aldana murió en 1573.

Las minas fueron abandonadas y años más tarde las volvió a ubicar un tal Antonio Quijada, quien asoció a sus trabajos a Gonzalo Martín de Coca y Sebastián Marqués. En 1581 ya había varias minas en explotación. Desde mayo a diciembre de ese año, los dueños sacaron en total 6.565 marcos de plata fina, sin contar “gran suma de marcos que han sacado personas particulares que no han hecho manifestaciones”.

La expansión de los trabajos se vio detenida por la carencia de mano de obra, que no podía ser otra que la indígena. Como hacía algunos años el virrey Francisco de Toledo había establecido la “mita” de Potosí, que suministraba gratuitamente abundantes trabajadores, los mineros de Oruro aspiraron a contar con un beneficio parecido. En noviembre de 1581, el cura bachiller Montoro –quien poseía un pequeño ingenio en Las Sepulturas–, Marqués y otros tres españoles se presentaron al Alcalde Mayor de Berenguela a pedirle la concesión de indios dentro de un régimen parecido al de la “mita” de Potosí.

A tiempo de crear la “mita” de Potosí, el virrey Toledo adjudicó 500 indios a las minas de Berenguela, pero como estas no habían resultado tan rendidoras como se creyó en un comienzo, la intensidad de los trabajos disminuyó y los indios quedaron disponibles. Eso explica la gestión de los mineros de Oruro ante el Alcalde de Berenguela. Aunque los resultados fueron algo tardíos, el intento no fue vano. En 1589, el Alcalde ordenó a los caciques de Tapacarí y Cacajas dar a Marqués 18 indios.

El volumen que previsiblemente alcanzaría la explotación de las minas excedía al número de trabajadores de que se disponía en Oruro. Un día, 20 de marzo 1605, un grupo de pobladores nombró a Diego de Medrano “principal descubridor y poblador de estas minas”, para que en calidad de Procurador solicitara al virrey del Perú o al Presidente de la Audiencia de Charcas, la concesión de indios de “cédula” o “mita” para el trabajo en los socavones y azogues para el beneficio de los minerales.

Medrano se trasladó a Potosí y allí hizo presente al licenciado Alonso Maldonado de Torres que la ley y abundancia de los minerales de plata de Oruro superaba a las de Porco, Salinas y Berenguela, que se hallaban situados en las cercanías.

Las vetas se extendían principalmente por los dos cerros más elevados de la región: San Miguel de Oruro y San Cristóbal. En el de San Miguel había dos vetas principales “que estaban tapadas por tierras y desmontes de los cuales se ha sacado mucha plata”. Una de estas vetas llamada Pie de Gallo, corría de levante a poniente por un trecho de más de 14 minas y tenía un ancho de más de una vara. Era tan alto el contenido metálico de esta veta, que daba tres a cuatro pesos por quintal: era además muy fácil de trabajar porque un indio “mingado”, o sea voluntario, sacaba a plan de barreta hasta seis arrobas de metal en un solo día de labor. En la misma dirección corría la otra veta principal, San Mateo, aunque con un ancho de solo media vara; la de San Agustín tenía más de una vara y daba unos cuatro pesos por quintal.

En el cerro San Cristóbal, las principales minas eran las de San Francisco, La Descubridora y La Salteada; todas rendían de seis a ocho pesos por quintal y no ofrecían dificultades para el trabajo, sobre todo porque no tenían agua que entorpeciera las faenas.

En cambio, por Las Sepulturas, a legua y media de las minas, en el camino hacia La Paz, pasaba un arroyo con suficiente caudal para alimentar la marcha de los ingenios. Existían ese año dos en pleno funcionamiento y uno en construcción y en Paria, a tres leguas de distancia, se estaba levantando otro. Cincuenta españoles “gente honrada y apacible y algunos de ellos casados” poblaban Oruro.

Medrano pidió al Presidente de la Audiencia de La Plata el traspaso a Oruro de la mitad de los 500 indios de “mita” que estaban asignados a Berenguela, algunos que servían como cargadores “apires” a gente rica de La Paz y los indios de Condesuyo que por la distancia nunca habían podido acudir a Potosí a cumplir el trabajo obligatorio impuesto por Toledo. También solicitó Medrano que no se impidiera a ningún indio ir a trabajar voluntariamente a Oruro y que se permitiera a los españoles que disponían de “mitayos” en Salinas y Berenguela, trasladarlos a las nuevas minas.

Para que comprobara personalmente la situación descrita por Medrano, el licenciado Maldonado de Torres destacó al Corregidor y Justicia Mayor de la Villa de Salinas de Río Pisuegra, capitán Gonzalo de Paredes Hinojosa.

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